Ayla

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-Amor, ya estamos en casa.

Amor. Es curioso. Lleva más de diez años escuchando salir ese apodo de sus labios favoritos y le sigue estallando la sonrisa cuando lo dicen.

-¡Hola papá!

Tuvo que dejar los platos en la mesa a todo correr para lograr atrapar a ese pequeño bicharrajo a tiempo.

-Hola cielo, ¿qué tal en el cole hoy?- Raoul los miraba desde el marco de la puerta, con una sonrisa inigualable en la cara y ojos miel brillantes.

-¡Muy bien! Hemos hecho un mural súper chulo.

Tenía cuatro años, cabello rubio y ojos color avellana, se llamaba Ayla, porque era la luz que iluminaba sus días, o más bien, sus noches.

Ayla significa luz de luna y a ellos les gustaba mucho la noche, las estrellas y las galaxias. Y su hija era luz.

Les pareció el nombre perfecto.

-Me alegro tanto- le dio un beso en la frente a la niña para seguidamente dejarla en el suelo y acercarse a su novio- ¿y tú qué tal el día?- su hija ya estaba camino a la habitación para dejar sus cosas, por lo que no se cortó ni un pelo en rodear la cintura de Raoul y besarlo con todas las ganas que tenía acumuladas de ese día, a la vez que el más bajo pasaba sus manos por la nuca contraria acariciando los pequeños rizos que por allí crecían.

-Pues ahora mucho mejor la verdad- respondió una vez cortado el beso por falta de aire. Ambos apoyaron la frente en la contraria y negando suavemente con la cabeza, Raoul comenzó un pequeño beso esquimal, de esos que siempre los llevaban por un viaje en el tiempo, años atrás, cuando acababan de empezar esa relación, cuando los besos esquimales eran sus besos favoritos. Ahora sus besos favoritos son en los que se besan con todo el cuerpo, hace mucho que aprendieron a hacerlo. Y es que las manos suaves de Agoney en la cadera de Raoul y los dedos de este último entre sus rizos también besan, incluso cuando sus piernas chocan torpes y les hacen reír en medio de besos. Dirían que eso es de lo más bonito, porque pueden besar la sonrisa que quieren ver brillar toda la vida.

-Pues vamos a te- pero no pudo acabar la oración, pues un pequeño rayo de luz entró por la cocina indignado.

-¡Oye no se vale! ¡Que yo también quiero mimos!

-A ver, ven- dijo el más alto abriendo los brazos para coger a su hija y que así quedara en medio de ambos.

-¡Ay no no! ¡Que me aplastais!- chilló ahogándose en sus propias carcajadas.

-¿Pero tú no querías mimos, princesa?

-¡Papi que no me llames así!

Los tres rompieron en carcajadas fuertes y felices a la vez que suaves y dulces.

-Anda, tira a la mesa a comer.

****

-¡Ayla! ¡Cuidado con eso!

Estaban todos en el parque, como años atrás, con paquetes de pipas y latas de refrescos. Los mismos niños, y más, dentro de un cuerpo adulto.

Miriam no había cambiado prácticamente en nada, salvo que en cuanto conoció a Alfred, lo de los líos de una noche dejaron de ser lo suyo y se pasó a los mismos brazos todos los días.

Juan Antonio seguía igual de feliz. Y ahora con Paula incluso más.

Nerea y Aitana seguían juntas, estaban casadas, y habían adoptado a una niña también. Emma, ojos mar y cabello castaño.

Y allí estaban todos, más mayores, con más canas y arrugas, pero sobre el mismo banco y con el mismo, incluso más, cariño.

Estaban preparando el cumpleaños de Ayla, el 30 de junio cumpliría cinco años.

AylaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora