1. Ella

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Ella

Miró por última vez su reflejo en el espejo de cuerpo entero que estaba dentro de su habitación. La imagen que este daba parecía no haber podido conciliar el sueño en toda la noche. Se veía terrible.

Sacudió su cabeza y siguió concentrándose en terminar el nudo de su corbata, por cuarta vez. ¿Cómo era posible que no supiera hacerlo bien? Lo intentó una vez más, y fracasó, por lo que se resignó. Tendría que dejarlo así desordenado como estaba e irse al instituto, quizás alguien le pudiera ayudar allí.

Volvió a mirarse otra vez en el espejo, vio como un lado su pollera se había doblado, así que lo arregló; al menos algo le salía bien. Retrocedió unos pasos y se sentó en la cama para colocarse las medias blancas que le llegaban hasta las rodillas; y una vez terminado aquel acto, deslizó sus pies dentro de sus pantuflas azules , las cuales usaría hasta ponerse los zapatos, los cuales estaban en la entrada de su departamento.

Se levantó y miró hacia la cama. Era enorme, dos personas cabían cómodamente... Pero ahí estaba ella, sola; compartiéndola con nadie. El sonido del reloj del comedor resonó en su tímpano, seguro anunciando las siete y media, aún tenía tiempo para desayunar tranquilamente antes de tener que dirigirse hacia sus clases.

Caminó hacia la cocina y se sentó en la mesa, el café y las tostadas que había preparado hace minutos seguían todavía ahí. Comió degustando su desayuno hasta ver la hora, le quedaban quince minutos para el comienzo de la primera clase, debía marcharse ya. Se levantó y lavó la taza, limpió las migas y agarró la caja que estaba sobre la mesada – su almuerzo, Lo cual estaba allí desde la noche anterior, cuando lo había preparado y ubicado en la heladera hasta esa misma mañana en que lo retiró.

Fue hacia la entrada, recogiendo su abrigo, bolso y calzándose los zapatos y salió de su hogar, dejándolo inmerso en la quietud de la soledad. Después de todo, nadie más saldría.

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Llegó al instituto con apenas un minuto de retraso, pero por suerte no le perjudicó ya que las puertas aún no cerraban. Se dirigió hacia su aula y abrió precavidamente la puerta, el profesor no había llegado, y a nadie le importó levantar la cabeza para ver que era ella quien ingresaba. Caminó hacia su banco y se sentó, con la mirada al frente para no prestar atención a las pocas muchachas cerca suyo que ahora la miraban, y con rabia.

¿Qué había hecho para que le obsequiaran tan "amigable" mirada?... Cierto, haber tomado el número quince en la votación al azar que se había hecho el primer día de clases.

¿Por qué era tan importante ese número? Pues, porque precedía al dieciséis.

¿Era importante el número dieciséis? Sí, porque era el que había elegido él...

-Por lo visto llegas tarde, Hyuuga. – habló su compañero de banco. Giró el rostro de forma lenta hacia su derecha para verlo. Era un muchacho de tez nívea y cabellos oscuros, al igual que sus ojos. Era el chico con el que todas las mujeres en la escuela soñaban. Él no la estaba mirando, solo seguía estando al igual que cuando ella se sentó, con las manos tras su cabeza, sosteniéndola.

-Sí – le contestó, acompañando su respuesta con un asentimiento de cabeza. Volvió su vista al frente, haciendo que el silencio reinara sobre ambos.

Tras un suspiro, en el cual siguió sintiendo las miradas, para nada furtivas de sus compañeras, decidió abrir su bolso, y sacar su cuaderno y cartuchera para estar a la espera de su profesor. Sintió cómo su compañero hacía lo mismo, y cómo una voz femenina decía "Sasuke-kun ha sacado sus útiles, hagamos lo mismo".

The ApparentDonde viven las historias. Descúbrelo ahora