Cap. 1

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Los mares al oeste del Monte Targon habían sido invadidos por una extraña oscuridad que emergía de una nueva grieta en las profundidades. Allí, donde las aguas no eran bañadas por la luz, cualquier forma de vida se disipaba como un mal sueño. Cada cien años aproximadamente, la luz de la piedra lunar, cuyo poder mitigaba aquel mal, perdía intensidad. El ritual que se llevaba a cabo era el de intercambiar una perla abisal a los habitantes de la superficie a cambio de esa piedra lunar que ellos mismos custodiaban. Pero en esta ocasión no hubo intercambio.

Los océanos bramaron su nombre: Nami. Valiente e impetuosa vastaya que desafió al mundo abisal y las pesadillas que lo acechaban. Su impertinencia trajo consigo la perla que debía llevar a la superficie, pero no trajo de vuelta la piedra.

Pudo reunirse con su gente una última vez antes de despedirse. Con la mirada rota observó a los Marai abandonar su hogar, pues la oscuridad avanzaba cada vez más y la luz del artefacto se iba extinguiendo. Nami permaneció cerca, aferrándose a su calidez. Dejó caer su cuerpo en el fondo marino y la rodeó con la cola. Había fallado. A todos. La luz era cada vez más débil y probablemente las pesadillas vivientes que había afrontado en el abismo acabarían devorándola. O peor incluso; la dejarían morir sola al igual que la magia de su pueblo. Podía oír el eco de sus miedos a menor distancia. La penumbra se acentuaba y las sombras cobraban vida.

Cerró los ojos y por unos instantes el silencio que reinaba fue tan profundo que Nami pudo escuchar los latidos de su corazón. Dentro del lúgubre rincón de sus pensamientos era capaz de revivir el pudor de lo que vivió allí abajo durante la búsqueda de la perla. ¿Mereció la pena? Algo tocó su mano. Un objeto procedente de la superficie rozó sus dedos e instintivamente nadó por encima de él. Lo examinó a escasos centímetros. Se trataba de una máscara nívea de extraños grabados y forma. Curiosa, la recogió y contempló mas detalladamente. Segundos después, ésta se iluminó de reflejos fugaces y nacarados. Alzó rápidamente la cabeza para atisbar la gran sombra que ocultaba el sol. Rápida como nunca nadó hasta la superficie.

—Un barco —susurró para sí misma. La fortaleza ardía bajo la flor roja. Los humanos escapaban en pequeños navíos a lo que otros saltaban al agua para salvarse. La vastaya exploró todos los recursos arrojados. Objeto brillante tras otro. Y le encontró, aferrado a tablones de madera corroída, con sus ojos ámbar perdidos en el ocaso. Parecía estar consciente pero no intimidado ante la presencia de la sirena. Nunca antes Nami había conocido a un humano tan de cerca y sin temor hacia ella. Acercó con sumo cuidado la mano y acarició su mejilla izquierda, fría y temblorosa. Después, exploró aquel cabello eclipsado y lóbrego con los dedos. Era suave y delicado a diferencia del suyo. El muchacho sonrió y ella no pudo evitar apreciar la belleza de la cicatriz que surcaba su ojo ciego. Aquella sonrisa le recordaba a su hogar. Fue entonces cuando se decidió a ayudarle.

Nami volvió hasta la piedra para romper el sello que la aferraba a su hogar. Su silueta brillaba entre un mar de horrores que dejaba atrás bajo sus aletas. Con este acto, su pueblo quedaría sumergido por el abismo eternamente. El fulgor de la misma se reflejó en los ojos del humano como un espejo. Entonces, la vastaya susurró la magia arcana prohibida de su tierra y las heridas del transeúnte se desvanecieron como gotas de agua. Jhin, sin palabras, se limitó a sonreír con complicidad. Imitó el gesto de la criatura y colocó la mano en su mejilla, deslizando el pulgar hasta su labio inferior. Sorprendentemente, era suave y cálida en comparación a su cuerpo escamoso. El joven observó la sombra de cenizas raídas de aquellos ojos, apagados, que tiempo atrás ardieron como las velas de un candelabro; él era la cera, ella el fuego.

—Canta para mi sirena —un artista moderado y enigmático se reflejaba en su voz. Lentamente sumergió la mano con la que había acariciado a la Marai y desveló una pistola de una extraña artesanía.— Canta antes de inmortalizarte.

Nami no reaccionó. Podía huir y nadar lejos de allí, defenderse, pero permaneció inmóvil.

—¿Inmortalizarme? —cuestionó con una transparente inocencia.

—El arte debe inspirar temor —y Jhin apretó el gatillo.

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Jhin x Nami - Rojo Intenso -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora