Capítulo 2/Parte 1

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Me desperté más temprano de lo habitual al siguiente día. Había dejado mi ventana abierta durante la noche, por lo que un sillón y una pequeña parte del suelo quedaron empapados con gotas de lluvia y un par de hojas verdes se habían colado hasta llegar a mi cabello.

Me estire perezosamente, bostece varias veces y rasque mi cabeza otras más hasta que decidí saltar de la cama y preparar mi desayuno. A pesar de ser vacaciones, mis padres seguían trabajando con un único descanso los domingos; Y como estábamos a jueves, tenía la casa solamente para mí hasta muy tarde. Podría hacer lo que quisiera—menos una fiesta salvaje, claro—, y no tendría que preocuparme por los regaños ni insultos provenientes de mi padre.

Saque una pequeña rama de mi cabeza y me reí un poco, mientras juntaba mi ropa sucia e intentaba acomodar un poco mi cuarto—Si, se podrán dar cuenta que soy muy salvaje cuando estoy sola—. Mire al reloj azulado encima de mi mesilla de noche y de golpe volví a la realidad. Al igual que mis padres, yo también tenía un trabajo, y si no me daba prisa, llegaría más que tarde.

Sin pensarlo dos veces, me saque la ropa interior—No sé dormir con mucha ropa—, y tome una toalla gris que encontré en el pasillo camino al baño. La eché sobre mi hombro. Una de las mil ventajas de estar solo en su hogar, era que podía andar de un lado a otro desnuda sin padres desmayándose ni abuelos con paros cardiacos. Por supuesto, evitaba las ventanas abiertas y las miradas morbosas de los vecinos.

Cerré la puesta del baño por detrás de mí y deje la toalla encima del toilette—no se preocupen, está perfectamente limpio—. Giré las perillas de la bañera de mármol y cascadas de agua brotaron de ella. Heladas, por supuesto.

Deje reposando un poco el agua y miré mi rostro en el espejo. Mi enbarañado cabello oscuro se levantaba en todas las direcciones posibles, como si hubiera sido electrocutada o algo así. Mi rostro que normalmente era bronceado por el sol, se veía pálido en días como estos. Tenía una pequeña nariz respingada y unos enormes ojos entre castaño.

Cuando el agua estuvo finalmente lista, me metí a la bañera y me hundí por completo en esta. Aún no podía creer la clase de trabajo de niñera que había obtenido. Le había hecho uno que otro comentario a Maria por teléfono y ella opto por cambiar de opinión. Qué gran apoyo.

*****

Media hora más tarde me encontraba en casa de la señora Reche. Esta vez, había cambiado mi tan informal ropa por algo más “elegante”. Llevaba un vestido sin mangas verde y unos zapatos de charol marrones. Me veía más o menos decente.
La señora Reche me acompaño hacía el vestíbulo principal de su casa y se sentó a mi lado en un gran sillón negro.

—Sabes Natalia, he hablado con mi hija sobre esto, y bueno, ella realmente no está muy conforme con la idea —De nuevo estaba moviendo sus manos nerviosamente sobre su regazo—. Tal vez esta no fue la mejor decisión que he tomado así que…

— ¡No! —Dije rápidamente. Rafaela me miro con una expresión confundida y continúe—. Es decir, tal vez yo podría ayudarla. «Piensa» Usted me ha dicho qué es de mi edad, ¿no? —Ella asintió—. ¿Tiene hermanos?

—Dos Carlos y Marina. Pero son mayores que ella, ellos ni siquiera vive aquí.

—¿Lo ve? No tiene a nadie más de su edad. No quiero ofenderla, pero tal vez ella se sentiría mejor con alguien que pudiera entenderla mejor. Podría ser su amiga -Rafi asintió, convencida—. «Bien Natalia, tienes Madrid asegurado» Pensé.

—Tienes razón. Solo una cosa. —Ella vaciló—. Alba es… bueno, ella puede ser demasiado terca para alguien de su edad —Dijo mientras pasaba una de sus pequeñas manos por su cabello rubio—.

—No se preocupe. Su hija, uh, está en buenas manos —Intente darle mi mejor sonrisa, aunque probablemente me parecía más al gato Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas que otra cosa. Solo me faltaba teñirme el pelo magenta y tendría el disfraz perfecto para Halloween—. Confié en mí.

—Así lo hago. Ahora, si me disculpas, tengo que ir al trabajo —Me dijo levantándose del sillón—. Deje un par de números de teléfonos en la cocina,Si necesitas dinero pideselo a mi hija, regreso a las tres.

— ¡Esta bien! —Le dije mientras ella salía por la puerta principal y la cerraba detrás de ella. Mire hacia la nada por unos segundos—.

Estaba sola en esta inmensa casa.

Corazón CiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora