II - NEGRO

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        Decido repentinamente (así son mis decisiones, repentinas) salir a la calle. Cojo unos vaqueros desgastados y que me quedan algo prietos y una camiseta de un grupo de mi estilo, conocido con las siglas de AA. Es una camiseta algo llamativa; aparece el cantante de espaldas y una mujer desnuda metida en una máquina expendedora, la portada de su último álbum. También me pongo mis deportivas, aunque siempre he querido llevar unas botas de cuero algo altas, pero mi escaso presupuesto y la comodidad que me ofrecen estas zapatillas hacen que no me haya comprado ninguna aún. Y antes de salir de casa me pongo los cascos, para mientras esté en la ciudad poder ausentarme de los ruidos externos y centrarme en los internos.

        Me gusta darme una vuelta por la zona, ir por la ciudad pero en mi mundo, y cuando llego al límite y me adentro en el campo, quitarme los cascos y desconectar. Es lo bueno de vivir en una ciudad no muy grande, que enseguida estás en las afueras. Vuelvo a ver el mismo tipo de gente que veía desde mi ventana. Los que van acompañados suelen ir a lo suyo, pero normalmente la gente que va sola con la que me cruzo me mira de arriba a abajo. A veces muy descaradamente, sobretodo si son personas mayores. Con el paso del tiempo he aprendido a omitir esas miradas y esos posibles comentarios a mis espaldas que no oigo al ir con la música. Que te juzguen por tu aspecto es de lo más odioso que encuentro, aunque a la vez juego un poco con eso. Siempre te va a llamar la atención aquel que va de negro todos los días, y nunca por algo bueno. Pero una cosa es sacar tus propias conclusiones, que es lo que yo busco, y otra juzgar a partir de solo eso. No soy el más guapo, pero está bien, ellos tampoco lo son.

        Dejando atrás las últimas calles, en las que ya apenas se ve a gente, empiezo a olvidar que llevo la música puesta y empiezo a reflexionar. Eso que tanto hago, que tantas veces me ha martirizado, y que no debería hacer tanto. “¿Realmente estaba volviendo a pensar en dejarlo todo atrás? ¡Eso es una locura, eres joven y todo eso puede cambiar! Pero realmente vivir así no se le puede llamar vivir… ¡Tú puedes, hay gente que muere a diario a manos de otras personas o en accidentes! ¿Y que pasa después de la muerte?”

        Ojala pudiera tener con alguien esos diálogos incesantes. Cada vez que estoy hundido me vienen a la cabeza. Y en cuanto a la ultima pregunta… me aterra. He tenido muchos malestares, sudores fríos y escalofríos al pensar en una respuesta para esa pregunta. Es algo que nadie sabe y todos sabremos. Es algo que va a pasar si o si, no podemos evitar. A veces temo a la muerte, y otras veces la deseo. Puede que venga la paz eterna, que esté feliz. Pero esa eternidad posterior a la vida es lo que más me agobia. Me he pegado noches sin dormir por culpa de esos pensamientos, sobretodo teniendo que ver con la muerte. Desde bien pequeño. Entonces me aterraba más que cualquier otra cosa, y no soportaba imaginar que mi vida iba a tener punto y final. Ahora que ya he crecido, he asumido que va a ser así, pero me sigue dando miedo la continuación de ese final, si es que hay.

        Para cuando me quiero dar cuenta ya estoy bajando por una cuesta hacia la orilla del rio que bordea la ciudad. Me tranquiliza bajar al río y quedarme sentado, viendo el agua pasar incesantemente, con palos, hojas y algún que otro insecto flotando sobre él. Hojas anaranjadas por el comienzo del otoño. Entonces me viene la reflexión de que la vida es como un río. "Todos los ríos nacen en lugares y momentos distintos, se van juntando con otros ríos para ser uno mismo, y acaban muriendo en el mar." Desde que nacemos hacemos nuestro camino, diferente al del resto del mundo, pero llega un momento en el que nos unimos a otra persona, y seguimos el mismo camino. Pero al fin y al cabo, todos acabamos muriendo, de la misma forma que nacemos.

        Esos simples pensamientos ya han hecho que disipe mis ideas suicidas de momento. Y digo de momento, porque otro día me dará otro bajón y volveré a pensar en lo mismo. Cuando llevo unos minutos sentados en la orilla, empiezo a ver gotas rebotando en el agua del río, ha empezado a llover. Para ser un sitio sombrío, hoy no hace frío. Pero cuando empieza a llover, la temperatura empieza a bajar considerablemente. Desgraciadamente, tendré que volver a casa si no quiero acabar empapado y con un resfriado. Y eso si que me remataría en esta situación. 

                De vuelta a casa y antes de adentrarme de nuevo en la ciudad, paso por una especie de túnel natural formado por árboles verdes, bajos y frondosos. Entonces siento como un hormigueo dentro de mi interior al ver esa imagen. Hay veces que un simple paisaje te tranquiliza y te hace ver que hay cosas bonitas. Espero que este sitio no lo acabe destruyendo el hombre también, no quiero que este lugar se convierta en otra urbanización a medio llenar más. Me gusta sentir las gotas de agua caer sobre mi piel, si no llueve muy violentamente. Pero no me gusta andar con el pelo mojado, así que intento darme prisa, ya que empiezo a oír truenos de fondo.

                Cuando ya termino de adentrarme en la ciudad me vuelvo a poner a pensar, olvidándome de que me acabo de volver a poner la música y de que sigue lloviendo. Necesito comentarle a mi madre que necesito volver a un psicólogo. O volver a tener a alguien al que le pueda soltar todo lo que llevo dentro. Necesito ayuda, y a alguien. Me hace sentir bien expresar lo que siento, y más aún cuando la persona que me escucha puede ayudarme. Desde muy pequeño he necesitado asistencia de algún tipo, por problemas de conducta, de relación con mi familia (nunca conocí a mi padre), por problemas de relacionarme, de integración… Y nunca me ha disgustado ir para contar lo que me pasaba.

                Veo mi casa, el piso en el que vivo a lo lejos. Es otro bloque enorme de hormigón puesto en la calle, gris claro. Al llover torna un gris más oscuro y sucio, que hace que sea una calle muy deprimente. Todos los pisos son así en la zona, algunos más altos que otros. Empieza a llover con fuerza así que hecho una pequeña carrera como puedo. Veo a más gente haciendo lo mismo, corriendo hacia algún porche para resguardarse. Al cruzar la esquina me doy de bruces contra otro chico que andaba igual de apresurado que yo por encontrar refugio. Con la mala suerte de que caigo al suelo encima de un charco que se había formado en la calle. Lo único que escucho decir de la otra persona desde el suelo fue un “¡Mira por donde andas, imbécil!” Ese comentario no me afectó lo más mínimo. Si que me dio rabia de que la gente sea muchas veces así, en vez de haberse disculpado como lo hubiera hecho yo si hubiera pasado al revés. Lo que más me molesta es que he acabado empapado por la caída, y se me acaban de estropear los cascos al mojarse. En un gesto de rabia, y comprobando que no iban, los agarro con fuerza y los rompo con mis manos. Partiéndolos en dos y tirándolos al suelo antes de acabar llegando a mi portal. Tengo que aprender a controlar mi rabia...

                Rematando la faena, al llegar a casa me encuentro con mi madre mirándome fijamente, con esa mirada de madre en la que sabes que te va a caer una buena charla.

-¿Cuántas veces te he dicho que cuando salgas y veas que va a llover te cojas una chaqueta? ¡Mírate, estás empapado! Después no me pidas nada cuando estés resfriado.

-Lo siento, me voy a mi cuarto.

-Mejor vete a darte una ducha. Aunque antes mejor córtate un poco el pelo, que te queda muy mal ese pelo revuelto.

-Vale, ya voy…-- Y tenía razón. Me había descuidado un poco últimamente, y no me había dado cuenta que me había crecido demasiado el flequillo. Al no tener espejos en mi habitación… Cuando me apaño un poco (rara vez) siempre lo hago en el del baño, pero hace tiempo que no tengo motivos para hacerlo. 

BRILLOS OSCUROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora