— ¿Cómo te sientes? — me preguntó.
Es curioso como una sola pregunta, la más sencilla de todas, aquella que formulamos sin pensar y más que todo por costumbre, representa todo aquello que buscamos y pocas veces encontramos: Interés sincero. ¿No les ha pasado algo similar?
Casi sin pensarlo, sin tan siquiera imaginarlo acababa de terminar mi cuarto año de universidad sin la más mínima noción sobre lo que en verdad había aprendido y lo que es peor, sobre lo que en verdad quería hacer de mi vida. ¿No nos ha invadido ese sentimiento a todos nosotros de cuando en cuando? Estaba a solo un paso de terminar mi carrera universitaria, algo que se vendía por mucho más valor del que yo le daba. Estaba a solo unos meses de poder ser llamado un graduado y tener un título bajo mi brazo ¿No debería de estar contento? Se suponía que pronto empezaría una nueva era para mí y para la familia. Pero había algo más que pasaba siempre y estaba a punto de ocurrir. Cuando me entregaron la última nota de mi examen supe lo que aquello significaba: continuando la costumbre familiar, se había organizado una reunión (a la que como ya comprenderán no tenía ganas de ir) para celebrar aquel logro. Mi madre se encargó de darme la tan agradable noticia. Quería ver a mis padres pero no al resto de los familiares y yo tenía mil razones para quererlo así. Pero esta vez sería diferente. Quería decirles lo que había decidido y sabía que aquello los afectaría de manera especial.
Era increíble cómo mi madre podía conseguir que el fino tono melancólico de su voz se transmitiera a través de la línea de teléfono y originara en mi un cosquilleo tenebroso haciéndome incapaz de pronunciar un no. ¿Cómo es posible que las madres tengan tremendo poder? Yo amaba a mi madre, pero la verdad era que ella no tenía ninguna idea de lo que pasaba por mi cabeza, ni de quien era yo en realidad. Jugué en dos o tres ocasiones con la idea de decirle lo que en realidad pensaba o peor aun, lo que en realidad quería hacer pero pude hacerlo. "Allí estaré" fue lo único que salió de mis labios. Existen pocos momentos decisivos en la vida de una persona, momentos en los que se decide el camino a seguir o el infierno a vivir. Por alguna razón tenía el presentimiento que este viaje y esta reunión tendrían un poco del cielo y el infierno, entre copas de vino y comida caliente. Me sentía como naufrago sobre un pedazo de madera a la deriva pero ¿Qué era lo peor de todo? Que en realidad, no tenía de que quejarme. La peor de las desgracias de nuestro mundo, es que sin tener de que quejarnos, nosotros mismos terminamos siendo el problema. Al tener tanto de que elegir, no sabemos cómo hacerlo. Somos niños, queriendo ser adultos ¿No les parece? Yo no lo supe, ahora camino a esta reunión aquella idea cruzó por mi mente y eso que ni siquiera sabía lo que pasaría en aquella reunión.
Desde que había terminado el colegio (en si durante todo mi infancia) y durante mis estudios universitarios había gozado de buena salud, nunca me había faltado nada que comer, los negocios de mi padre iban en su peor momento y eso si me preocupaba, pero nunca me había faltado ni ropa, ni había dejado de darme mis gustos. Tanto en el colegio como en la universidad los estudios iban bien y hasta unas cuantas novias y otras tantas chicas habían pasado por mi vida ¿Qué era entonces? ¿Qué nos sucedes cuando pensamos tener todo y no somos capaces de sentirlo? ¿Qué más se puede hacer cuando el vacío se apodera de nuestra existencia? Yo solo pensé que, después de todo, solo se puede llenar aquel vació con algo más y aquello se llamaba vocación. Aquella noche antes de viajar, me tire sobre mi cama, abrí una botella de Vodka que tomé de manera pausada y deje que el tiempo volara hasta que fuera el reloj quien me indicara que era hora de partir.
— ¿En verdad quieres saber cómo me siento? — respondí.
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La reunion
Short StoryCuando una simple reunion se transforma en una ventana a un pasado que nos puede o abrir o cerar un futuro