Untitled part

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La fría mañana de mayo se tiñe con los colores de la patria. Desde temprano, los porteños fueron sorprendidos con cuatro granaderos montando por las calles de Buenos Aires. Los signos de vejez son evidentes, pero los uniformes están impecables como si fueran el eco del pasado. Los días de gloria y sacrificio y hermandad terminaron hace tiempo. Relucientes condecoraciones lucen en sus pechos. Buenos Aires se prepara para afrontar una nueva era de desafíos no como una provincia más, sino como un país unido y esos cuatro granaderos dieron sus servicios desinteresadamente contribuyendo a la creación de una nación, compartiendo el sueño del Gran Jefe.

El ruido de la ciudad rompe el silencio que los granaderos mantienen. Firmes, como un reflejo de su entrenamiento, avanzan a paso medio. La mirada de los curiosos pasan a ser un elemento más de sus alrededores. La brisa del puerto llega acompañada de fuerte olor a pescado, mercadería, y otros olores provenientes de los talleres y la aduana.

Los granaderos aguardan pacientemente la llegada del vapor Villarino. Sus miradas perdidas en el horizonte se diseminan en un futuro prometedor y en sus mentes el humo de los mosquetes, el olor a pólvora y el estallido de los cañones reviven el pasado, una vez más.

Tras la llegada del barco, una vez que liberan el féretro, deciden escoltarlo hasta la morada final, donde el general San Martín descansará para siempre. Al llegar a la catedral metropolitana, desmontan y montan guardia a la entrada del mausoleo durante toda la noche. Al amanecer, se despiden y se pierden en la historia...

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última MoradaWhere stories live. Discover now