Mi primer día

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Dos años en el pasado.

Me he quemado la lengua con la sopa de cebolla, intenté sorberla con rapidez pero solo he conseguido quitarme el apetito y tener entumecida la lengua. Me enojo tanto que tiró la cuchara con furia sobre la mesa, en un gesto de desesperación.

-¡Está hirviendo mamá!- grito, muy ansiosa y estresada. Y es que, hoy será mi primer día en la universidad, si resumo mi vida, este día es sin duda es el de los más importantes. Pero me he despertado tan tarde que apenas me ha ajustado el tiempo para arreglarme de la manera más apresurada y desorganizada, para desayunar de la misma manera.

-Si no te hubieras despertado tan tarde, podrías habértelo tomado con calma. Ahora no solo tengo que escucharte, también llegarás tarde.- mi madre me devuelve la queja mientras termina de resolver su sudoku, una sonrisa de satisfacción se le forma al acabarlo.

-Si te hubieras compadecido de mí, me hubieras despertado en cuanto notaste que algo fallaba.- Replico aún  más molesta, aunque no importa porque a nadie intimido cuando estoy molesta.

-Gracia, si te comportaras como una adulta, te encargarías total y eficazmente de tus horarios a la hora de dormirte, ¿O quieres que te arrope a las ocho?- Ahora esta dispuesta a callarme de una vez por todas, pero yo aún no estoy conforme.

-Soy una adulta o soy una niña cuando les conviene, ¿Verdad?- Sueno casi retadora, si no fuera por la sonrisa que estoy haciendo.

Mi madre es una mujer de cincuenta años, pero es bastante elegante aún usando un pijama holgado y una bata marrón tejida. Tiene unas cuantas arrugas en el rostro pero todavía siento que es muy bella, su cabello empieza a llenarse de canas, se ha rendido hace dos años a tratar de quitarlas. Soy una niña para ella cuando no quiere que regrese tarde a casa o beba alcohol, pero soy una adulta a la hora de las responsabilidades. Sé que es tonto quejarse,  pero me molesta el doble discurso que manejan esas veces, y estoy muy irritada porque voy tarde, no he desayunado y mi padre no da señales de vida. Me llamo Gracia Lehner, soy hija única, soy rubia natural pero no me gusta porque parece paja, mi piel es sonrosada y por lo menos soy delgada.

-No voy a desayunar, te veo en la tarde.- me limpió con prisa al ver al reloj con forma de gallo de la cocina. Tomo mi bolso, que solo tiene una pluma, un cuaderno y mi móvil, y besó a mi desinteresada madre que comprueba su sudoku.

-Gracia, ¿Aunque sea llevas dinero para almorzar?- pregunta mi madre, levantándose tan serenamente que, me parece, ni le ha importado el tremendo portazo que le doy a la puerta.

Es una tradición familiar para mí, que todos los primeros días de clases me lleve mi papá a la escuela. Pero hoy, lastimosamente no se ha podido. No me importa mucho,  solo me importa llegar a tiempo. Es mi primer día en la Escuela de Periodismo, y solo siento náuseas a las que llamaré: “mariposas”.

Me trepo en mi bella bicicleta azul celeste y me dispongo a ir, ahora sin ningún bobo contratiempo más, hacia la estación de trenes. Cuando comienzo a sentir el delicioso y suave roce del concreto en los neumáticos, siempre e invariablemente, comienzo a sentirme relajadamente liviana.

Desperté muy nerviosa al recordar que es mi primer día en la Escuela de Periodismo y Comunicaciones. Pero manejando en la bici, se me ha olvidado el porqué del nerviosismo, si es un día hermoso, si iba hacia la escuela donde aprendería a hacer lo que siempre me ha mantenido cautivada, lo que podría ser mi llave para viajar por el mundo y encontrar la verdad de los hechos; donde podría ver de cerca los avances tecnológicos; los novelistas con sus nuevas historias; los lugares más hermosos del mundo civilizado y natural; entrevistar gobernantes y celebridades o simplemente escribir acerca del último grito de la moda. Podría escribir y publicar cualquier cosa, podría llegar a convertirme en experta y opinar de casi cualquier tema: tecnología, economía, modas, política, viajes, entreteniendo, literatura…

GraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora