Hello.

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σ

Hello from the other side
I must have called a thousand times
To tell you I'm sorry
For everything that I've done
But when I call
You never seem to be home

Hello from the outside
At least I can say
That I've tried to tell you
I'm sorry for breaking your heart
But it don't matter
It clearly doesn't tear you apart anymore

Hola desde el otro lado.
Debo de haberte llamado un millar de veces,
para decirte que lo siento,
por todo lo que he hecho.
Pero cuando llamo,
parece que tú nunca estás en casa.
Hola desde el exterior.
Al menos puedo decir,
que he intentado decirte
que lamento haberte roto el corazón.
Pero no importa,
evidentemente ya no es algo que te haga polvo.

Una habitación completamente aseada parecía el inicio de esa vida nueva de la que había estado hablando los últimos meses. El escritorio ya no era un recolector de papeles al azar, y tampoco lo era el estante por encima de él. La silla no tenía ropa sucia y desordenada, y no había restos de fruta en la mesa de noche al lado de la cama. Todo estaba en su lugar, todo estaba donde se suponía que debía estar. Esa habitación era lo único que sentía realmente suyo. El baño y la cocina eran compartidos en la pensión que estaba alquilando, pero no le molestaba, al menos no ese día.
Tomó su mochila roja y colocó en ella un libro, una camiseta y una campera por si la temperatura disminuía durante el día. El cargador de su móvil también fue a parar al fondo de ella, junto con una libreta que siempre llevaba a cuestas. Se la colocó en su hombro derecho y dejó colgar el resto en su espalda. Tomó una manzana y salió. Eran justo las siete treinta, horario en que salía a repartir el periódico en su bicicleta.
- Buen día, señora Osment.- saludó a su vecina con una sonrisa, algo que hacía de forma habitual cuando cerraba la puerta de su habitación y buscaba la llave del candado que liberaba la cadena que ataba su bicicleta a un poste en la vereda interna de la pensión.- Al parecer hará un muy lindo día hoy.
- ¿Tienes pensado hacer algo por la noche?- la mujer, sentada en una silla blanca, tomó los anteojos oscuros que llevaba puestos y se los sacó.
- Sólo llegar a casa.
- Entonces ten cuidado y no te retrases.
- La veré al regresar.
- ¿Chloe?- ella la llamó, y la pelirroja giró para mirarla, a sabiendas de la pregunta que haría a continuación.- ¿Qué llevas puesto hoy?
- Jeans oscuros, una camisa blanca y el cabello atado en una muy descontracturada cola de caballo.
- Mi hija dice que eso resalta tus ojos.
- No son tan especiales como ella los describe. Sólo son azules.
- Que tengas un lindo día, niña.
- Lo mismo digo.

Chloe Beale había ganado el cariño de todos sus vecinos al poco tiempo de llegar. Era una muchacha agradable, muy sociable, inteligente y servicial. Además gozaba de una belleza imposible de pasar por alto. Cabello rojo cobrizo, ondulado hasta los hombros. Ojos que competían con el color y la profundidad del mar en un bonito día soleado. Sonrisa eterna, hermosa, delicada. Su sola presencia llenaba el espacio de vida, frescura y alegría. Había llegado luego de pasar dieciocho meses en rehabilitación, donde había ingresado voluntariamente después de una sobredosis de drogas y alcohol que podría haber terminado con su vida. El abuso de sustancias había empezado en su casa, con sus padres, y a los quince años ya había sido ingresada a un centro de rehabilitación. Pudo ir a la universidad, y allí fue donde todo se descontroló otra vez. Tomó muchas malas elecciones, eligió los peores grupos de amigos, y nunca escuchó a las personas que en verdad se preocupaban por ella. Nunca logró graduarse, por supuesto. Y la frustración la llevó a tomar otras malas decisiones que la alejaron completamente de lo poco que le hacía bien.
Tocó fondo en una fiesta a la que había sido arrastrada por Ben, su último novio. No murió porque Stacie, una de sus mejores amigas, llegó a tiempo y la salvó. La única que había querido siempre lo mejor para ella, y la única a la que nunca había escuchado. Esa vez sí lo hizo, y a sus treinta años, fue re ingresada a un centro de rehabilitación donde se propuso sanar y nunca más regresar allí. Llevaba cinco meses sobria, y aunque la vida era cuesta arriba, al menos seguía viva.

(Re) Escribir nuestra historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora