Prefacio

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Parque Nacional Thingvellir.

Reikiavik, Islandia.

Natasha

Hace un mes llegó la invitación del hospital de Oslo para asistir al congreso internacional de médicos. No muchas personas reciben una. Para conseguirla, debes haber impresionado a alguien con poder. O ser lo suficientemente brillante como para destacar en una sala llena de egos.

Yo no esperaba estar entre los elegidos. Pero aquí estoy, respirando el aire helado de Islandia, rodeada de extraños que hablan de medicina con la misma devoción con la que otros rezan a sus dioses. Y por primera vez en años, estoy sola. Libre. Sin ataduras.

He intentado conectar con alguien del área de neurología, pero parece que el destino disfruta jugar a las escondidas conmigo.

La mañana fue útil. Intercambié ideas, asistí a demostraciones, aprendí. Pero cuando llegó la noche... cuando nos invitaron al Parque Thingvellir para contemplar las auroras boreales, el universo pareció detenerse.

Verlas fue como mirar al cielo sangrar en silencio. Hermoso. Trágico.

Caminaba sola, perdida en mis pensamientos, cuando una figura pasó a mi lado tan rápido y tan cerca que tropezó conmigo. Sentí el choque en el pecho, como un impacto eléctrico. Mi cuerpo se tensó.

—Oh, lo siento —balbuceé—. No vi por dónde iba. ¿Está... está usted bien?

Él se detuvo. Sus ojos... esos ojos.

Azul acero. Hipnóticos. Fríos como la nieve que nos rodeaba, pero con un fuego oculto detrás. Algo en ellos me hizo temblar. No de frío. De reconocimiento.

—No te preocupes —dijo con una voz grave, una nota ronca que se deslizó por mi columna—. También iba distraído.

Suspiré. Pero algo no encajaba. Su presencia... no era la de un extraño cualquiera. Llevaba un pasamontañas, casi no se le veía el rostro, solo mechones de cabello rubio asomando, helados y húmedos. Pero sus ojos... ¿de dónde los conocía?

Lo miré fijamente un segundo más del que debería. Él también lo hizo. Me sentí desnuda bajo su mirada. Como si me conociera mejor que yo misma.

—¿Eres rusa? —preguntó, sin rodeos. Me tensé.

—¿Qué...? —parpadeé, desconcertada.

—Tu acento. Es sutil, pero no lo puedes ocultar. Yo también lo soy. Solo que ya no lo anuncio —sonrió con algo que no supe si era burla o tristeza.

—Y sin embargo, su acento lo delata —le respondí, dejando caer el tono neutral con el que me habían educado—. Yo al menos aprendí a ocultarlo bien. Es una regla en mi familia.

—Una familia que enseña a ocultarse. Interesante.

El frío se hizo más cortante, pero no era por la temperatura. Era él. Esa forma de mirarme... como si esperara algo. Como si supiera algo que yo no.

Me obligué a mirar la hora. Tenía que irme. Pero no podía. Mis piernas no reaccionaban del todo. Mi corazón latía como si hubiera corrido.

—Debo regresar al hotel —dije finalmente, dando un paso atrás—. Ha sido... extraño, pero agradable hablar con usted. Aunque si lo veo otra vez, lo más probable es que no lo reconozca.

—Eso no será un problema —señaló mi celular. Lo tenía encendido. Una llamada entrante del hotel—. Te están esperando. Pero nos volveremos a ver. Lo prometo.

Su tono cambió. Ya no era cálido. Era... una sentencia. Algo más oscuro se escondía tras esa promesa.

—Espero que la muerte de Sasha no te haya afectado tanto como a mi familia.

Mi cuerpo se congeló. La sangre dejó de circular por un instante. El nombre... Sasha.

Sentí un zarpazo en el alma. Una punzada inexplicable en el pecho. Dolor. ¿Por qué dolía tanto?

—¿Sasha...? ¿Muerto? —mis labios apenas formaron las palabras—. No... no puede ser cierto.

Un guía del hotel apareció a lo lejos. Él dio un paso hacia atrás, como si el acto de desaparecer estuviera coreografiado. Como si siempre supiera cuándo irse.

—Pregúntale a tu tío Émile —dijo con suavidad, pero con una carga de significado que me atravesó como un cuchillo—. Él sabe lo que tú no recuerdas.

Quise correr hacia él, aferrarme, gritarle que se detuviera, que no me dejara así. Pero cuando parpadeé, ya no estaba.

Mi corazón se desbocaba. Mi respiración era un desorden de niebla. El guía me llamó por mi nombre. Yo no respondí.

El nombre de Sasha ardía en mis sienes. ¿Quién era? ¿Por qué me dolía tanto su muerte? ¿Por qué ese desconocido sabía mi apellido, a mi familia, incluso... lo que yo no?

Y lo más inquietante: ¿por qué sentí que ya había amado a ese chico que acaba de evaporarse en la nieve?

Mis recuerdos son como un puzle sin piezas. Pero por primera vez en años, sentí algo moverse dentro de mí. Un secreto enterrado. Una vida oculta.

¿Quién es Sasha?

¿Y quién demonios soy yo realmente?

Tú Me SalvasteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora