Capítulo 1

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|Un problema en el camino|

-Madeline, así te ves bien. Deja de mirarte tanto al espejo, llegaremos tarde al aeropuerto por tu culpa. Mamá te devorará. -Le dijo Susan a su gemela. 

Aunque físicamente la gente podía llegar a confundirlas, ambas eran bastante distintas. Susan era introvertida y dulce. Guardaba una transparencia innata en la mirada. El centro de su mundo era Miranda, siempre quería que ella estuviese orgullosa de todo lo que hacía; Madeline era totalmente opuesta a su hermana. Le gustaba salir mucho de compras, ir a algún paseo con amigas y siempre estar rodeada de gente. Amaba acompañar a su madre a cualquier tipo de evento y eso la ayudó a forjar un carácter desinhibido.                         

Miranda amaba a ambas por igual. Eran la luz de sus ojos, los únicos seres en la tierra que hacían que cambiara de decisión, su no era no hasta que ellas pedían lo contrario. Eran su centro.

Estaban próximas a cumplir 17 años y como regalo le hicieron prometer a su madre que la acompañarían a París por la semana de la moda. La diseñadora dudó y estuvo apunto de decirles que no, pero fue imposible. Un puchero de Susan fue suficiente para acceder a llevarlas con ella a la ciudad del amor. 

La semana en París transcurrió tal y como las gemelas lo habían soñado. Eran felices yendo de un evento a otro recibiendo cumplidos por el magnífico trabajo de su madre y todos solían sonreír  inevitablemente al ver a las traviesas jovencitas juntas y aparentemente idénticas.  Su aspecto donoso encantaba a todos. 

Para Miranda esa semana fue igual a la de todos los años: protocolaria, tediosa, rutinaria y sin ninguna novedad. ¿La gente no se daba cuenta cómo le fastidiaba todo aquel esplendor? ¿Eran acaso inaudibles los gritos de su interior? ¿Nadie escuchaba cómo agonizaba entre el éxito y la falsa compañía de todos? Sí, al parecer nadie se daba cuenta, o tal vez ella era muy buena fingiendo que estaba de lleno en su mundo, en el lugar donde "debía estar".

Realmente ni siquiera se entendía a sí misma. Ella amaba la moda. Su vida siempre fue eso. Siempre soñó con lo que estaba viviendo, pero ese esplendor estaba acabando con ella, toda su gloria empezaba a abrumarla. ¡Odiaba tanto que quisieran estar cerca de ella por beneficios! Aunque, siendo la dueña de un imperio sólido y tan lleno de prestigio, ¿como puedes pedir que la gente se acerque a ti sólo por lo que eres como persona y no por lo que has conseguido como artista? Siempre habría un segundo interés en todo el que se acercaba a ella. Pensaba.

-Ya Arnold vino por nosotras, niñas. Es hora de irnos. Les he dicho que no me gusta que me hagan esperar. Les levanté temprano para que estuvieran listas a tiempo. La próxima vez...

-Mamá, mamá te dará un ataque. Solo tranquilízate un poco, mamita. Ya estamos aquí. -Dijo Madeline acercándose a ella. Susan venía detrás, incapaz de mirar a su madre. Las miradas de reproche de Miranda no le gustaban mucho.

-Sí, sí. Ustedes acabarán conmigo. Impuntuales y respondonas, sin duda no sacaron eso de mí. -Añadió Miranda reprimiendo las ganas de reír.

-De seguro que de pequeña dabas más dolores a nuestra abuela que nosotras a ti, mamá. -Respondió Susan ante la sorpresa de Madeline y su madre.

-Vaya, vaya. Pensaba que las respuestas así solo podían salir de Madeline.

La aludida rió y las mejillas de Susan se sonrojaron de inmediato. Miranda le dio un beso al verla avergonzada y Madeline se adelantó al coche.

-Arnold, mil gracias por soportar nuestra demora -Se disculpó Miranda con el chófer, una vez dentro del coche- ya sabes, al aeropuerto.

