Camila había disfrutado de leer desde muy temprana edad. Su padre disfrutaba de conversaciones literarias con su hija y le prestaba libros, los cuales iban escalando en historia, complejidad y entendimiento a medida que ella iba creciendo. Sin embargo cuando cumplió los doce años, su madre le regaló su primer consola de videojuegos, lo que le abrió nuevos mundos que antes solo habitaban en su imaginación.Tenía una fascinación y un amor por los libros tal que era una atracción automática para ella ver a alguien leyendo, probablemente un libro que ya había leído, pero le generaba una sensación de complicidad con un total desconocido.
Incluso con un libro bajo el brazo y sus lentes de marco grueso por su aflorante astigmatismo, derivado de un abuso excesivo de sus ojos tanto al leer cómo al jugar videojuegos, siempre observaba a la gente: en especial si estaban leyendo un libro y entonces se hacía preguntas tales como: ¿en qué parte del libro estará? ¿sentirá lo mismo que yo cuando terminé aquel libro? ¿lo habrá comprado o se lo habrán regalado? Todo el tiempo con dudas sobre aquellas desconocidas personas que se volvían sus compañeros de crimen por lo que durase ese café en un bar de Callao y Corrientes o un viaje en subte.
A su mejor amiga a veces le resultaba difícil poder entender esa fascinación o pasión que sentía Camila por la lectura. Pero Emilia disfrutaba escucharla hablar del tema, tenía una forma tan linda de hablar que siempre llamaba la atención de todos, su forma apasionada pero profunda de contar historias. Su pasión atravesaba a la gente que la escuchaba y les generaba curiosidad para tomar ese libro y vivir aquella aventura aunque sea una sola vez.
Camila nunca dejó de lado los videojuegos y por esa razón siempre se encontraba con su mejor amiga en aquel lugar que las había visto perder varias horas de su vida en su temprana adolescencia. Ahora con los estudios de la universidad no contaban con el tiempo como para continuar con sus frecuentes encuentros en ese lugar de ocio.
Eran las cuatro de la tarde y Emilia no había llegado todavía, pero nunca había sido puntual por lo que estaba acostumbrada a esperarla, siempre que tuviera un libro podía esperar horas.
—Lamento la tardanza...— dijo Emilia agitada de haber estado corriendo.
—No hay problema, me hiciste esperar hasta dos horas una vez, media hora es un paseo...— contestó Camila poniendo el separador en el libro y cerrándolo. Estaba por llegar al final de esa novela de casi seiscientas páginas y lo había empezado hacía solo una semana.
—Compremos unas fichas mientras mi hermano llega... quería hablar con vos, no sé de qué... algo de un trabajo... o algo así...
—¿Tu hermano pidiéndome un favor? Eso sí que es extraño. Gracias y que me habla cuando estamos juntas en tu casa...— le contestó con ironía.
Pasaron unas dos horas hasta que llegó aquel chico de pelo castaño desarreglado, vestido de camisa a rayas y jean azul gastado. Arturo era muy alto y atractivo al ser atlético, pero para el gusto de Camila era un idiota aunque un idiota de buen corazón.
Arturo tenía un perro que lo seguía a casi todos lados, ese perro lo había encontrado una noche de invierno donde hacía un frío bajo cero y se lo había llevado a la casa, según la anécdota que le había comentado su amiga, se había peleado con sus padres por conservarlo. Podría ser un idiota... pero tenía buen corazón.
Arturo las invitó a un café cercano para que pudieran hablar con más tranquilidad. Ordenó dos cafés y un capuchino italiano para Camila, su gusto por la canela en su café era legendario.
—Mirá...—. Arturo extendió un sobre blanco por la mesa a la mejor amiga de su hermana. Camila con su mejor cara de escepticismo tomó el sobre, que no estaba sellado, y lo abrió. Se sorprendió al ver que dentro había mil pesos en billetes de cien y cincuenta.
—Mirá, yo sé que vos y yo no solemos hablar pero sos la única que me puede ayudar. Conocí a una chica hace un tiempo que había ido con mis compañeros de la facultad a estudiar en la biblioteca pública. Hablamos y resulta que nos llevamos muy bien y ella es muy linda... y nos pusimos a salir hará unos dos meses, pero a ella le gusta leer y la verdad que a mí no y me regaló un libro... he intentado leerlo pero la verdad que me aburro a las tres páginas. No quiero quedar mal. ¿Podrías leerlo por mí?
—Sin importar cuál sea el motivo, un resumen no vale mil pesos, Arturo...— contestó Camila con serenidad.
—Lo sé, pero no es lo único que quiero que leas, me gustaría que me cuentes acerca de los libros que lee así podría llevarme incluso mejor con ella—. Antes de que Camila pudiera replicar él continuó. — Sé que estás ocupada estudiando, por eso te pagaría por cada libro que leas para mí entre quinientos y mil pesos dependiendo de qué tan largos sean y luego me los cuentes.
Camila cerró la boca antes de decir que no, para ella leer libros era una diversión y leía extremadamente rápido por lo que no era una carga. Miró el sobre y pensó en la cantidad de dinero fácil que había en esta situación. No tardó en contestar afirmativamente. Para ella estaba claro, Arturo era un idiota y uno con las letras en mayúsculas, pero ella no era tan buena como para no aprovecharse de su desesperación.
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Entre las páginas de un libro
General FictionEncuentrame entre esas páginas que compartimos.