Una niña se despierta. El sol está muy alto: ha dormido más de lo normal. ¿Qué se habrá perdido en las primeras horas de la mañana? Siempre le pasan tantas cosas...
Entre los paños que cubren a medias la pequeña ventana le parece distinguir una silueta. ¿Hay un animal al otro lado? Lo que calcula que es la cabeza se mueve a espasmos, como las cabezas de las gallinas a las que hoy no llegará a tiempo de alimentar porque las horas del grano ya quedaron atrás. Unas alas se abren y se repliegan. Sí, es un pájaro. Pero mucho más grande que los que suelen visitar la casa en esta época del año.
Alrededor del cuerpo del ave la luz no es blanca, ni dorada. De la sombra negra que es su cuerpo oculto emana un halo caleidoscópico, unos marcadísimos rayos de colores diversos que se vuelven borrosos conforme se alejan de lo que debe de ser su origen, un vivo plumaje.
La niña se levanta del colchón húmedo y se acerca para apartar las telas y poder observarlo directamente. Cuando su mano está a punto de correr el velo, el pájaro gorjea y la niña se asusta. Nunca había escuchado un sonido así. Pero está decidida: tiene que verlo antes de que alce el vuelo.
Nerviosa, arranca las precarias cortinas. El ave queda expuesta ante la niña, quien no puede evitar gritar por lo que descubre.
La criatura es enorme. Agita un pico tan sólido como afilado, una protuberancia azulada que aporta un aspecto pesado a su cabeza, la cual contrasta con la finura de sus plumas, delicadísimas y, a la vez, densas y compactas como el pelaje de un visón. Su larga cola se retuerce como la de un gato. El ser derrocha pureza.
Lo peor son los ojos. La niña está segura de que no pertenecen a este animal. Fueron robados, imagina, de un ejemplar disecado. Hechos de vidrio y, sin embargo, la están mirando.
Aunque la niña es mirada constantemente, día tras día, allá donde va, nadie la había mirado así, nunca.
Los ojos muertos comienzan a rotar en el interior de las cuencas. La niña llora, salta, se esconde entre las sábanas. El pájaro le dice que no se aparte de él. Es justo que le tenga miedo, pero no puede irse porque debe escucharle antes. El pájaro, sí, ha hablado.
—Un acontecimiento importante te espera hoy. Sucederá tan pronto como me vaya. Prepárate.
La niña —es tan pequeña— no termina de entender. No es capaz de reaccionar. Pero desea que el pájaro no la abandone, que la acompañe en las muchas horas que aún faltan hasta que el día, el hoy del pájaro, acabe. No quiere que vuele, no quiere que una pluma oscile en el aire de su habitación después de que las garras se hayan despegado de la superficie, ojalá no deje tras de sí una estela verde y roja y azul cuando le vea elevarse casi en vertical hacia las nubes, como está ocurriendo ahora mismo.
La pluma toca el suelo polvoriento. El pájaro se ha marchado.
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Una niña en el país de los pájaros
FantasyUna niña se despierta y encuentra un pájaro en su ventana. El pájaro, de pronto, habla. Le dice que un acontecimiento importante está a punto de suceder y que después de que ocurra deberá escapar. Pase lo que pase, le advierte, tendrá que persistir...