capítulo cuatro.

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— Nada de esto habría pasado si no nos hubiésemos conocido. — Sollozó Sicheng a la par que empujaba a Yuta observándolo con cierta desesperación. Ninguno de ellos quería que eso acabara ahí pero, parecía no tener remedio alguno.

— Entonces no me volverás a ver, Winko. — Después de decir aquello, el joven de orígenes nipones se levantó del pavimento. Antes de irse, se acercó al menor para abrazarlo con fuerza, no opuso ningún tipo de resistencia.

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Nadie besó a nadie, los juegos habían terminado cuando alguien llamó al timbre. Nada podía salir mal en ese encuentro tan lindo que estaban teniendo ambos niños pero, como todo, las cosas buenas acaban y no siempre de la mejor manera.

Se escuchó un grito al otro lado de la puerta, esa voz tan familiar erizó el vello del más pequeño. Se negó a abrir por su cuenta, trató de esconderse detrás del sofá pero, eso no impidió que le encontrasen más tarde. El padre del mayor no tuvo más remedio que abrirle la puerta, a pesar de sus intentos de apaciguarla, nada funcionó para calmar la gran rabia de Hang.

— ¡Niño insolente! Me repugnas, ¿te escapas de casa después de todo lo que he hecho por ti? — La mano de aquella mujer se posó sobre el cabello del chino, lo arrastró por toda la casa de aquella manera hasta que llegaron a la calle. Ahí todo se volvió más dramático aún, las patadas llovieron sobre el estómago del pequeño, los estirones de pelo también y, no hay que olvidar los pisotones sobre su misma cabeza.

Finalmente, las sirenas policiales se hicieron presentes; el padre de Yuta había llamado a las autoridades cuando vio los maltratos a los que estaba expuesto esa pobre alma inocente. El menor tosía sangre, las lágrimas se habían juntado con aquel líquido carmesí volviendo su rostro un completo desastre.

El japonés corrió de manera desesperada hasta donde se encontraba su amigo. Trató de hacer lo imposible por ayudarle aunque, pocas cosas podían calmar el llanto del pequeño. Limpió sus lágrimas con suavidad a pesar de que luego salieran nuevas, al ver que esto no funcionaba, lo abrazó con fuerza uniéndose a la llorera.

Lo siguiente que ocurrió fue demasiado rápido para ambos. Ambulancias, detenciones, sirenas, hospital. . . El japonés se había quedado en casa, la sábana le cubría todo el cuerpo, continuaba llorando a la par que pensaba en su mejor amigo, sentía no haber podido hacer nada.

Transcurrieron un par de días, el régimen de visitas había sido abierto. Yuta y su progenitor decidieron que sería buena idea ir a ver al menor, al fin y al cabo, nadie más le iría a visitar. El mayor supuso que debería llevarle algún detalle, algo especial para él; agarró su peluche preferido para brindárselo a su compañero, así, por mucho que se separasen, siempre estaría con él.

Ambos entraron en la habitación blanquecina, el chico de orígenes chinos ni siquiera alzó la mirada para observar de quién se trataba. Tal vez eran sus nuevos padres adoptivos, la enfermera, qué más daba. El más grande se acercó a la camilla con una sonrisa nerviosa, los ojos de Sicheng se iluminaron al ver de quién se trataba aunque, luego se apagaron como si no hubiera vida en su interior.

— Nada de esto habría pasado si no nos hubiésemos conocido. — Sollozó Sicheng a la par que empujaba a Yuta observándolo con cierta desesperación. Ninguno de ellos quería que eso acabara ahí pero, parecía no tener remedio alguno.

— Entonces no me volverás a ver, Winko. — Después de decir aquello, el joven de orígenes nipones se levantó del pavimento. Antes de irse, se acercó al menor para abrazarlo con fuerza, no opuso ningún tipo de resistencia. Yuta dejó el peluche entre los brazos del pequeño para luego alejarse conteniendo las lagrimas, agarrando la mano de su padre.

¿Qué había pasado durante esos dos días? Sicheng pasó por diversas pruebas psicológicas, éstas le diagnosticaron un gran trastorno de ansiedad con riesgo de depresión profunda. Había perdido el apetito, la ilusión, todo. No era la primera vez que su madre le maltrataba pero, esa vez, esa última vez, había matado algo en su interior. Yuta era lo único que le quedaba y, lo había desechado de su vida por miedo a hacerle daño, por miedo a que todo acabara mal, por miedo.

Y, es que ese gran miedo que sentía el pequeño, iba a ser su mejor amigo durante mucho, mucho tiempo.

— Yuta. . — Susurró el chino antes de caer en un profundo sueño gracias a los tranquilizantes que le administraban todas las noches. Esto era un simple protocolo para que el pequeño durmiese, al menos, unas seis horas de tirón.

yuwin ; daddy issues.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora