Sobrevivir

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No me levante enseguida, mi cuerpo estaba adolorido pero en ese momento, eso era lo de menos. Peor que el dolor, peor que la desnudez y peor que el frío era la humillación y el sentimiento de que era demasiado estúpida. Me sentía inválida, ningún motivo se me pasaba por la cabeza para levantarme. Y así estuve llorando hasta que sentí que me secaba, el hambre comenzó a atormentarte y me sentí tentada a comer la hierba que había a mi alrededor. Me  levanté a duras penas y recordé el camino a la ciudad.

Mi ropa estaba hecha jirones.  El hombre me rompió la blusa con sus manos al igual que el sostén, el botón y el cierre del pantalón los ha reventado. Tuve que estar todo el tiempo sosteniendo mi ropa alrededor de mi cuerpo que comenzaban a exhibir moretones y mordidas. Pienso en regresar con las chicas al aula pero  ni siquiera estoy segura de que estén vivas. Lo más probable es que las encuentre a todas violadas, peor que yo. Por fortuna o por desgracia me encuentro llegando a la ciudad más pronto de lo que creí, me lo avisan los letreros. Ya no puedo esconderme más,  la carretera está llena de vehículos negros, abollados y agujereados por las balas, no son nuestros, tienen el símbolo de un tigre lamiéndose la cara manchada, más tarde me daría cuenta de que  es sangre lo que el tigre se limpia/saborea.  Harimau Malaya, es el nombre de la compañía, hay cientos y todas deben ser iguales.

Los mercenarios me notan, pero no les importo, siguen en los suyo. Supongo que es en su hora libre cuando pueden divertirse, ahora solo tienen a su capitanes encima ladrándoles ordenes. Me vuelvo a asustar pero es solo el comienzo, esos hombre han quemado decenas de vehículos civiles a la entrada de la carretera, desconozco las razones, solo aprieto mi puño  cerca  de mi pecho. Tengo que taparme la nariz y andar con cuidado, todavía hay vehículos en llamas. Veo el tren intacto llegar, aunque ahora lo utilicen los mercenarios, me conforta saber que no lo destruyeron. Hay cadáveres, especialmente de policías y militares de Blaufelder pero los mercenarios ya se están encargando de levantarlos y  apilarlos todos juntos, vuelvo a llorar pero procuro que sea silenciosamente, un par de mercenarios me empiezan a mirar de forma divertida.

-¡Oye puta!- me volteo con rapidez y camino hacia el otro lado.- ¡¿Quieres divertirte un rato con nosotros?!, ¡solo tienes que esperarnos hasta las tres!, - se dirige a su compañero aún divertido.- Está perra se sigue creyendo la gran cosa- nuevamente hacia mi.- ¡Hey no te preocupes tu madre folla mejor!- después se rieron como idiotas.

Los negocios estaban saqueados, quemaron casas y locales por doquier. No era la única persona de Blaufelder caminando como fantasma, no me atrevía a hablar con ellos tenían algo en su semblante que no me gustaba ver. Entre a un café destruido y saqueado en búsqueda de cualquier cosa comestible. Los vidrios estaban rotos, olía a humo y a orina. Entre a la cocina sintiéndome una intrusa pero salí corriendo muerta de miedo y tropezándome contra el suelo lleno de vidrios, cortándome las piernas  en el acto. Era horrible, colgaron a las personas con ganchos de carnicero y luego les prendieron fuego. ¿Era necesaria tanta brutalidad?, ¿Eran todos unos psicópatas?, ¿Qué acaso para ser mercenario es requisito ser un desquiciado sádico?

Me levanté, grité horrorizada y corrí hacia afuera con los ojos cerrados, con la imagen presente. Seguía siendo estúpida, porque lo que me detuvo hubiera sido suerte si hubiera sido una pared o un vehículo en movimiento, pero no; era un hombre de enormes dimensiones, obeso, con los dientes podridos y una gran arma en las manotas que tenía. Con una mano me tomó de la cara y me empujo a un callejón, me tiró al suelo y comenzó a desvestirme.  Esa cara era idéntica a la de un cerdo salvaje, ninguna cortesía, así como tampoco ninguna mordida. Esta vez, y sin importarme su tamaño trate de defenderme, le rasguñe el rostro pero solo recibí un golpe violento en el mío que me dejó  embrutecida. Me sacudía y trataba de arrastrarme para alejarme más de él. Lloraba y suplicaba pero no le importaba, sacó un cuchillo de su cinturón porque este tampoco se desvistió más de lo necesario, vi nuestras sombras, me iba a apuñalar, yo grité más pero solo conseguí hacerlo sonreír.

GraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora