Paris, final del invierno del 2017.

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El sol apenas comenzaba a calentar las tejas, acariciando con sus rayos rosáceos los techos parisinos del barrio Le Marais.

Un hombre alto caminaba entre los pabellones marfil de la plaza Des Vosges; la luz se deslizaba por su cuerpo solemnemente, desde la diversidad de oro y bronce de su cabellera hasta el juego de sombras que se extendía por su abrigo recto de lana.

Sus pasos calmos y su mirada serena jugaban armoniosamente con sus manos copiosamente llenas de asas de bolsas con víveres.


—Monsieur Sforza...


El hombre detuvo su andar ante el llamado; su mirada miel se dirigió a el hombre que cruzaba la calle hasta él, saludándole con la palma alegremente.


—Monsieur Angot, un gusto verle ¿Puedo ayudarle?


—Creo que en estos momentos podría serle más de ayuda yo a usted, ¿Gusta le alivie un poco con sus compras? iba en camino al Feuille de thé.


—Muchas gracias —. Hannibal extendió las compras de su mano derecha al señor Angot; un hombre un poco más bajo que él, de cabello negro y sonrisa cálida.

Un poco robusto y de piel rosada, cargaba las bolsas con cierta dificultad; él era el dueño de la tienda de té junto a el apartamento de Hannibal.


Los dos hombres cruzaron los momentos de luz que creaban los portales a un ritmo sereno hasta llegar a la tienda de antigüedades. El marco chedrón de la puerta brillaba, al igual que los cristales que dejaban ver el interior de la tienda

Se detuvieron a la entrada de la tienda, bajo la placa metálica grabada a pulso por un herrero de la provincia, "Sang et temps, boutique d'antiquités" se leía fácilmente en ella.
Hannibal sacó de su bolsillo el juego de llaves, haciendo que el tintineo de estas se escuchara a lo largo del desolado pabellón.


—Aquí tiene —. Angot extendió las bolsas devuelta, después de escuchar el pestillo de la puerta de la tienda soltarse. Hannibal las recibió cordialmente.


—¿Gusta comer algo, monsieur Angot? Encontré un perfecto laguile en el mercado esta mañana, tenía planeado preparar Aligot.


—Encantadora elección para estos climas fríos, pero me temo que tendré que negarme, una entrega de esencias está por llegar y no puedo perder al proveedor... de nuevo —. El hombre recordó con gracia el pequeño gran desastre que había significado no recibir sus encargos del mes; sobrevivió el mes con resquicios de Pokoe y Ceilán que se escondían entre sus numerosos gabinetes.


—Es una pena, espero su pedido llegue pronto —. Hannibal tomó el resto de las bolsas que había dejado momentáneamente en el piso en sus manos, sin soltar las llaves del local.

Dirigió su mirada a Angot; el frío hacía resaltar la redondez de su nariz, tiñéndola junto con sus mejillas de un rosado un tanto cómico; era una persona agradable, la primera que vio a Hannibal con las cosas de la mudanza enfrente del edificio, una madrugada de verano. —Le agradezco nuevamente sus consideraciones, monsieur Angot.


—No es nada, puede usted llamarme Didier, no hace falta la formalidad.


—En ese caso, el dirigirse a mí por mi apellido también será innecesario —. El hombrecillo soltó una risa nasal.


—Bonne journée, Massimo.


—Bonne journée, Didier. Salude a madame Angot de mi parte, por favor— Didier se despidió así con un gesto de mano antes de irse.

Hannibal entró con los víveres a la tienda. La luz matinal se esparcía por toda la estancia a causa de su choque con las numerosas piezas de cristal colgadas; cerró con llave la puerta principal, dejó su abrigo en el perchero junto el mostrador al fondo de la tienda y abrió la puerta hacia la trastienda.

Futuro ideal. [Hannigram]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora