Que Dios la vendiga

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Ya puedo sentir el viento extremadamente frío en mi cara, ya puedo escuchar a niños cantando villancicos casa por casa, ya puedo ver la nieve caer desde el cielo... ya llega la navidad.

Camino por las luminosas calles de Nueva York y me siento en un frío banco, junto a un viejo que mira alegremente a la gente feliz pasar.

¿Por qué está ese anciano tan feliz? Realmente lo envidio. Solían gustarme las navidades, pero este año todo ha cambiado.

Tres meses atrás, cumplí los 18 años, es decir, en septiembre. Tan pronto como cumplí los 18, me fui de casa. No podía aguantar más tiempo al novio de mi madre, ni el mal camino que estaba tomando mi madre al ser manipulada por él. ¿Lo que más me enrabia? No poder hacer nada al respecto.

Ellos decidieron casarse el año pasado. Mi madre sabía que yo no podía aguantar a ese hombre por más tiempo en mi casa, sin embargo, el amor ciego que tiene mi madre por mi "padrastro" hizo caso omiso a mis palabras...

En fin, hice las maletas, me fui y aquí estoy: sentada en frío banco, envidiando la felicidad de un anciano.

No lo entiendo, yo solía sonreir pese a todo. Supongo que esperé un milagro que nunca llegó...

A todo esto, se me ocurrió preguntar y sin pensar, como de costumbre: -¿Por qué está usted tan feliz?

El anciano se giró y me miró con brillo en los ojos.

-¿Feliz? ¿cómo sabes que me siento feliz, pequeña?

-Pues... lo supongo. Quiero decir... usted sonríe, yo...

Realmente no sabía qué decir. Me siento estúpida. No debí haber abierto la boca.

El anciano rió.

-No siempre una sonrisa muestra que realmente estés feliz.

Las palabras del anciano me hicieron reflexionar. Tenía razón.

Prosiguió: -en este caso, lo es, me siento feliz. ¿Por qué no debería estarlo?

Esa es una muy buena pregunta. Me limité a encogerme de hombros.

-¿Eres feliz, pequeña? -me preguntó.

No sabía qué responder.

¿Es feliz una chica de 18 años que no sabe qué hacer en su vida y trabaja en una cafetería casi en quiebra cobrando tan sólo 230 dólares al mes y que, apenas le da para pasar el mes y pagar el alquiler?

-No lo estoy del todo -respondí en un suspiro.

Empezó a sonar una canción navideña a nuestra espalda.

-La tristeza puede hundirte mucho más que la felicidad. Tanto la felicidad como la tristeza es una droga que no se puede comprar, pero se puede sentir y crear. Yo te puedo dar un consejo, pequeña: vive feliz, da amor y recibiras amor, por lo tanto, aumentará también tu felicidad. No lo olvides -citó el anciano.

-Muchas gracias -dije, con una sonrisa.

-No las des. Espero que ocurra un milagro para ti estas navidades, y que Dios te vendiga, pequeña -se despidió el viejo, con su peculiar sonrisa.

No me molestaba que me llamase "pequeña".

Le regalé una sonrisa.

¿Un milagro? Já, eso es algo que no me pasará estas navidades. ¿Un milagro? Deja que me ría.

Me quedé sentada en el banco, mirando las luces del gran árbol de navidad que había a unos pocos metros de mi.

Entonces, comenzó mi filosofía.

No está todo perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora