Capítulo 11.

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-Hija, la baba.-la mano de su madre acarició su barbilla.-Que te cae.

A regañadientes dejó de mirar hacia la mesa de la cocina, donde un Sergio ceñudo revisaba el cuadernillo de matemáticas de su hija mientras que ésta, también con la cabeza gacha, rodaba el principio del lápiz sobre sus dientes en un gesto de concentración.

-Mamá...-protestó Raquel, ocultando una risa avergonzada.

-Ni mamá, ni nada cariño, que llevo un rato espiándote.

Al final, después de haber estado debatiendo entre varias opciones para la cena habían decidido hacer caso a Paula y cenar pizza. De modo que mientras esperaban a que el repartidor llegase, tanto Sergio como la pequeña se habían sentado en la mesa dispuestos a terminar los deberes de ésta. Y cada vez que se detenía a mirarle se derretía entera. Sobre todo por la comodidad que expresaba su hija hacia él. La curiosidad que brillaba en sus ojos le decía todo.

Paula podría tener siete años, pero era una niña increíblemente avispada para su edad. Sabía que la situación entre sus dos padres no era buena, y que se había ido a vivir a casa de su abuela porque su madre así lo había decidido. Pero tampoco se quejaba porque le gustaba mucho pasar tiempo con su ellas, sobre todo cuando hacían día de chicas.

Raquel se sentía muy orgullosa de ella. De su crecimiento personal, de su manera de afrontar los cambios que estaban afectándole de lleno. A veces no sabía muy bien qué responder cuando le preguntaba acerca de su padre. ¿Qué podía decirle? ¿Que estaba obligado de manera jurídica a permanecer a quinientos metros de su madre? ¿Que tenía miedo de que pudiese hacerle cualquier cosa por mucho que él se empeñase en querer hacerse responsable?

-¿Es tu novio?

Mariví se apoyó de brazos cruzados al lado de su hija, sin apartar tampoco la mirada de la mesa que tenían detrás de la barra. La aludida se rio entre dientes, rodando los ojos.

-Es mi amigo.

-Amigo.-le dedicó una mirada con una de sus cejas perfiladas y un poco grisáceas, alzada.-Pero, ¿habéis hecho ya el amor?-se acercó a su hija, sonriendo de manera sugerente, haciéndola reír. Por suerte, había tenido la delicadeza de preguntar en voz baja.

Lo último que necesitaba era que Sergio escuchase las locuras de su madre.

-No me creo que me estés preguntando esto.

-Ay hija, de verdad, pero qué antigua eres.

Esa vez fue Raquel la que enarcó la ceja, incrédula. Observó en silencio cómo su madre pasaba por delante, con un falso gesto de indignación que terminó dibujando una pequeña sonrisa sobre los labios de la inspectora. En realidad, se había quedado pensando en lo que le había preguntado. Se habían acostado, eso estaba claro.

Se compenetraban a la perfección en ese ámbito. Todavía podía recordar el movimiento de su boca en esa zona tan sensible de su cuerpo, o la manera en la que aferraba su cintura cada vez que se unían entre gemidos. Sin embargo, aun siendo uno de los mejores polvos de su vida, había sido un polvo.

Pero ese no era el problema. El sexo sin compromiso no le suponía ningún tipo de responsabilidad, simplemente había algo más. Habían disfrazado algo mucho más profundo con un polvo en un sofá. Porque si alguien hubiese podido ser testigo de sus miradas en cada momento no podría decir que se trataba de algo sexual.

Dejó de cavilar libremente por su subconsciente al escuchar el sonido del timbre. Esa fue la primera vez que Sergio le dedicó una mirada disimulada mientras ella se dirigía a la puerta, sintiendo sus ojos en su espalda. O tal vez más abajo.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora