Día uno: Baile

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"En primer lugar, los ángeles no bailan. Es una de las características que los distingue. Tal vez escuchen con interés la Música de las Esferas, pero no sienten la necesidad de levantarse y ponerse a bailar al son." (p. 247 – Buenos presagios, Terry Pratchett & Neil Gaiman)

A Crowley le encantaba bailar. Lo disfrutaba bastante, y no es que fuera demasiado bueno en ello (¿Algún demonio lo era, realmente?). Sus movimientos muchas veces eran descoordinados y otras tantas sin gracia, pero el demonio lo disfrutaba y dicen que eso es lo que importa. En el pasado muchos se burlaban de él, pero en la actualidad sus descuidados pasos de baile pasaban desapercibidos en los ritmos de reggaetón que constantemente sonaban en las discotecas.

Aziraphale prefería, como es bien sabido de los ángeles, simplemente escuchar la música (mayormente clásica) a bailar algo, y no era para menos. El hecho de haberse esforzado tanto en un baile como la Gavota para que luego pasara de moda y jamás volviera es algo que decepcionaría a cualquiera, y por mucho que lo intentó en el pasado, ningún estilo de baile fue lo suficientemente llamativo como para dedicarle el tiempo necesario.

— ¡Mira el nuevo paso que aprendí anoche, ángel! —Solía decir el de cabello rojizo luego de una noche de disfrute personal y una buena sacudida de cuerpo. Entonces le mostraba movimientos que fácilmente podían ser confundidos con provocaciones sexuales, los que hacían sonrojar al de ojos azules, quien volvía su mirada al libro que constantemente era interrumpido por la serpiente.

— Difícilmente esos pueden ser llamados "pasos de baile", querido. —Era la respuesta del ángel que no estaba muy de acuerdo con las expresiones corporales modernas y la música con un sin sentido de palabras y una base repetitiva donde cualquier cosa que dijeras sonaba relativamente bien. La especie de puchero que ponía Crowley cuando recibía esa respuesta lograba llegar al corazón de su amigo y éste volvía a sonreír— ...pero debo admitir que se ven bien cuando tú los haces.

A Aziraphale no le gustaba romper el corazón de su preciado demonio. Aunque el otro decía que tenía un corazón de hierro, el rubio sabía que no era cierto, que en el fondo (y si quería) Crowley podía ser bastante sensible y bueno, algo que no diría en su cara, por supuesto, si quería mantenerse en buenos términos con él.

En más de una ocasión el de ojos color miel intentó tomar la mano del ángel y enseñarle a moverse como tan bien había aprendido, pero este siempre se negaba a ello. No quería. No le interesaba un estilo de baile tan sexualizado y poco agraciado como era ese, y siempre se negaba de forma dulce y esperando que el otro no se sintiera mal ¡No era su culpa que los humanos hubiesen inventado un baile como ese! ¿Acaso eran animales? ¿Se guiaban sólo por su instinto? Increíble. Seis mil años en aquel lugar y aún no comprendía de todo a esas creaciones del todopoderoso (aunque no podía negar que, de vez en cuando, le maravillaban), pero ¿quién era él, de todas formas, para juzgar las decisiones del creador?

Crowley de verdad, de verdad, quería bailar con su ángel, no solo porque encontraba fascinante cada paso nuevo que lograba manejar, sino porque siempre le gustó el rostro inundado de felicidad que demostraba el rubio cada vez que bailaba la Gavota en el club de caballeros. No es que espiara, por supuesto que no, es que justo se cruzaba con las ventanas de ese club, y justo lo hacía los días que Aziraphale participaba, y no había más opción que quedarse a ver de forma escondida todo ese espectáculo que se producía dentro. Eso era. Quería ver el deslumbrante rostro de aquel ser en su máxima expresión... pero si no le gustaba bailar como en el nuevo siglo, ¿entonces cómo podía convencerle?

Ese día se decidió a hacer algo diferente. Si a Aziraphale no le gustaba la intensidad de esos bailes, se encargaría de encontrar algo que realmente fuese a disfrutar. Algo suave, algo tranquilo, algo especial solo para el rubio.

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⏰ Last updated: Oct 01, 2019 ⏰

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