Capítulo Único

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Resumen

Los monstruos son reales, y los fantasmas también: viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan. Frase de Stephen King.

Capitulo único

El gemido asfixiado que deja salir de su linda boquita es una espina que aguijoneo su deseo impúdico. Sus dedos delinea el contorno de los infantiles labios poniendo especial énfasis en el arco de cupido, lo pellizca con saña logrando que un nuevo sonido sea emitido.

Le acaricia el cabello castaño con suavidad y se complace al contemplar como tiembla bajo su toque. La venda sobre sus ojos le impide al niño saber quién está frente a él y eso solo puede incentivar su morbo en niveles impensables.

Su centro palpita manchando el frente de su pantalón. Punza dolorosamente ante la visión de aquel pequeño cuerpo desnudo, maniatado e indefenso sobre la cama frente a él.

—Todo va a estar bien, no debes tener miedo —murmura contra la sensible piel de su oído.

—Por favor —suplica el pequeño intentando por millonésima vez desatar sus manos.

Y ante esa sola suplica deja a sus manos al fin tocar la sedosa piel canela. Pasa por los hombros bajando lentamente por sus flancos e ignorando al propósito sus pequeños botones rosas que se erizan. Llega al abdomen y se relame al clavar su vista en el imberbe y flácido pene.

Es hermoso, precioso, sublime.

La boca se le llena de saliva, no puede más y se lanza a tomarlo. Engulle completo el pequeño falo como un perro hambriento al que le arrojan un trozo de carne. Entierra la cara con fuerza y succiona desesperado. Usa los dientes y la lengua. Lame, chupa con gusto mientras sus manos toman las redondas nalgas y las amasan con la misma necesidad.

Tan delicioso.

Sus dedos al fin encuentran la entrada al cielo. El rugoso contorno de su deseo más anhelado.

Lo ha visto crecer, pasar de ser un bebe a un niño y de alguna manera a logrado controlar esa necesidad salvaje de tomar todo de él.

Recuerda la primera vez que lo vio, como su corazón palpito desbocado ante el precioso angelito de mejillas regordetas y ojos redondos, sus dientes rechinaron al percibir el exquisito aroma aun a leche que desprendía.

Desde entonces ha estado disimulando su lujuria sin la oportunidad siquiera de saciarla mínimamente.

Su hijo lo tortura trayéndolo a casa, permitiéndole quedarse.

Durante esas noches se desliza por el pasillo, y como el monstruo que es, abre despacio la puerta para contemplar al pequeño que duerme abrazado a su hijo. Se muerde los labios mientras observa la dermis de sus piernas, el pequeño bóxer que muestra con descaro la perfección del hermoso durazno que tiene por nalgas. La playera de tirantes tampoco hace un buen trabajo al dejar al descubierto el pezón incitador que grita por una lamida.

Escucha a su hijo roncar levemente antes de que su mano encuentre su lugar alrededor de la cintura de su amigo. Y él maldice. Cuanto daría por estar en su lugar, de acunar aquel pequeño cuerpo contra el suyo.

Pero todo eso quedo atrás, ahora lo sostiene desnudo contra su regazo mientras siente como su falo babeante de apoco se adueña de ese cuerpo que tanto tiempo a deseado.

Gruñe y muerde, deja marcas por toda la impoluta dermis.

Lo escucha llorar, suplicar sin saber que su malsana obsesión sólo se acrecenta con cada lagrima derramada.

DigimonstruoWhere stories live. Discover now