Dulce Castigo - Onichan -

3.2K 132 58
                                    

Estaba nerviosa, muy nerviosa. Nunca antes había hecho algo así, y realmente aún no sé el motivo por el que lo hice. Simplemente... Me dejé convencer por aquella pequeña arpía y le permití pasar un rato con Adrien. Ella me había dicho que iban a estudiar, tonta de mí que me lo creí.
Ya olía la victoria cuando Lila estaba a punto de salir de la mansión, pero el sonido de la puerta del despacho de mi jefe hizo que se me helara la sangre al momento.
Oh, mierda...
Gorila dio un ágil salto y ocultó a la pequeña embaucadora. Le debo una muy grande por ese gesto. Pero aquella hija de su madre decidió liármela y dar la cara. Habló a Gabriel como si le conociera de toda la vida. Con lo que él detesta eso... Su expresión ya me hacía temer lo peor mientras Lila le agasajaba, y no tardé en comprobarlo.
-Señor, es culpa mía... -dije tratando de suavizar el golpe que recibiría por mi atrevimiento.
-¡A MI DESPACHO! ¡YA!
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y la sangre me abandonó por completo. Me iba a caer una buena. Empecé a barajar la posibilidad de que incluso llegara a despedirme. Aunque, pensándolo bien, no sé cuál de las dos opciones me resultaba más atractiva en ese momento...

Entré temblando. Por mucha confianza que últimamente estuviera cogiendo con mi jefe, seguía siendo una persona tan dura que daba miedo. Su silencio se me clavaba en el pecho, y el rictus de su espalda me hacía replantearme toda mi existencia. Yo sólo quería ayudar a mis Agreste...
-¿Qué hacía esa jovencita aquí?
No sabía dónde meterme, ni cómo responder. Estaba paralizada por el terror que me infundía.
-Decidí que ella ayudará un poco a Adrien en matemáticas, señor.
-Yo decido qué es bueno para él. No es la primera vez que sus amigos te engañan.
Tenía razón, no sé lo podía discutir. Un miedo atroz atravesó mi cuerpo en una milésima de segundo. ¿Y si gracias a mi metedura de pata, el chico sufría la ira de su padre? No podía consentir que él sufriera por mis malas decisiones.
-¿Va a... Sacarle del instituto?
-No -contestó más tranquilo, cosa que me tranquilizó a mí también-, pero no permitiré que sus compañías lo influencien. Incluso creo que esta foto me ayudará a que esa chica de aleje de mi hijo de una vez por todas.
Cuando terminó de hablar suspiré. No había ido tan mal. Estaba segura de que por esta vez me libraría de lo peor. Sólo tenía que hacer mutis por el foro* y todo quedaría en un susto.
-¿Necesita alguna cosa más, señor?
-Sí...
Su voz al contestar me hizo estremecer. La mirada que en ese momento me dedicó conectó una serie de sensaciones incontrolables en mi cuerpo, y mi vientre respondió a ella sobresaltándose. En ese momento habría dado cualquier cosa porque Gabriel se lanzara sobre mí y me poseyera en ese mismo lugar. Yo, como siempre, con mis inocentes ideas de que algún día él se fije en su insulsa asistente... ¿Cómo alguien tan perfecto podría sentirse atraído de cualquier forma por alguien tan banal como yo? Quité esas tristes ideas de mi cabeza y tragué el exceso de saliva que se había producido en mi boca ante las suculentas imágenes que pasaron por mi cabeza en un segundo.
-Di... dígame.
La voz me falló en el momento más inoportuno. Volví a temblar como una adolescente que acaba de cruzarse con el chico que le gusta, sin poder evitarlo. De verdad, el efecto que tiene ese hombre sobre mí es arrollador. Sólo espero que nunca se dé cuenta de ello, podría poner en peligro mi puesto y mi relación actual con él.
Una media sonrisa de lo más sexy que he visto en mi vida, se dibujó en los deliciosos labios de mi jefe.
Ay, madre... Estoy perdida ahora mismo...
-Nathalie, hoy has actuado por tu cuenta. Has roto una de mis reglas a mis espaldas, y pretendías que no me enterara. ¿Crees que vas a salir impune de ésta?
Su tono cada vez era más ronco y a cada palabra me sonaba más erótico. Estaba perdiendo la cabeza del todo, y sabía que si seguía así podría llegar a saltar sobre él y besarle como llevo queriendo hacer tanto tiempo.
Tomé aire y pensé en una respuesta rápida y corta que no diera a entender más de lo que quería mostrarle.
-Lo siento, señor.
Genial, mi voz ha colaborado. Ahora a esperar la reprimenda y salir pitando de allí con mi dignidad parcialmente intacta. Él se acercó a mí con esa mirada depredadora que me estaba volviendo loca, y sin apartarla de mis ojos.
-No, aún no.
Oh, dios mío... Iba a caer en picado, y lo sabía. Mis labios hormigueaban y demandaban ser atendidos por él. Mi cuerpo se calentaba a pasos agigantados y mi sangre hervía en mis venas, deseándole a él. Es tan adictivo para mí... Un suspiro que salió directamente de mis entrañas se escapó entre mis labios, chocando contra su pecho demasiado cerca de mí. Gabriel debió darse cuenta de lo que eso significaba, porque amplió su sonrisa viéndose totalmente satisfecho con la escena. Abrí la boca para hablar, pero no pude. Volví a intentarlo, y fue inútil. A la tercera un ridículo gemido salió para preceder la única sílaba que pude emitir.
-Yo...
De repente noté una presión en una de mis muñecas, y todo el despacho se movió con rapidez. Cuando logré enfocar la vista, lo que tenía delante de mí era el escritorio de mi jefe, y yo estaba apoyada de manos en él. Había sido tan rápido que ni me había enterado, y aún no terminaba de asimilarlo cuando una mano se posó sobre mi cadera, apretándola cada vez con más fuerza. Solté un jadeo. ¿Qué estaba pasando? Estaba casi segura de que era un sueño, pero una palmada en mi trasero me hizo despertar de golpe.
¿Perdón?
-Ni se te ocurra moverte -escuché la voz ronca de Gabriel detrás de mi oreja.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta, inmovilizándome al instante. Aunque hubiese querido moverme no habría podido, cada célula de mi cuerpo pertenecía en ese momento a mi jefe, y sólo le respondía a él.
Su mano empezó a subir por mi espalda hasta llegar a mi cuello, bajó por mi hombro y siguió rodeando mi torso hasta encontrar uno de mis pechos y apretarlo. Yo gemí de placer, me estaba volviendo loca con ese contacto pero no podía dejarme llevar. No sabía qué intenciones tenía.
-Señor, yo...
-¡Calla! -me cortó él enérgicamente pero con un toque pícaro en la voz- Me has desobedecido y te mereces un castigo.
Ay madre...
Tragué en seco intentando anclarme al mundo de alguna manera, pero en cuando sentí sus manos buscando el botón de mi pantalón para desabrocharlo perdí del todo la razón. Moví instintivamente mis caderas hacia atrás buscando contacto con aquel hombre que me volvía loca, y lo que noté no ayudó a serenarme. Justo allí, contra mi inquieto trasero, se rozaba la enorme erección de Gabriel, totalmente dispuesto. ¿Sería eso por mí o simplemente por el morbo de hacer pagar a alguien una desobediencia? Fuera cual fuese el motivo de semejante regalo, no pensaba cuestionarlo. Lo disfrutaría igual y no preguntaría.
En algún momento entre mis turbios pensamientos, mi chaqueta fue abierta y ahora tenía las demandantes manos de mi diseñador favorito hurgando bajo mi blusa. Su contacto me quemaba, necesitaba sentirle más. Y lo iba a conseguir costase lo que costase. Volví a pegar mis glúteos contra su bien hinchado miembro y empecé a frotarle de arriba a abajo, consiguiendo arrancar jadeos trémulos de su garganta que hacían que mi cuerpo se calentara aún más. Una de sus manos entró torpemente por mi espalda y desabrochó mi sostén con bastante dificultad, pero pude notar cómo enseguida recorría la distancia hasta mis pechos liberados de su presión, y agarraba uno con ella.
Jamás olvidaré la sensación de la piel de mi jefe rozando una parte tan íntima de mi anatomía, e incluso podría decir que sigo sintiéndola aún cuando lo recuerdo. Esa delicadeza al recorrerlo, los pellizcos en el pezón hipersensibilizado, la necesidad de estrujarlo con cuidado y de sentirlo suyo... No puedo evitar calentarme al pensarlo. Es todo fuego este hombre.
-No me gusta que me desobedezcan -dijo entonces aquel adonis que me estaba volviendo loca- Y no voy a permitir que vuelva a ocurrir.
Pues si ésto es lo que me espera cada vez que lo haga, me estoy planteando no volver a acatar una orden suya, señor.
Noté en el pezón un pellizco más fuerte que los anteriores, y del sobresalto y la excitación grité de placer mientras me retorcía entre sus brazos, volviendo a rozar su dura entrepierna. Esta vez él la apretó contra mi trasero, enviando un millón de descargas eléctricas desde mi vientre por todo mi cuerpo. Dios, no aguantaba más la espera.
-Si va a castigarme, señor, hágalo ya.
Él se detuvo en seco. Sacó las manos de bajo de ropa y sujetó mis caderas con fuerza.
-¿O qué?
La amenaza más sexy y deseable que haya escuchado jamás. Me mordí el labio inferior hasta el punto de hacerme daño. Intenté erguirme, pero me lo impidió poniendo una mano en la parte más alta de mi espalda y volviendo a empujarme hacia la mesa y plantara mis palmas en ella. Tragué de nuevo, tratando de aclarar mi garganta antes de hablar.
-O me marcharé. Tengo trabajo.
Un segundo de silencio. Dos segundos. Mil imágenes pasaron por mi cabeza. ¿Cuánto tiempo pensaba tardar en reaccionar? Y cuando ya no lo esperaba, llegó. Otro azote en el trasero que hizo que se me erizara el vello de todo el cuerpo. Mi gemido debió escucharse en toda la mansión. Sin embargo, eso no hizo que Gabriel bajara el nivel de intensidad al momento.
-Tú no te irás de aquí hasta que no estés bien... -pasó las uñas por mi espalda desde el cuello hasta acabar dándome otro golpe en el mismo lugar que antes- castigada.
Las piernas me fallaron y casi me caigo al suelo de la impresión. ¿Realmente estaba pasando eso? No me dio tiempo a pensar en más, pues enseguida empecé a notar cómo mis pantalones cedían ante la fuerza de la gravedad y acababan arrugados en el suelo a mis pies. Con un simple y rápido tirón en la prenda, Gabriel Agreste me tenía a su completa disposición. Colocó su mano sobre mi braguita y empezó a recorrerla hasta llegar al centro de mis calambres, húmedo por la situación tan erótica que estaba viviendo con aquel al que siempre había considerado el amor de mi vida. Frotó la zona buscando con destreza, logrando que mi cuerpo reaccionara inmediatamente. No pude evitar retorcerme ante sus lujuriosas caricias mientras escuchaba su respiración acelerada detrás de mí. Dios, le necesitaba con cada fibra de mi ser. Y como si de un reclamo se tratara, apoyé los codos en la mesa y alcé aún más la parte que estaba siendo atacada por mi jefe. Escuché un gruñido de satisfacción justo antes de notar cómo agarraba mi ropa interior con ambas manos y tiraba de ella hasta desgarrarla.
Dios... Creo que nunca antes había deseado algo tanto como deseaba en ese momento a Gabriel dentro de mí.
Una sensación nueva, húmeda y caliente, empezó a volverme loca desde mi intimidad. Al principio me costó un poco asimilarla, pero después del segundo lametazo pude distinguir la juguetona lengua de mi jefe jugando entre mis pliegues. Subiendo y bajando por toda mi abertura y haciendo hincapié en el hinchado botón que le esperaba ansioso. No podía más con el deseo que sentía. El morbo me consumía, y no hacía más que arañar la mesa sobre la que estaba apoyada intentando contener mis impulsos y mantenerme firme. Pero lo que me estaba haciendo Gabriel superaba todas mis espectativas. Jamás había encontrado a nadie que me comprendiera tan bien y que pudiera darme tanto placer con tan poco. Así que, cuando noté que se separaba de mí, sentí un vacío y un desasosiego tremendos. Por suerte, esa sensación duró poco. Algo grande, duro y palpitante se abría paso a través de mi extremadamente húmeda entrada hasta llegar más dentro de lo que nadie había llegado jamás. Me sentía completa, me sentía llena. Tener a Gabriel completamente dentro de mí me estaba haciendo perder la poca cordura que me quedaba.
Empecé a mover mis caderas lentamente, buscando un estímulo nuevo con el que catar un poco mejor ese enorme miembro, arrancando sin buscarlo un gemido ronco de mi hombre. Aquello activó algo en mi interior, una cuenta atrás que ya no tenía remedio. Busqué con más ahínco y más turbios movimientos una vía de escape para liberar la tensión que desde hacía rato se acumulaba en mi vientre y que ahora incluso me dolía por la excitación, y cuando él sintió mi necesidad, sujetó mis caderas con fuerza, deteniendo mis movimientos un segundo.
-Tienes ganas de que te castigue, ¿eh? -esperó lo que a mí me parecieron unos 2 tortuoso años, y al ver que no respondía volvió a hablar- Contesta. ¿Quieres ser castigada?
¿Qué debía hacer? ¿Contestar que sí? ¿Que no? ¿Retarle o seguirle el juego? A la mierda, cierro los ojos y lo que me pida el cuerpo.
-Sí... -dije tímidamente.
-No te he oído, Nathalie.
-Sí, -respondí con más fuerza-quiero que me castigue, señor.
Gabriel sacó su enorme erección casi por completo y arremetió contra mí con fuerza. Grité tan alto que supe que esta vez me habían escuchado, fijo.
-Eso es... Y tu castigo vas a tener, linda.
¿Linda?
Empezó a moverse dentro de mí provocando una serie de sensaciones indescriptibles. Mi mente se nubló y sólo había una cosa en mi cabeza: Gabriel. El hombre del que llevaba tanto tiempo enamorada en secreto, me estaba haciendo suya en ese momento. No era capaz de creer lo que estaba sucediendo, pero todo mi cuerpo me aseguraba que era real. La excitación que sentía era tal que no podía controlar mis gemidos, y eso parecía gustarle a mi jefe pues cuanto más jadeaba, más rápido se movía. Yo acompañaba sus fuertes embestidas con movimientos desesperados que trataban de apresarle dentro de mí, por más tiempo, para siempre. Pero muy bien sabía que poco más iba a durar aquella placentera tortura. Mi vientre demandaba liberación.
Gabriel volvió a azotarme con energía, y esta vez el resultado fue mucho más intenso, más delicioso.
-¿Has tenido suficiente castigo? -me preguntaba mi jefe, aún dentro de su rol.
Intenté serenarme durante el tiempo justo para responder.
-No. Necesito más...
Volvió a gruñir antes de empezar a embestirme con más fuerza, volviéndome loca y haciendo que mi aguante quebrara enseguida. Empecé a retorcerme y a gemir con desesperación mientras notaba que un tremendo orgasmo se hacía dueño de toda mi existencia. Fue entonces cuando escuché a Gabriel deshacerse dentro de mí, creándome un sentimiento de poder y bienestar que no había sentido en mi vida. Moví las caderas para ayudar a mi jefe a terminar de aliviarse mientras yo disfrutaba del placer de su roce en mi interior, y él apretó las manos sobre mí aprovechando los últimos estertores de aquella ola de sensaciones que le estaba arrollando.
