Capitulo 1: Un duro día

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Ahora, sé que muchos se estarán preguntando cosas como quién demonios es Lou, por qué termine en esta situación, si soy tan guapo como creen, y miren, no los culpo, a fin de cuentas ustedes no lo pueden controlar. Otros tantos de ustedes se deben estar planteando si de verdad vale la pena gastar su tiempo en mi, así que para convencerlos les explicaré con lujo de detalle todo lo que pasa en los que podrían ser mis últimos momento con vida, eso y porque al parecer usteded pueden leer esto dentro de unos años y para mi apenas habrían pasado unos segundos... qué suerte tienen algunos.

Bien, todo comenzó cuando yo nací... ¿qué? ¿que si es un chiste forzado? Pues sí, pero es parte de mi encanto, les recomiendo que se vayan acostumbrando. ¿En dónde estaba? Ah, sí, regresemos un par de meses en el tiempo hasta la época en que vivía la vida como todo un ganador.

*Se recomienda escuchar The Setup by Favored Nations a partir de este momento.*

Ahí estaba yo, conduciendo mi bello Chevy Azul del año 2003 bajo los brillantes y para nada cancerígenos rayos del sol. Admito que aún naciendo en mi preciosa Red Crow City, famosa por estos rumbos por ser la ciudad en donde solo se llega a morir, aún me sorprendo con los lugares que no frecuento mucho, quiero decir, me sé de arriba a abajo la mayoría de lugares que esta jungla de concreto tiene para ofrecer; desde los barrios y callejones donde crecí y hacía mis primeros trabajos para el jefazo, hasta los gigantes bloques de apartamentos y oficinas lujosas a los que nunca he entrado, y que probablemente jamás entre en ellos. Aún así no me dirán que no es raro ver un Starbucks donde antes estaba la lavandería de Rose que servía de fachada para el laboratorio de metanfetaminas de mi amigo Raúl, como sea, iba pensando en ir a mi bar favorito cuando de pronto una patrulla de la policía estaba exigiéndo que me hiciera a la orilla y detener el vehículo.

Cuando hice lo que el policía me pidió con tanta amabilidad, casualmente al lado del dichoso Starbucks, un agente se bajó de la patrulla para llegar hasta mi ventanilla. Al ver su rostro, con una barba canosa y nariz ancha, acompañada con un eterno seño fruncido, solo se me pudo escapar una voz elevada pero sin llegar a gritar.

– ¡Oficial Robledo!, qué milagro, ¿cómo lo trata la vida?

– Mike, es la sexta vez que te detengo por ir de tonto a hacer sabrá Dios qué cosas, mira, no soy tu padre como para andarte cuidando todo el día, y menos si no cobro. – dijo él solo mirándome de reojo y con una voz algo cansada.

– Vale, vale, sé que me he retrasado con mis "pagos por salvarme el trasero" cuando dejo mucha evidencia, pero no crea que es porque me lo gasto en drogas y alcohol, la verdad es que los contratos han escaseado últimamente y...

– Lo que tú digas, solo apresúrate en conseguir mi dinero, – interrumpió el viejo policía – y córtate ese cabello, que no eres Steven Seagal como para traer cola de caballo.

Y en ese instante la realidad me golpeó con fuerza, ser un asesino, ladrón, cazarrecompensas, filántropo, playboy y astrofísico nuclear no estaba siendo tan bien remunerado en los últimos años. Y por si aún no queda bien claro, tenía planeado irme en mi chatarra azul a alcoholizarme con el poco dinero que me sobraba, hasta que mis problemas se solucionaran o me diera un coma etílico, lo que pasara primero; ese era el plan antes de irme a mi departamento donde seguramente la casera me pediría el dinero de la renta, mismo que no iba a tener porque estaba a punto de beberlo en forma de cervezas bien frías, pero bueno, ese era el plan, y hago un énfasis en el "era".

Para cuando llegué a "El dichoso bar" (y no, no me lo inventado el nombre), fui bien recibido desde la barra por Marcus, el dueño del lugar y viejo amigo mío. Su calva, temple, estatura y cara arrugada como de Jean Reno en The Professional, le ayudaban a mantener su negocio limpio de otros patanes y busca pleitos que no fueran yo, créeme, se lo merecía, es un hombre gentil y el más humano que he conocido.

– ¿Mike, qué te sirvo hoy?

