Capítulo 1

4 1 0
                                    

No siempre me he sentido mejor solo, hubo una época en la cual disfrutaba de la compañía. Antes, esa era la palabra clave. Mis padres aún albergan la esperanza de que con el paso del tiempo o cambiándome de colegio logre salir de mi zona de confort; por eso nos vamos.

Debo decir que yo también albergo esa pequeña y molesta chispa de esperanza. Y aquí estoy, sumido en un viaje de unas tres largas horas. Mis padres hablaban sobre su trabajo, excluyéndome de la conversación. Me limitaba a mirar por la ventana. El paisaje no me desagradaba, los arboles verdes y el cielo llegando al auge del ocaso lo hacía ver como si un pintor hubiera lanzado pinceladas de colores cálidos haciendo una mezcla de tonos única.

Aún recuerdo cuando se tuvo que ir, cuando sentí su mano aferrándose a lo único que tenía un poco de vida en la horrible sala en la que se encontraba. Mi abuela, mi abuela se había sujetado con la última chispa de vida que se encontraba en su gastado cuerpo. La única compañía que había tenido se encontraba inerte, luego un pitido llegó a mis oídos, con el, las lágrimas desbordaron. Ella, yo la llamaba mejor amiga, cómplice, maestra, abuela. Y ahora se había ido para siempre. Esa fue de las pocas veces que mi madre me dejó llorar en su pecho.

Ahora mi madre no soportaba verme, creo que le recuerdo a mi abuela. No es mi culpa tener rasgos un poco femeninos, ojos azules como los de ella y el pelo castaño claro. Una sacudida me sacó de mis pensamientos, habíamos entrado a una calle con muchos baches. Nos encontrábamos entrando a un pequeño pueblo. Mi padre, un hombre fornido y bastante serio (también ausente diría yo) habló:

-Esa va a ser tu escuela. -Señaló con la cabeza un edificio de dos plantas con unos árboles secos. Mi colegio anterior me gustaba más. Bueno casi, ya que caminar por los pasillos era casi que un suicido (al menos para mí.)

Seguimos avanzando unos 10 minutos más hasta llegar a un portón negro, por su aspecto herrumbrado y decrepito diría que no era eléctrico y alguno se tendría que bajar para abrirlo manualmente.

-Necesitamos cambiar el portón por uno eléctrico. - Dicho eso puso mi padre puso el freno de mano y se bajó del vehículo. Mi madre se volteó para hablarme:

-Anta, (es raro que mi madre no me llame por mi nombre completo, Antares. Mi abuela lo eligió, decía que en griego era: Paz o el que se opone a la guerra. Según ella los nombres influían en las personas, yo no era realmente un justiciero, una vez lo intenté y no salió muy bien, desde ese momento se lo dejo a otras personas; yo me limito a observar por miedo de volver a salir herido.) sé que estos meses han sido duros para ti, lo han sido para todos. Esperamos que puedas hacer amigos. -Era de las pocas ocasiones en las cueles me hablaba con ese tono de voz. Esa misma frecuencia sonora que hacía que me calmara, que olvidara los problemas que pesaban en mis hombros. -Atrás de la casa hay un río, sé que te gustará, podrías hacer una fiesta, la casa es bastante grande. -Dicho eso me regaló una radiante sonrisa, me limité a devolverle el gesto.

Para cuando nuestra pequeña conversación había terminado mi padre ya estaba de regreso con las manos de color bronce.

-Definitivamente hay que cambiar eso. Tus clases no empiezan casi que dentro de una semana. ¿Te parece si nos ayudas a desempolvar la casa? También tienes que pintar tu cuarto es mucho trabajo, pero la casa lo vale, nosotros lo valemos. Y ahí iba otra vez con sus frases motivacionales. Irónico, tienes un padre psicólogo que parece que se preocupara más de sus pacientes que de su propio hijo. Y una madre abogada que ve en su hijo varón a tu difunta abuela ironía pura.

