El cielo nublado iba acorde con mis pensamientos. Hacía frío, pero había un calor dentro de mí inexplicable. Me ardía la sangre, incluso la que salía del corazón.
Decidí salir de casa, a caminar; caminar hasta que mis piernas no pudiesen avanzar más. Cuándo llegué, allí estaba.
Realmente era un acantilado precioso, merecía la pena andar tantos kilómetros para llegar allí. Hoy, el color azul, era abundante en su gama de matices. No podía mantener la mirada fija en un lugar. Mirase dónde mirase... era increíble. Es verdad, que el color del cielo me deslumbraba la vista, y tenía que entrecerrar los ojos, pero a pesar de eso, la poca visión que tenía era espectacular.
Me tumbé en una roca horizontal que había, y allí dejé mi mente en blanco para olvidar lo que me removía por su ausencia.
Abrí los ojos, me levanté y comencé a caminar. Sabía que me seguía, lo había hecho todo el rato, pero tenía miedo, no quería girarme.
Seguí con la mirada al frente y decidí preguntarle: ¿Por qué no me dejas?, dejame ya. No te quiero para nada, y tú a mí tampoco; no te necesito, ¿te enteras? Eres inexistente, sólo eres producto de mi imaginación. Porque si no fuese así, ¿por qué no me respondes, eh? ¿POR QUÉ?-dije alzando la voz-. ¿Ves?, si es que no me sirves de nada; ni si quiera para mantenerme callada.
Pero, joder, respondeme, dignate a responderme. Y no, no tengo razón,no te tengo miedo. Simplemente haces que no me concentre, que mi humor cambie por momentos, que mi felicidad dependa de la tuya, pero ¿sabes? Eso no es tener miedo. Porque la próxima vez que caigas, te dejaré. La próxima vez que intentes tirar de mí, me cortaré el alma, ya que es lo único que nos une.
Soy fuerte, déjame en paz. Tú... tan sólo tú, eres insignificante para todos. -De repente, me paré en seco, con delicadeza me agaché; agarré la piedra más cercana que tenía con la mano derecha, y en un brusco mlvimiento me giré y la lancé en esa dirección-. Sólo quedaron cristales de un espejo roto.
