Amor

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Aquel día llegó como cualquier otro. El sol salió por el horizonte y se alzó sobre la tierra bañándola con su luz dorada y cálida. Tony despertó cuando iba a la mitad de su recorrido. Se tomó una taza de té y comió un desayuno bastante copioso, con todo: frutas, jugo, cereal, huevo, jamón, ensalada. Todo, supuestamente, equilibrado y perfecto para que su hijo recibiera lo mejor de lo mejor. Steve se había ido ya a la escuela, pero Tony no se sentía preocupado por su ausencia, según su reloj, éste no debía tardar.

En efecto, Steve llegó cuando él iba a la mitad de su desayuno y lo acompañó con algo de fruta, mientras le platicaba sobre sus clases. Como, definitivamente, el arte era lo suyo, había ingresado a una Universidad para completar su educación, a Tony no le sorprendió que aprobara los exámenes, Steve era muy inteligente, de hecho, todos los de su manada, en especial los alfa, parecían aprender todo con rapidez.

—Tengo un amigo—dijo Steve, mientras Tony se embutía un pedazo de tortilla de huevo con papas—, está en la clase de historia del arte.

Tony levantó una ceja y, luego, le miró con una pizca de celos.

—¿Qué clase de amigo? —preguntó malhumorado de antemano. Se imaginaba un chico guapo y delgado, con los mismos intereses de Steve; y la idea no le agradaba.

—Uno muy divertido, me gustaría que lo conocieras—contestó Steve sin notar el tono de Tony; parecía feliz por tener un amigo fuera de su círculo de la manada. Así que, Tony se lo pensó mejor y decidió que sus celos no tenían cabida; Steve lo quería a él, podía sentirlo, casi podía asegurar que lo olía en el ambiente.

—Ah, ¿sí? —le dijo con amabilidad—. ¿Cómo se llama?

—Thor.

—¿Cómo el Dios ese?

Steve ladeó el rostro. Tony fue más específico.

—El Dios nórdico del trueno, el que trae un martillo, ¿recuerdas? Seguramente lo estudiaste en lagunas de tus clases, aunque fuera muy someramente.

Steve lo pensó un segundo y, luego, Tony casi pudo ver la luz del foco que se le prendió encima de la cabeza, cuando recordó.

—¡Sí, como él! —dijo con entusiasmo renovado.

—Bueno, tráelo a comer un día de estos—dijo Tony llevándose a la boca el último pedazo de alimento de su plato.

Steve asintió y lo ayudó a levantarse de la mesa. Esa tarde tenían cita con el médico para un chequeo de rutina de su embarazo. Tony resolló un poco cuando estuvo de pie, su vientre no era el más abultado del mundo, pero para él ya era demasiado, y apenas estaba entrando en el séptimo mes. A Steve le hacía gracia, le gustaba verle así, aunque cada vez que se lo decía, Tony le decía que era un mentiroso y se enojaba con él.

La cita con el médico transcurrió con normalidad. Todo iba bien y los tranquilos padres regresaron a su cotidianidad. Pero al final del día las cosas dejaron de ser tan calmas como hasta ese momento.

Tony había decidido ir a su empresa para hablar de algunos asuntos con Pepper, claro que, lo hizo enfundado en una gabardina enorme, para que no le hicieran preguntas, además, no quería que le vieran tan gordo. Pepper se rió cuando lo vio con esas pintas.

—Te pareces a Sherlock Holmes, caray, sólo te falta el sombrero.

Tony bufó molesto, pero no dijo nada más.

—Apuremos esas cosas—pidió.

Pepper solícita le llevó los papeles que tenía que firmar y le expuso los problemas sobre los cuales necesitaba su opinión. Estaban en medio de la discusión para una licitación cuando apareció Bruce con el rostro sudoroso y resoplando. Aparentemente, había corrido hasta ahí.

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