-Sí, señora. Como usted mande.

-Por favor, ve un poco más rápido. -Miró su reloj- si no llegamos en veinte minutos perderemos el vuelo.

Al pedido de Priestly, el trabajador empezó a conducir a más velocidad.

Las gemelas parloteban de una cosa y otra mientras ella se desesperaba mirando su reloj a cada momento. No podían perder el vuelo. Debía llegar a la hora prevista porque de no ser así perdería una importante reunión  de negocios.

Un golpe intempestivo espantó a Miranda y a las gemelas en el lujoso automóvil.

-Arnold, ¿qué fue eso? -Preguntó Miranda, quitando la vista de su iPhone y poniéndola en el chófer.

-Señora, le juro que iba por mi vía. Ella se metió sin ser su paso. Se lo juro, señora. No fue mi culpa... -Arnold explicaba algo aceleradamente y con ganas de romper a llorar.

Miranda entendió finalmente: Arnold había arrollado a alguien.

-Voy a salir. Abre la puerta. -Ordenó con seriedad.

Miranda salió con prisa y le ordenó a las gemelas que se quedaran dentro de la limusina.

-Oh, Dios mío... -exclamó al ver el cuerpo lleno de sangre a un lado del vehículo.

-Ella salió  de la nada, señora. Le juro que no fue mi...

-¡Necesito que te calmes, Arnold! -Gritó Miranda, nerviosa. -Te creo, te creo. Pero debes serenarte.

Dirigió de nuevo su mirada al delicado cuerpo que tenía a sus pies y sus manos temblaban. Tenía mucho miedo. ¿Estaría muerta? Acercó su mano para tocar su pulso y para su tranquilidad la pálida joven aun estaba con vida.

Arnold llamó por ayuda y subió a la muchacha ensangrentada al coche. Madeline y Susan estaban algo alteradas al ver tanta sangre.  Miranda las trató de calmar.

Horas después de haber llevado a la chica a urgencias, Miranda pidió verla y dejó a la gemelas a cargo de Arnold.

La joven reposaba en la camilla con expresión cansada. Sus mejillas blancas tenían varios rasguños y sus ojos estaban rojos, tenía una venda en el brazo izquierdo y sus piernas tenían algunos hematomas.

-¿Qué puedo hacer por ti? -Preguntó Miranda, sorprendiendo a la chica que miraba a la pared, del lado opuesto del que Miranda venía.

-Nada. Quiero que sepa que no fue culpa del hombre que manejaba. Fue culpa mía; ni siquiera fue un accidente.

-¿Cómo dice? -Preguntó mirándola, dudosa. -¿Estoy entendiendo correctamente?

-Lo que escucha.  No fue un accidente. Yo quise arrojarme al coche. Lastimosamente no cumplí mi objetivo. El conductor consiguió reducir la velocidad un poco y trató de esquivarme como le fue posible. -Respondió la joven quien todo el tiempo miraba al piso.

-Mírame -ordenó- ¿la vida es tan mala como para lanzarse de la nada a un automóvil? Eso es cobarde. -Pasó la mano por su melena platinada y la miró con firmeza.

-Yo soy una cobarde. Siempre lo he sido, así que no me es un acto indigno. -se defendió, ahora mirándola.

-¿Cuál es tu nombre? -Preguntó observando los ojos verdes en el rostro enjuto de la chica.

-Andrea, Andrea Sachs. - Quitó de nuevo la mirada y la desvió a un adorno floral que había a un lado. 

-¿Modelo? ¿Eres una modelo? Creo que conozco, bueno, creo que he escuchado tu nombre. -Dijo acercándose un poco más a la camilla.

-Era. Lo fui. Fui una modelo hasta que todo se volvió una mierda.

Miranda tomó un largo suspiro, antes de lanzar al aire una propuesta que más que cambiar la vida de Andrea, cambiaría la suya.

-Andrea, ¿te gustaría empezar de nuevo?

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