10. Discurso.

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1958, Ciudad de México.




Emilio


El aroma de la casa de mis padres me genera una especie de  tranquilidad momentánea y hoy la voy a visitar. 

Mi padre me ha hecho llegar la indicación con mi maestro de contabilidad de que tengo que presentarme a comer con él y mi familia en la casa principal. Ya pasaron más de veinte minutos desde que el profesor menciono el recado frente a todos mis compañeros, pero aun no logro que la presión de mi pecho y el sudor en mis manos desaparezca. 

Las manecillas del reloj avanzan a paso apresurado, sin darme cuenta mi mirada se centra fijamente en los movimientos que marcan al compás de los segundos pasantes, mi cabeza empieza a repetir el sonido de cada tic toc del artefacto frente a mí, acompañando a cada uno con el movimiento de mi pierna izquierda. 

—Entonces que Osorio, vas a ir a comer con tu papi.— La voz de uno de mis compañeros de clase me saca de mi ensimismamiento. Dirijo mi mirada al escritorio que esta justo enfrente de las sillas y mesas de madera alineadas en filas perfectas en busca del docente que dirige la clase, pero caigo en cuenta que me distraje tanto con los movimientos del reloj que no me percate de que ya había abandonado el aula.

Las botas del chico que me hablaba se escuchan cada vez más cerca de mi lugar. Aferro las hojas de mi cuaderno sobre mi pecho en un intento de protegerme y agacho mi cabeza lo más que puedo.

—Osorio, te estoy hablando cabrón.— Con todo mi empeño logro ponerme de pie, no tengo el valor de levantar mi cabeza y encarar al soldado frente a mí, por lo que decido huir. Le ordeno a mis rodillas que se muevan de manera rápida por el suelo de madera, pero estas no me hacen caso, y empiezo a avanzar de manera torpe y lenta. De pronto siento un fuerte jalón en la cabeza que hace que el gorro color verde obscuro caiga al suelo, la risa del chico a mis espaldas me aturde. No puedo ir a la casa de mis padres con el cabello descubierto pues se de ante mano que mi padre no lo toleraría, pero no me siento capaz de girar sobre mis talones y tomar mi gorro del suelo. Vuelvo a poner en marcha mis pies sin detenerme a pesar de las risas escandalosas que me despiden desde el fondo del aula.






Joaquin


Se que tal vez suene un poco exagerado, pero juro que me podría acostumbrar a comer todos los días de mi vida en esta cafetería. El sazón de Margarita es algo digno de apreciar. Me despido de Adrian y Pablo y me dirijo junto a Agus a la clase de historia. Me gusta compartir clase con mis amigos puesto que nunca esta de más romper la carga de trabajo de las asignaturas con una buena broma entre banco y banco.

La clase se me pasa volando y solo me queda dirigirme hacia el gimnasio para cerrar con mi sesión de entrenamiento del día de hoy. Decido pasar a mi casillero a dejar mis libros para ya no tener que regresar a los adentros del instituto al terminar la ultima clase. Acomodo todo de manera ordenada y cierro el mismo con delicadeza. De pronto unas risas al otro lado del pasillo logran captar mi atención, me acerco al grupo de chicos, por el simple hecho de que el gimnasio queda para el lugar en donde ellos se encuentran, pero mientras más acorto nuestra distancia, mejor puedo escuchar cual es el motivo de su diversión.

Camuflaje - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora