La Reunion - Parte II

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Cuando estacioné el auto, mire el reloj. Eran las seis de la tarde y se suponía que la reunión no empezaría sino hasta las siete de la noche. Había llegado demasiado temprano. O Quizás no. Decidí utilizar el tiempo, salí del auto, cerré la puerta y camine hasta mi casa. Toque el timbre a pesar de tener la llave y de inmediato (¿Estaría esperándome justo detrás de la puerta?) mi hermana abrió la puerta y saltando al verme, me recibió con el más grande y sincero de los abrazos. Siempre nos habíamos llevado muy bien, a pesar de tener puntos de vista radicalmente diferentes en casi todos los temas. Le devolví el abrazo un abrazo, cerrando los ojos sintiéndome otra vez el hermano menor. Mi hermana era mayor que yo y había desarrollado casi una instinto casi maternal para conmigo. Me quería de verdad y era una de las pocas personas a las que yo respeta y quería. Pero éramos muy diferentes y tenía ciertas dudas de que ella me entendiera después de todo. Crucé la puerta, recorrí el pasillo que atravesaba el jardín hasta la puerta principal. Contrario a otros años note el jardín descuidado. Antes, sobre todo en verano, mi madre se encargaba de que el jardín luciera espectacular formando una alfombra verde, custodiado por un ejército de flores de todos los colores. El jardín que veía ahora ya no era el mismo de antes. Cruzando la puerta principal, el corredor se dividía en dos secciones: la parte más ancha conducía a la sala principal y la parte más angosta a una sala más pequeña que hacía de oficina. Al costado de la sala principal se encontraba el comedor (reservado para visitantes agradables o cenas especiales). Al fondo de la casa, un patio grande y un jardín.

Fue muy extraño regresar después de varios meses. ¿No les ha pasado algo similar? ¿Cómo me sentía? Eso era lo que yo quería saber. Sabía que pronto vería a amigos, familiares. Pero yo solo quería algo de silencio, ver a mis padres y repasar una vez más la decisión que había tomado. ¿Cómo se responde a una pregunta cuando es sincera y uno quiere contestar con el corazón? El volver a ver aquella sala, que había visto mis carreras de niño y travesuras de joven, resulto en un sentimiento extraño, dulce y amargo, melancólico y feliz. Me podía recordar corriendo a través de los muebles, pero de aquel niño feliz ya poco quedaba. Pase la mano sobre los muebles, casi acariciándolos. Mire con atención casi infantil cada uno de los ángulos escondidos y el suave reflejo de la luz sobre la mesa de vidrio central. Y siendo joven descubrí lo que es la nostalgia, cuando los sueños se duermen en el pasado y uno tiene que afrontar la realidad.

— ¿Cómo te ha ido? — preguntó mi hermana —tiempo que no sé nada de ti.

Tuve que decirle que bien. ¿Qué otra cosa podemos decir cuando no queremos hacer daño a los seres querido? ¿En qué momento se ha volvió la hipocresía nuestra única arma de protección? Después de escucharme, mi hermana empezó con uno de sus famosos monólogos contándome sobre lo que había pasado, sobre sus enfermedad y sobre cómo se había peleado con una amiga o que había pasado con su esposo. Tuve que esforzarme por no perder la concentración ante tal torrente de palabras. Después de unos minutos, tuve que interrumpir a mi hermana y le pregunte por mi madre. Tenía esa costumbre de ser muy directo en mis comentarios, hecho que me había traído muchos problemas, ya que la gente de hoy están tan acostumbrada a las falsas caras, que no tolera cuando alguien habla sin filtros y sin adornos, aunque diga la verdad. Pero si algo había aprendido, era que la verdad no es más que un ilusión, moldeándose como el oro bajo el fuego de las manos de algún orfebre audaz. "En la cocina" me respondió con cierta amargura.

Al entrar a la cocina, mi madre sintiendo mi presencia y sin siquiera voltear la cara para mirarme, se dio media vuelta, dejo el cuchillo con el que estaba cortando carne sobre la mesa, se limpió las manos sobre un secador y casi corrió a mi encuentro. Me dio el abrazo más sincero que un ser humano pudiera recibir y lo acompaño con un fuerte beso. Fue una sensación extraña, el sentirme por el lapso de dos segundos libre y sin preocupaciones, como cuando era niño. Pero ya no lo estaba. Por aquellos dos segundos, volví a ser el niño que creo jamás deberíamos dejar de ser ¿no lo creen? El olor de la comida (mi comida favorita) inflaba mis pulmones de alegría. La presión interna de mi corazón y de mis músculos era demasiado grande como para poder resistirse. Me acerqué, levanté una por una las tapas de las ollas, aprecié el graneado del arroz, disfruté del sabor a almendras y ajo, el color amarillo de la salsa y el aroma del vino. Tome una cuchara, probé de cada olla, soplando para no quemarme. Mire a mi madre, sonreía (como siempre lo había hecho) pero yo entendía que sus ojos decían otra cosa.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó y fue la primer vez que escucharía esa frase de manera sincera aquella noche.

Cuando tenía doce años solía llegar del colegio, tirar mi mochila por donde cayera (casi como lo había hecho hoy) y comer lo primero que cayera en mis manos, abriendo cada una de las ollas y probando de ellas. Mis amigos del colegio siempre decían que yo era afortunado ya que en mi casa siempre se comía bien. Y tenían razón y hoy no iba a ser la excepción. Por aquel entonces, con Rodrigo, Antonio y Carlos, mis amigos del colegio, solíamos reunirnos por las tardes a la salida del colegio para conversar (hoy no sabría decir de que) horas y horas sobre lo que íbamos a hacer el fin de semana, sobre las ultimas noticias del colegio, las últimas películas y por supuesto sobre las chicas. Solo cuando la noche estaba muy avanzada, ya sea por voluntad propia o por el llamado de sus padres, se iban. Solían irse cuando el reloj daba las ocho de la noche (increíble como el tiempo cambia con los años), hora en la que mi papá venía del trabajo contento, dispuesto a compartir con nosotros lo que le quedaba del día. Solo entonces me ponía a hacer las tareas. A pesar de mis buenas notas, odiaba estudiar. O mejor dicho, odiaba perder el tiempo en temas que no me interesaban. Creo que a todos nos pasa ¿no es así? ¿Cómo te sientes? La pregunta seguía retumbando en mis tímpanos. Eso era lo que quería decir desde el momento que había cruzado la puerta pero aún no podía ¿Cómo me hubiera sentido ahora si en aquel día hubiera elegido con el corazón y no con la cabeza? Fue un gran asombro para todos (familiares y amigos), cuando anuncie en una de nuestras reuniones que había decidido estudiar una carrera técnica. Creo que nadie entendió lo que aquel sacrificio significo para mí. O quizás solo una par de personas. Recuerdo aquella noche, cuando después de mil risas dibujadas en mi rostro, los desdibuje mientras me retiraba a mi cuarto. Mi madre entró pocos segundos después. "¿Te sientes bien?" preguntó para luego agregar "¿Te sientes en verdad bien?" Fue una de las pocas veces que le mentí. Y ella me respondió con un beso, un "gracias" y un "lo siento".

Yo estaba de pie, mirando la escalera que me llevaría a cuarto. Existen momentos en los que las decisiones, las verdaderas decisiones deben decirse donde uno menos lo espera. Quizás después de todo, la vida había querido que aquella reunión se efectuará por algún motivo pero no es también cierto que después ¿No nos queremos imaginar que nuestra vida tiene un propósito superior y de que nuestras decisiones son algo cósmico que hay que interpretar? ¿O no somos solo seres humanos que cometemos errores y los volveremos a cometer si no aprendemos de ellos?. Mientras subía las escaleras me acorde de aquel día de agosto de mi último año de colegio cuando después de haber estado en la casa de Carlos ayudándolo a acomodar los últimos posters de autos sobre las paredes de su cuarto y después de haber jugado playstation hasta las diez de la noche, llegué a mí casa encontrando la sala y el comedor oscuro, pero con alguien en su interior, escondido entre las sombras. En la sala había una sombra, sentada en la oscuridad, mirando al patio. Era mi padre. Escondía su rostro y lloraba para sus adentros,. Mi padre no podía dejar escapar ni una lágrima de sus ojos. Costumbre que mal he heredado. Me acerqué, me senté a su lado y por unos minutos no dije nada. Luego le pregunte sobre lo que le pasaba. Su explicación fue sencilla, dura, directa y triste: No había trabajo y pronto no habría dinero. Los tiempos no estaban para sueños. Y comprendí en su mirada la misma expresión de mi madre "Lo siento".

La reunionWhere stories live. Discover now