The Moon

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   Todo fue como se puede esperar en una relación. Estuvimos un tiempo viéndonos, nos besamos a la tercera cita, seguimos más allá, y finalmente empezamos a salir a los tres meses de conocernos. Estaba enamorado hasta el punto de no fijarme en nadie más. La quería con todo mi corazón, y ella a mi también. Las noches juntos eran simplemente más hermosas y cuando me despertaba a su lado me sentía completo. 

   Pasaron los meses y los años, y nos mudamos a un pisito céntrico. Tea era la luz de mis ojos y mi ansia de vivir, la brisa que calmaba mi ajetreada vida de trabajo constante y la llama que por la noche me consumía en lujuria, y nuestra relación era tan sana que no existían preocupaciones de pareja. Era la vida perfecta, y cuando pensábamos que no podía irnos mejor, una tarde de verano me dio la noticia: estaba embarazada.

   Fueron ocho meses y medio de ilusión. Con los ahorros de nuestra vida decidimos irnos a una casa en las afueras que tuviese un colegio cerca y todo lo necesario para que nuestro hijo o hija viviera feliz y a gusto. Me imaginaba como la persona más afortunada del mundo por tener a una pareja tan maravillosa y un niño o niña en camino.

   Pero todo lo que sube baja. Poco antes del noveno mes, Tea comenzó a tener dolores muy intensos, vómitos constantes y desmayos repentinos. No era culpa del bebé, era ella que después de mucho tiempo aguantando no podía soportar la pérdida de energía que suponía tener un bebé completo dentro suyo.

   El parto fue sangriento, doloroso y trágico. Estuve en todo momento a su lado, viendo como su llama poco a poco se extinguía, y fue peor después de la cesárea. No duró viva ni tres horas después de dar luz a nuestra hija, y dos de ellas las pasó inconsciente. Ese día, que iba a ser el mejor de mi vida, pasó a ser el peor, sin duda alguna.

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