Sucedió que un domingo, cuando Utterson y su amigo, en su paseo habitual, volvieron a pasar por aquella calle, al llegar ante aquella puerta, ambos se detuvieron a mirarla.
___Bien___ dijo Enfield __, afortunadamente se acabó aquella historia. Ya no veremos nunca al señor Hyde.
___Esperemos___dijo Utterson __. ¿Os he dicho que lo vi una vez y que inmediatamente también yo lo detesté?
___Imposible verlo sin detestarlo __replicó Enfield ___. Pero, ¡qué burro me habréis juzgado! ¡No saber que esa puerta es la de atrás de la casa de Jekyll! Luego lo he descubierto, y, en parte, por culpa vuestra.
___¿Así que lo habéis descubierto? __dijo Utterson__. pues, si es así, venga, ¿por qué no entramos en el patio y echamos un vistazo a las ventanas? De verdad, me preocupa mucho el pobre Jekyll, y pienso que una presencia amiga le pueda hacer bien, incluso desde afuera.
El patio estaba frío y húmedo, ya invadido por un precoz crepúsculo, aunque el cielo, en lo alto, estuviese iluminado por el ocaso. Una de las tres ventanas estaba medio abierta; y sentado allí detrás, con una expresión de infinita tristeza en la cara, como un prisionero que toma aire entre rejas, Utterson vio al doctor Jekyll.
___¡Eh! ¡Jekyll! __gritó __. ¡Espero que estés mejor!
___Estoy muy decaído, Utterson _respondió lúgubre el otro __, muy decaído, pero no me durará mucho, gracias a Dios.
___Estás demasiado en casa __dijo el notario __. Deberías salir, caminar, activar la circulación como hacemos nosotros dos. ( ¡El señor Enfield, mi primo! ¡El doctor Jekyll!). ¡Venga, ponte el sombrero y ven a dar una vuelta con nosotros!
___¡Eres muy amable! ___suspiró el medico __. Me gustaría, pero... No, no, no, es imposible; no me atrevo. Pero, de verdad, Utterson, estoy muy contento de verte. Es realmente un gran placer. Y te pediría que subieras con el señor Enfield, si os pudiera recibir aquí. pero no es el lugar adecuado.
___Entonces nosotros nos quedamos abajo y hablamos desde aquí __dijo cordialmente Utterson __. ¿No?
__Iba a proponéroslo yo __dijo el médico con una sonrisa.
Pero, apenas había dicho estas palabras, desapareció la sonrisa de golpe y su rostro se contrajo en una mueca de tan desesperado, abyecto terror, que los dos en el patio sintieron helarse. Lo vieron sólo un momento, porque instantáneamente se cerró la ventana, pero bastó ese momento para morirse de miedo; se dieron media vuelta y dejaron el patio sin una palabra. Siempre en silencio cruzaron la calle, y sólo después de llegar a una más ancha, donde incluso los domingos había más animación, Utterson se volvió por fin y miró a su compañero. Ambos estaban pálidos y en sus ojos había el mismo susto.
___¡Dios nos perdone! ¡Dios nos perdone! __dijo Utterson.
Pero Enfield se limitó gravemente a asentirlo con la cabeza, y continuó caminando en silencio.
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El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde
FantasyLondres, invierno de 1884, el señor Utterson, el notario, relee con preocupación el testamento de su querido amigo el doctor Jekyll, en el cual se establece que "en caso de muerte o desaparición de Henry Jekyll, todos sus bienes pasarían a su amigo...