Esto es la guerra

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   Cuando el Reino de Goa entró en guerra con otro reino de una isla cercana, de inmediato se encendieron luces de alarma en las mentes de los pertenecientes a la llamada "clase baja". ¿El motivo? Las zonas neutrales. Tanto la Gray Terminal, como el Monte Colubo, formaban parte de ellas, las que no estaban protegidas por la ley, por el ejército, ni por nadie. Nadie —importante— movería un dedo si cualquiera de aquellas zonas era atacada. Y eso, fue justamente lo que sucedió.

   Fue un día doloroso, para todo aquel en el campo de batalla. Los pobres intentaban ocultarse, muriendo de violentas formas si no lo lograban, mientras que los criminales, se defendían como podían, con sus armas baratas y sus nulos conocimientos de pelea. Contra ellos, había un montón de soldados experimentados.

   Para peor, en medio de lo que sería conocido históricamente como “La masacre de Goa”, no habían sólo hombres y mujeres. Tres niños, quedaron allí. Tres niños inocentes, ajenos a la situación de su isla, cuya única meta era sobrevivir a toda costa. Cosa que a nadie le importó. Nadie se tomó la molestia de tenerles compasión, fueran de la edad que fueran. Así no funcionaba ese cruel mundo.

   Se oyeron gritos, disparos, súplicas y maldiciones. El olor a sangre, mezclado con pólvora, dificultaba la respiración de todos los presentes. El caluroso sol a nadie perdonaba. Y el mar rugía, casi con tanta fuerza como los guerreros que aún quedaban en pie. Casi con la misma indignación de los dueños del lugar.

   Ace corría al frente. Su cabello estaba enredado y lleno de tierra. Su nariz sangraba —no le sorprendería habérsela roto—. Su brazo y pierna izquierda, se habían llenado de moretones, por una muy mala caída. Le habían golpeado en la cabeza con una porra de metal, dejándole una sensación totalmente desagradable, una sensación de vulnerabilidad que lo tenía terriblemente inquieto. Y su tubería, estaba rota, pero él se negaba a soltarla. Era lo único que le quedaba, para contraatacar.

   Sabo iba a su lado. Su sombrero, sabrá el mundo dónde habría quedado. Tenía un ojo morado y se le había salido otro diente. A parte de que su tubería, tampoco estaba en muy buen estado. Su ropa estaba destrozada e irreconocible, hasta el punto de parecer sólo un montón de trapos descoloridos. Con su mano libre, sostenía como podía al menor del grupo, cuyo brazo estaba algo estirado, debido a la distancia.

   Luffy, iba detrás de sus hermanos. Ni siquiera sentía sus piernas. Además de que, al haber perdido sus sandalias hacía rato, la filosa basura del suelo le hacía daño en los pies. Tenía varios cortes pequeños en ambos brazos, y uno más grande en el rostro, a la altura de los labios. En su mano libre, sostenía su tesoro, su preciado sombrero de paja. Sus ojos estaban vidriosos, pero ninguna lágrima salía de ellos. Sentía que a su cuerpo ya no le quedaba agua para llorar, ni aire para respirar.

   Fue entonces cuando sucedió. Un mínimo error. Una fatal decisión. Cuando el niño de sombrero de paja, decidió parar, sólo cinco malditos segundos, para tomar aire. De todas formas, su brazo se estiraría, permitiéndole seguir bajo el firme agarre del, antes, niño noble. Y sí, eso fue exactamente lo que sucedió. Hasta que un desgraciado —quizá por pura maldad, o quizá, por puro instinto— apareció, alzando una espada.

   Sabo se dio vuelta al instante; pues si bien la pequeña mano que sujetaba se sentía relativamente normal, aquel sexto sentido de hermano mayor comenzó a resonar en su cabeza, haciéndole parar en seco. Y Ace, al notarlo, se detuvo también.

   Había mucha sangre. Luffy estaba unos cuantos metros lejos, arrodillado en el suelo, con la cara más horrorizada que había hecho en toda su corta vida. El rubio, preocupado, bajó la mirada hacia la mano que sostenía. Y sintió como se le cortaba la respiración. De su boca salió un sonido extraño, inhumano, haciendo que el pecoso se le acercara y mirara junto a él.

   No esperaba ver lo que vio. Una mano, una simple mano. Una sola mano, que tenía un corte a la altura de la muñeca, separándola del resto del cuerpo al que pertenecía. Dos pares de ojos se dirigieron de nuevo al menor, que miraba ahora su brazo, que no dejaba de sangrar.

   Y lo que es más curioso de todo: no le dolía. O quizás sí. Era difícil de explicar. Era como si su brazo entero se hubiera congelado. No lo sentía, pero al mismo tiempo sí. Y no había dolor, pero lo que fuera que hubiera, no era precisamente agradable. Tal vez, fue el shock. Aunque ya no tenía tiempo de preocuparse por esas cosas.

—¡Luffy!— gritaron sus hermanos, con tanta fuerza, que más de uno volteó a verles. El nombrado, puso la cabeza en alto, y los miró a ambos, con unos ojos cargados de tristeza y resignación. Una sonrisa temblorosa, surcó sus labios.

—Sigan sin mí— pidió en un susurro. Y, a pesar de que obviamente no fue escuchado, el mensaje lo captaron.

   Rápidos, arrasando con todo lo que estuviera en su camino, cuál par de tornados, los dos mayores corrieron a su rescate, importándoles poco lo que el infante les había dicho. “Una vida sin arrepentimientos”, habían jurado. Pero se arrepentirían por el resto de sus vidas, si dejaban a Luffy ahí.

   Por lo que Sabo destrozó al sujeto de la espada con bestiales golpes, más furioso que nunca. Le dejó el rostro desfigurado. Mientras tanto, Ace, sacó fuerzas que no tenía y cargó el frágil cuerpo del más pequeño, un mar de lágrimas, dificultándole la vista. Sus hermanos eran, para él, lo más preciado del mundo. La sola idea de perder a uno de ellos, estrujó su joven corazón.

   Así, los tres se marcharon. O al menos, intentaron hacerlo. Una explosión fuerte se escuchó, peligrosamente cerca de donde estaban y, antes de perder la consciencia, lo último que vieron, fueron sus propias caras, reflejadas en un charco de sangre. Después, todo fue oscuridad.

This is War → hermanos ASL.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora