El aire frío golpeó mi piel. Froté mis brazos en busca de calor. Pudimos haber llegado bajo el techo del porche de mi casa; sin embargo, nos hallábamos aquí:
A la mitad de un jardín, con un patio de losa beige, y bombillas incrustadas a los suelos para dar iluminación a la oscuridad que empezaba a concentrarse gracias al anochecer.
—Siento que me ocultas algo —dije mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla, fácilmente se podría confundir con la lluvia.
Un relámpago decoró el cielo grisáceo, el día estaba nublado. Era tal cuál como una película trágica, las que tanto evitaba.
Él se apresuró a quitarla con su pulgar. Su rostro no tenía expresión alguna, mis nervios se encontraban a flor de piel. ¿Dónde había quedado el chico fantástico y dulce?
—Deja de hablar estupideces.
—¿Por qué no puedo? —pregunté con voz rota. Dolía como el infierno tener que hacer esto.
—¿De qué hablas?
—Renunciar a ti, ¿por qué no puedo? —hice una pausa—. ¿Que hiciste conmigo? No debería ser ni tu amiga después de todo lo que me has hecho pasar. Sólo tú me has herido tanto, sólo tú me has hecho sentir así, sólo tú pudiste hacerme sentir algo real. Sólo tú. —susurré—. ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué no sólo te vas y me dejas tranquila? ¿Por qué siempre vuelves cuando intento olvidarte? Lo único que haces es herirme.
No respondió nada, solo me observó. Analizó mi rostro y su mirada se quedó fija en mis labios.
—Porque no puedo.
Mi respiración se volvió entrecortada. La lágrima que se resbaló por mi mejilla sólo fue el principio de un llanto que sólo él podría detener. Pero que por alguna razón...sabía que no lo haría.
—No puedo, maldita sea —espetó, furioso—. Eres una egoísta, solo piensas en ti. Me estás tirando la culpa de algo que no es ni comparado con lo que tú me hiciste a mí. Tú —me señaló—. Tú te metiste entre mis venas, entraste en mi cabeza, abriste mi corazón para vivir allí, ¿y sabes? Es una mierda. Porque parece que no te puedo sacar de ahí. Y no sé si es bueno o malo. Tu me echas la culpa de no dejarte ir, pero...¿cómo? Si no quiero que te vayas. No puedo dejarte ir.
Jadeé en sorpresa por sus palabras. De alguna manera me confesaba que también había sentido algo a su manera.
Sentí como mi corazón se rompía con cada cosa que salía de su boca. Ya nada era como antes, lastimaba cada vez más.
—¿Por qué debería creerte? —pregunté entre lágrimas, me estremecí ante la ráfaga de viento intensa que golpeó mi piel. El clima se encontraba tal vez de la misma manera que mis emociones. Era injusto—. ¿Por qué? Lo único que has hecho es mentirme.
—Hazlo, sólo dame otra oportunidad —suplicó, mirándome a los ojos.
—Quiero hacerlo. Pero no puedo —traté de sonreír, tristemente. Solo conseguí hacer una mueca—. Algo en ti no me lo permite. Tus acciones...No. Lo siento.
No me contestó. Se quedó mirándome fijamente bajo la lluvia, su mirada quemaba en mi piel.
—¿Quieres dejar todo hasta aquí? —asentí—. Bien, te deseo lo mejor, dulce Claire.
Se dio vuelta, apretando los labios. Él no quería irse, y de alguna manera, yo tampoco quería que me dejara.
—Espero que te lleguen a dar la felicidad que yo no te pude dar —hablé lo suficientemente alto cuando ya estaba lejos, mi voz se quebró y otro sollozo dejó mis labios.
—Si no eres tú quien me la da...creo que jamás la podré tener —dijo, dándome una sonrisa triste de medio lado—. No como la quisiera.
Se alejó de mí. Y así fue como se largó de mi vida, llevándose mi corazón con él. ¿Dije vida? Eso tampoco me quedaba...porque también se la había llevado.
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Hasta Que No Quede Nada ©
Roman pour AdolescentsUna madre ausente y un padre de emociones inestables había sido todo lo que Claire solía recordar por las noches a la hora de dormir. El vacío de una despedida definitiva hizo que toda su vida se pusiera de cabeza de manera inesperada. La llegada d...