Cuando todo terminó, puso una mano sobre la mesa a mi lado y se dejó caer parcialmente hacia delante mientras se recuperaba y salía de mi cuerpo, temblando. Yo respiraba entrecortadamente tratando de reponerme del momento. ¿Y ahora, qué? No sabía cómo afrontar la situación. No sabía siquiera si volver a mirar a mi jefe a la cara. Lo había disfrutado, como no me pude imaginar nunca que lo haría. Pero no tenía clara la postura de Gabriel en esta situación.
Bueno, durante un rato la he tenido bien clara: detrás de mí y apretándome con fuerza.
Pensé en algo para salir de allí corriendo y poder aclararme con calma sobre cómo actuar, pero el sonido de una goma me desconcentró. Me giré por inercia y miré de dónde había venido ese ruido. Me quedé estática mirando el enorme miembro de Gabriel, latiendo aún en su mano, mientras retiraba un preservativo lleno de líquido blanco. Me resultó tremendamente erótico, y apenas pude controlar las ganas de acercarme a degustarlo.
-¿Ves algo que te guste? -preguntó con una media sonrisa pícara, sacándome de mi trance. Me había quedado embobada mirándole, qué vergüenza.
Sacudí la cabeza y aparté la vista totalmente ruborizada. Me puse en pie con dificultad y busqué la forma de componer mi ropa lo más dignamente posible.
-Señor, no creo que eso sea relevante ahora. Si no tiene nada más para mí, debo... hacer algunas cosas antes de seguir trabajando.
Él se terminó de vestir mientras me miraba fijamente. En realidad nunca he sabido qué significaba aquella mirada, pero no era la que siempre me ofrecía. Era más intensa y cargada de intenciones. Pero no sé qué tipo de intenciones. Aunque como tengan que ver algo con lo que acababa de pasar, estoy dispuesta a averiguarlo cuando haga falta.
-No te preocupes, puedes ir a hacer tus cosas. -Suspiré tranquila al escuchar eso, aunque no pude disimular una pequeña punzada de decepción por haber dejado de ser "útil" para mi jefe en ese momento. Él se acercó mucho a mí, demasiado tal vez, y me susurró al oído con voz ronca- Como vuelvas a desobedecerme te espera el mismo castigo, mi querida Mayura.
Las piernas me temblaron y tuve que apoyarme en la mesa para no caerme. A mi excéntrico jefe pareció gustarle la reacción que había causado en mí, y su sonrisa se amplió aún mucho más volviéndole el hombre más atractivo del mundo en ese momento. Yo suspiré. Mi vientre suspiró. Creo que todo mi cuerpo suspiró deseando volver a tener la oportunidad de desobedecer a Gabriel Agreste para sufrir las consecuencias. Satisfecho, pasó sus dedos rozando mis labios mientras los miraba fíjamente y yo me deshacía delante suyo. Y así, sin más, se dio la vuelta y se marchó hacia el cuadro de su mujer, donde apretó varios botones a la vez para acto seguido desaparecer por la trampilla. Yo aún me quedé un poco más recuperándome del shock apoyada en la mesa, y cuando al fin mis piernas decidieron volver a tener una consistencia sólida y hacer caso de mis designios, salí por la puerta del despacho rezando por no cruzarme con nadie de la casa hasta que pudiera llegar al aseo y recomponerme por completo.

No hemos vuelto a tener otro encuentro así. No hemos hablado de ello. Pero cada palabra que cruzamos, cada mirada que me dedica, logra encenderme por dentro de tal manera que no sé lo que aguantaré. Necesito ser castigada de nuevo. Necesito volver a ser suya. Y creo que sé cómo hacerlo... Pienso utilizar el prodigio del pavo real, pienso crear el Amok más poderoso que jamás haya existido. Pienso volver a desobedecerle.

Fin.

Notas de la autora.
*Hacer mutis por el foro: expresión que se utiliza en teatro para decir que el actor sale de escena.

Dulce castigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora