El Bosque de Piedra 🌳

1.1K 42 2
                                    

la leyenda describe como una niña preciosa y encantadora, nacida en el seno de una familia pobre de un lugar conocido como Azhedi. Sus padres la llamaron Ashima, término equivalente a oro. Poco a poco Ashima fue creciendo hasta convertirse en una muchacha inteligente, afable, diestra en la danza y el canto, con una voz cautivadora y una belleza que recordaba a la de la flor de una camelia.
Ahei, un muchacho sincero, honesto y valiente que, tras ser ejecutados sus padres por un funcionario del gobierno, tuvo una vida miserable en la que sufría constantemente la dureza del hambre y las inclemencias del frío como esclavo de un acaudalado terrateniente.
En una ocasión coincidió en las montañas con Ashima, que estaba pastoreando su ganado, y el capricho del destino quiso que, en ese momento, los padres de la joven adoptaran a Ahei como su hijo y que ambos crecieran desde entonces juntos, unidos por la inocencia que caracteriza esa edad. Con el paso del tiempo, el muchacho se convirtió en todo un ejemplo para los otros jóvenes mientras su temperamento destacaba por la calma y la persistencia que caracterizan a un pino que crece aislado en la montaña, que prefiere partirse antes que curvarse y humillarse. Era hacendoso e inteligente, cualidades que potenciaban sus muchas habilidades: la productividad de sus cultivos lo hicieron un gran agricultor, los caballos que criaba eran tan rápidos que parecían desplazarse volando, era certero en el tiro con arco y tenía una gran maestría con la flauta, con la que podía tocar placenteras y conmovedoras melodías. La admiración que Ashima sentía hacia él en secreto fue acrecentándose hasta que no tuvo más remedio que abrir su corazón y confesarle su amor, tras lo cual ambos juraron casarse. Sin embargo, Azhi, el hijo del adinerado terrateniente Rebu Bala, tras haberse encontrado por casualidad con Ashima y haber sido testigo de su belleza, tomó la firme decisión de convertirla en su esposa y, para ello, pidió ayuda al casamentero local, Haire.
Era este un magnífico orador y, sirviéndose de su excelente elocuencia, describió a Ashima las riquezas con las que contaba la familia de Rebu Bala, así como lo feliz que podía llegar a ser su vida si se casaba con su hijo. Sus intentos fueron en vano, pues no fue capaz de convencer a la muchacha, que le contestó que el terrateniente no era una buena persona. Dándose por vencido, Haire la amenazó recordándole que Rebu Bala tenía dinero y poder, por lo que se aseguraría de castigar a su familia como merecía. A pesar de ello, Ashima continuó ignorando sus palabras, pues estaba ilusionada con su futura boda con Ahei. Pronto llegó el otoño y Ahei tuvo que marcharse a pastorear su ganado al sur de la provincia. La familia de Rebu Bala aprovechó su ausencia para secuestrar a Ashima y obligarla a casarse con Azhi, pero esta, que estaba dispuesta a morir antes que ceder a sus pretensiones, se negó rotundamente. La joven recibió una gran cantidad de golpes y, herida, fue encerrada en una celda oscura. Cuando Ahei se enteró de la noticia, se apresuró a volver desde los lejanos campos en los que se encontraba. Para impedirle la entrada a su hogar, Azhi maquinó todo tipo de planes con los que hacerle la vida imposible e incluso organizó multitud de duelos en los que se batió con su adversario. Ambos compitieron cantando, trasplantando árboles o sembrando semillas, entre otras habilidades.

Pero en todos los lances, Ahei salía victorioso. Ante tal humillación, Azhi dio la orden a un esclavo para que liberara tres tigres para matar a Ahei, quien logró abatirlos con su arco y pudo, al fin, salvar a su amada. No obstante, ni Rebu Bala ni su hijo estaban dispuestos a darse por vencidos, por lo que, conducidos por la malicia, rogaron al dios de los precipicios que ahogara a los dos enamorados en el camino de vuelta a su hogar. Al pasar por un río, Ashima fue atrapada por las revueltas aguas de su impetuoso caudal y, por más que la buscó, Ahei no fue capaz de encontrarla. Finalmente, fue la diosa del eco de los doce precipicios quien la rescató y, tras ello, le confirió la apariencia de una roca y la convirtió también en diosa del eco y, a partir de entonces, no tuvo otra alternativa que repetir todo aquello que oía. Ahei, sin poder superar la pérdida de su amada, no dejaba de gritar afligido: "¡Ashima! ¡Ashima!" pero ella no podía sino devolverle su nombre: "¡Ashima! ¡Ashima!", pues su belleza y el encanto de su voz habían quedado petrificados para la posteridad en un bosque de piedras en el que acompañaría, hasta la eternidad, a los miembros de la etnia sani.

 Ahei, sin poder superar la pérdida de su amada, no dejaba de gritar afligido: "¡Ashima! ¡Ashima!" pero ella no podía sino devolverle su nombre: "¡Ashima! ¡Ashima!", pues su belleza y el encanto de su voz habían quedado petrificados para la poster...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Leyendas De Amor Cortas Y No Tan CortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora