Memorias

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¿Alguna vez se preguntaron cómo es que surge el amor?

Yo solía preguntármelo con bastante frecuencia. En toda mi vida, nunca me había llegado a enamorar de nadie. Las pocas mujeres con las que salí, nunca lograron despertar en mí, más que deseo, cariño por su puesto, pero no algo tan fuerte como lo es el amor, eso que ahora siento por alguien que nunca creí. Su nombre es Arthur.

Lo nuestro empezó de forma totalmente espontanea e inesperada. Si alguien meses atrás me hubiese dicho que terminaría enamorándome de otro hombre, seguramente me habría quedado sin aire, por reír tanto, previo a partirle la cara. Era el típico hombre que veía esa clase de relaciones como algo anormal. Sabia comportarme si estaba entre personas que lo veían natural y me pedían mi opinión, y podía decir con total cinismo, que cada uno podía hacer lo que quería con su vida, siempre que no nos afectara, todo eso con una falsa sonrisa en el rostro, mientras en mi mente solo podía pensar que si me cruzaba con uno de ellos, seguramente le lanzaría mínimo un insulto. Pero todos cambiamos, y creo que siempre hay alguien que nos hace abrir los ojos, cambiar, y esa persona para mí, fue Arthur.

Lo nuestro comenzó mucho antes de que me diera cuenta de ello. Siempre nos llevamos bien. Desde que nos conocimos, conectamos inmediatamente, el mismo humor, pensamientos similares, valores y educación alineadas, como si hubiéramos crecido juntos.

Nunca pensé en el de esa forma hasta que paso. La verdad era que ni él ni yo, pasamos por esa negación sobre nuestros sentimientos por el otro. Creo que para cuando nos dimos cuenta de que estábamos enamorados, ya era muy tarde para retractarse o para negarlo, estábamos perdidos.

Paso de forma tan natural que no se bien decir cuando fue que lo supe. La primera vez que nos besamos estábamos en vigilancia, en medio de la guerra contra Alemania. Nuestro pelotón dormía a unos metros de distancia, y nosotros intentábamos calentarnos sin mucho éxito, colocando las manos alrededor de la pequeña fogata protegida por tres tristes ramas, más frágiles de lo que se veían, un lujo que solo nos pudimos permitir antes de entrar en territorio enemigo. Como ya era costumbre entre nosotros, Arthur me contaba sobre su niñez, sus locas aventuras en el campamento, donde en aquella ocasión me relataba como él y sus amigos se encontraban en un pequeño riachuelo intentando cazar ranas, cuando apareció una serpiente de tamaño mediano, que le salto directo al brazo antes de morderlo. Arthur comenzó a gritar y a correr en círculos agitando el brazo para librarse de la serpiente, que, a penas escuchar el sonido del fuego encendiéndose en una antorcha, desprendió los colmillos del muchacho y se fue. El líder de campamento de Arthur le chupo el veneno del brazo, mientras este se retorcía de dolor, intentando evitar soltar lágrimas sin mucho éxito. Desde ese día, Arthur le tenía pavor a las serpientes, incluso a los gusanos; fobia que no le ayudaba mucho estando en el ejército y acampando en la intemperie.

Apenas termino de relatarme esa historia, yo le conté como mi mayor miedo, era el de perder a mi madre. Mi padre nos abandonó cuando yo era un niño, y ella era todo lo que yo tenía. Cuando comenzó la guerra, enfermo, y cuando supo que me uní al ejército, casi le da un infarto. Uno de los peores días de mi vida, pero, no tenía elección, no podía retroceder a mi palabra, no podía quedarme en casa sin hacer nada por mi país, cuando afuera, había hombres dando la vida por defender nuestra libertad. Antes de irme de su lado, le prometí que regresaría con ella, que ganaríamos la guerra, que le compraría un bote, y la llevaría a navegar al mar, para que pudiera disfrutar cada día el amanecer en el océano.

Arthur pasó un brazo sobre mi hombro, en un típico gesto de compañerismo. Comenzó a decirme que al terminar la guerra, él podría acompañarnos, y comprarse un bote similar al nuestro, para navegar hasta envejecer. Me dijo que ese era su nuevo sueño, poder ver el amanecer a mi lado.

Guerra y amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora