Placer.

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Miró a su al rededor con detenimiento. Adelante a su izquierda una mujer, que estaba ya en sus 40. A su derecha un adolescente con un niño. Girando levemente vio hacia atrás. Un anciano, él tenía unos 70. Caminando cinco pasos llegó hasta el adolescente, se agachó a su lado y le acarició el pálido rostro con la yema de los dedos y sintiendo, con excitación, la frialdad de éste.

Sonriendo se levantó y giró hacia la mujer, que yacía en un charco de sangre seca cerca de la puerta que daba al baño. Se acercó allí y, habiendo pasado el dedo índice de su mano izquierda por la oscura sangre, se relamió los labios al tiempo que le recorría un latigazo de placer por la columna. Deslizó el dedo por la mejilla derecha de la mujer para luego lamerlo lentamente con extremo placer.

Miró detrás nuevamente. Y caminó hacia aquel hombre mayor, estaba sentado en un sillón frente a la televisión, con la cabeza hacia abajo. Desde donde frenó, a su derecha, podía verse aquel profundo corte en su cuello, del cual había rastros de sangre seca. Acarició con dos de sus dedos allí donde estaba el corte, y apretando con fuerza enterró sus dedos en el lugar, consiguiendo un daño mayor para su placer. Era una lástima, pensó, que no estuviera vivo para reaccionar a sus toques y retorcerse de dolor.

Sacando su mano del cuello del anciano, se encaminó hacia lo que quedaba de la puerta de salida, con pasos firmes. Mirando una vez más en el interior, sonrió con alegría, y salió hacia la calle, donde estaba su auto estacionado, y marchó a buscar a su mejor amigo, esperaba que al menos él le diera algo más de placer que su familia.

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