El camino era de priedilla, y nos pinos a la lejanía. Por dicha el camino de la entrada hacia la casa no era mucho. A unos cien metros una casa un poco vieja se alzaba ante nosotros. Era de color gris y con alguna que otra maleza creciendo en su estructura. Papá aparcó el coche en la entrada y bajamos.

- ¿Hace cuánto nadie vive aquí? -inquirí.

-Unos cuantos años, tal vez. -Respondió mi madre.

La sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en el cerrojo. La puerta cedió después de varios golpes de parte de mi madre. Al abrirla vi una escalera de madera con un descanso en el medio, había un candelabro muy bonito; una oleada de polvo nos hizo estornudar.

-Puedes elegir cualquier habitación. -Hablaron mis padres con energía.

-Primero creo que veré la casa. -Se limitaron a hacer un ademán.

Deje en el piso la única pertenencia que había bajado del carro. A mi lado izquierdo estaba lo que parecía ser la sala de estar, con unos sofás cubiertos con unas mantas blancas (ahora cubiertas de polvo). El piso era de madera clara, unas ventanas dejaban ver la entrada, una chimenea rústica se encontraba en la mitad de una pared. Esta estaba decorada con piedras a su alrededor formando un marco. Avancé un poco más y vi una puerta que parecía dar a una bodega. A mi lado contrario estaba la cocina y el comedor con las mismas ventanas. Las dos salas se conectaban con un pasillo que tenía dos puertas: una era un baño y la otra parecía ser una bodega más pequeña que la que estaba en la sala. La cocina era casi toda blanca, las alacenas era de la misma madera que el piso. Abrí una puerta corrediza que daba a un inmenso jardín. Este se encontraba lleno de maleza, con una fuente en medio y una mesa con cuatro sillas en una terraza que estaba apenas al salir de la cocina. Me adentré en el jardín y llegué a una verja que parecía delimitar nuestra propiedad. Pude percibir un río corriendo no tan lejos.

-Ya entra. -llamó mi madre.

Aún tenía que escoger una habitación, pero ni siquiera había subido las escaleras que se encontraban entre la cocina y la sala de estar. Entré, fui a recoger mi mochila que estaba en la entrada. El salón y el comedor se encontraban divididos con un pasillo bastante ancho. Al principio de este se encontraba la entrada principal, al final del no tan largo pasillo estaban las escaleras que daban al segundo piso. Recorrí el corredor hasta llegar a la escalera, por dicha no eran muy largas.

Ya en el segundo piso pude ver tres puertas con aspecto de no haber sido limpiadas en siglos. Abrí la primera puerta a la derecha, era una habitación mediana, con sólo una ventana, entré; el suelo crujía cuando apoyaba mi sobre él. El baño estaba sucio y solo tenía una ducha, la iluminación y ventilaciónno eran de mi agrado. Salí rápidamente de la alcoba ya que el aire estaba cargado de polvo. Seguí mi camino por una puerta a la izquierda, la abrí y vi lo que parecía ser un baño de visitas. A mi derecha había una puerta, era una habitación con un pequeño balcón, aunque no sería la mía, tenía poca iluminación y su baño era muy pequeño. Al final del pasillo había una puerta aún más vieja que todas las demás, la abrí, hésitante, me sorprendió ver una habitación bastante grande, la pared paralela a la puerta era toda de vidrio y esta daba a un balcón (desde el cual podías ver una gran parte del jardín), al costado derecho había unos armarios llenos de polvo y bichos. Algo me llamó la atención, era una chamarra de mezclilla con algunos parches, (unos de la bandera LGBT, uno que ponía A. C. A. B, de unas bandas), Anta decidió quedarsela, le encantó y pensó en darle una buena lavada antes de usarla. Estaba seguro que esa sería su habitación, dejó su mochila en el piso.

Entre el ríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora