Día tres: Cebo

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Des se había estado ocultando de su destino recluyéndose en su castillo sin abandonar las obligaciones de su título, si esa fuerza cósmica le había tendido una trampa para obligarlo a seguir su cause, él había mordido el cebo cuando aceptó reunirse con los embajadores del Norte.

— Cuando me informaron que los embajadores se encontraba aquí, nunca esperé al Señor del Norte —dijo a modo de saludo a los hombres que le esperaban en el gran salón. De piel clara, brillantes ojos verdes y cabellera azabache, el aludido saludó con una leve inclinación.

—¿En qué puedo ayudarle? —cuestionó al hombre.

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