– Dale lo mejor que tengas, yo invito. – la pregunta fue respondida por alguien ajeno a mi, cosa que me tomó por sorpresa y que me hizo buscar con la mirada al que dijo eso.

Ahí estaba, sentado a la orilla del bar, de reojo parecía alguien pálido, con una melena rizada color avellana; su barba, igual de frondosa que su cabello, acompañaba bastante bien a su en exceso formal para un bar de mala muerte y con tanto estilo como este, imagínate a Bob Ross, pero menos pacífico.

Me pareció buena idea acercarme a la barra para preguntarle la identidad del desconocido a Marcus, quien tenía ese típico mandil blanco de carnicero sobre la ropa de trabajo.

– ¿Quién es el que me va a pagar el vicio? No lo había visto antes.

– Llegó hace unas cuantas horas y me preguntó por si había un sicario por aquí que estuviera dispuesto a todo. Voy a empezar a cobrarte diez dólares de regalías por cada trabajo que te consiga.

– Con un carajo, Marcus, ya te dije que mercenario suena mejor, y ya mandé a hacer un millar de tarjetas de presentación que dicen "mercenario". Como sea, yo vine buscando cobre y me encontré oro, si el loco de allá me va a pagar los tragos, llévame el vodka que tanto me gusta a la mesa de mi posible nuevo cliente, mientras veré qué necesita.

– Está bien, quiero mis diez dólares aunque no consigas el trabajo.

Le dije que sí con el pulgar elevado mientras me hacía ideas de por qué todos me estaban cobrando ese día. Ya una vez sentado con el barbón ese, puse los *codos* en la mesa para verme imponente. Él, naturalmente, volteó a verme directo a los ojos; fue entonces que pude notar una señal de alerta, algo que me decía que eso no iba por buen camino pero que yo pasé por alto (¡desde aquí te maldigo, Michael del pasado!), sus ojos tenían un inusual color amarillo, y casi les puedo jurar que brillaron en algún punto de nuestra conversación.

El caso es que seguí como si nada.

– Mi representante me dijo que necesitas a un verdadero profesional, y como me pagaste el veneno de hoy, ¿qué puedo hacer por ti?

– De lejos no parecías tan joven, y por muy bueno que seas, no quiero sangre de niño en mi conciencia, disfruta tu jugo de uva, yo me voy. – el infeliz sí tenía intenciones de irse, se estaba poniendo de pie.

– ¡No, no te vayas! Amigo, necesito este trabajo, tampoco debes pagarme mucho, estoy bien con que me pagues lo suficiente para terminar el mes. – y hasta ahí llegó lo que me quedaba de dignidad.

– El dinero no es problema, chico, eres demasiado joven para algo como esto, dudo que puedas con el trabajo.

– Tengo 25 años, ya no soy un niño, además, yo me río del peligro.

– ¿Ah, sí? Veo que tienes agallas, y si de verdad estás dispuesto a todo, requiero tus servicios para que asesines a alguien.

Acto seguido sacó de su bolsillo un fajo de billetes más ancho que mi mano, por un momento me pregunté si eso de verdad le cabía en el pantalón.

– ¿Con esto será suficiente?

Nada más vi lo que estaba dispuesto a pagar y de inmediato me puse a regatear para sacarle un poco más de efectivo del que alguien como yo merece.

– Bueno, ningún trabajo es sencillo, se necesitan materiales y buen equipo, con eso consigo todo lo necesario pero yo me quedo sin ganancias. – que no se noten mis intentos por recuperar mi honor.

– Eres ambicioso, niño, eso me gusta. Hagamos esto, si cumples con todos los requisitos y el homicidio es un éxito, todas mis cuentas bancarias son tuyas.

Mi mandíbula fue a dar al suelo, no sabía si Bob Ross, como decidí apodarlo, estaba loco y quería tomarme el pelo o si era de verdad pero si no le importaba darme hasta sus zapatos, ¿quién soy yo para decirle que no?

– Mientras más ceros a la derecha tenga mi paga, mejor, ¿no? Yo digo que tenemos un trato.

Seré lo que quieras, un inculto, desgraciado, asesino y demás cosas que se te ocurran, pero mi madre santa me educó para ser alguien respetuoso; le estreché la mano con emoción, cosa que le tomó por sorpresa.

– Dígame, jefe, ¿a quién tengo que matar?

– Muy fácil, niño, a mi.

The Goddess, The Murder And The Corpse Donde viven las historias. Descúbrelo ahora