1. La colina

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Consiente de mis pecados eché a andar, dentro de mi algo seguía revolviéndose, la misma fuerza que me ataba un nudo al cuello parecía exprimirme las entrañas y sacudirme la cabeza, sin motivo más que el de hacerme entrar en razón, mis nervios se quebraron y el cuerpo parecía desmoronárseme. Señales seguían llegando, aun cuando el calor de la rabia me hacía hervir la sangre cuan toro de rodeo e ignorar cualquier reacción ajena a mi firme intención de seguir lleno de cólera.

"Aun cuando el cuerpo se me haga plomo no me quedaré", pensé mientras los ojos se me enrojecían, "No pertenezco aquí, nunca hice parte de esta mentira y no pienso ser lo ahora". Con las emociones hechas polvo giré en la esquina y sin siquiera pensar en devolver la mirada caminé por horas, sin sentido, aún con los huesos enrabiados.

...

No puedo excusar mis pecados, cargo con mis miserias a mi espalda. Entre los humanos he sido el verdadero humano, la repugnante muestra viviente del error, quien ha naufragado en aguas negras con un navío de malas decisiones. No ha sido mala suerte, no me he hallado en el lugar equivocado en el momento equivocado, por voluntad propia poco a poco me he convertido en aquel que todos evitarían ser, he llenado a puñados un saco con asonantes mentiras y he pateado mi buena voluntad fuera de mí, pero esta vez el pensarlo dos veces no serviría de nada, mi respuesta seguiría siendo no.

...

Inhala, espera a que el humo te corrompa los pulmones y te amargue el aliento. Aun fuera de órbita, el cuerpo me burbujeaba de rabia y los pies ya no me soportaban por lo que, agotado hasta de mi agotamiento, me senté a morir en la colina.

Sentí el pasto entre los dedos y gradualmente fui alterando la inclinación de mi cuerpo, ahora mi nariz apuntaba firmemente al cielo, el sol me enceguecía y las hormigas empezaban a hormiguearme sobre el cuerpo. Empecé a sentir como algo me abandonaba, como la tierra me abrazaba sin que mis músculos se opusieran; sentí como una serena briza, catapultada por una ola, se metía entre mis pantalones, subía por mis tobillos y me refrescaba la rabia que contenía mi pecho.

El mar seguía aullando a una luna que aún no se hacía a la vista y mi ser escapaba en sincronía con el humo que exhalaban mis pulmones. Parecía haber encontrado el fin, mis miserias se secarían junto a mis carnes sobre una colina a la que sólo el viento podía llegar. Lo había anhelado tanto, morir en verdadera paz, hacerme polvo y viajar con la brisa, pero está vez, sólo por esta vez...

En la colina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora