El árbol de las almas

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Seguía corriendo, la garganta ya la tenía seca, mi corazón chocaba frenéticamente con mi pecho, y el crujido de las ramas detrás de mí se escuchaba cada vez más cerca. Ya estaba muy lejos de casa, me adentraba a aquellas tierras que hace mucho dejaron de ser habitables para los humanos. Tenía la cara arañada y la ropa parcialmente desgarrada por todas las ramas filosas que me encontraba en el camino. Los tenis enlodados y pesados me dificultaban mucho seguir corriendo, pero no dejé de hacerlo.

Me hacía camino con la poca luz que la Luna me proporcionaba a través de los árboles, sabía que hoy moriría, eso era seguro. Justo ahora que realmente comenzaba a disfrutar mi vida, que me había quitado todas aquellas cadenas que me impedían disfrutar algunas cosas. En especial ahora que estaba con Kartza, ¿porque tuvo que pasar esto? Escuche a lo lejos agua correr, seguramente era un río, cambie de dirección y momentos después los crujidos cambiaron también de dirección. Mi instinto de supervivencia y la adrenalina me hacían correr, aunque la razón ya sabía lo que pasaría, mi cuerpo se resistía a ello.

Las piernas comenzaban a quemarme, estaban agotadas, la ropa comenzaba a pegarse en mi piel por el sudor de mi cuerpo y el rocío de la noche. Salí del bosque hacia un claro y a lo lejos se veía el río que se perdía en una cascada, por eso principalmente era el sonido del agua. Aquel claro me recordó a Kartza, se parecía mucho al lugar donde nos habíamos conocido y donde íbamos a pasear cada vez que podíamos.

El río no me daba esperanza de vivir, en especial porque no sabía nadar, pero de cierta forma el sonido del agua me tranquilizaba. Aunque podría intentar saltar dentro de él, posiblemente mis probabilidades de vivir aumentarían. Mi muerte no sería tan sola y fea al final del día, moriría en un hermoso lugar sea cual sea la causa. Finalmente, la bestia tomó parte de mi chamarra, el jaloneo la desgarro e hizo que volteara a verla sin dejar de correr. Aquellos ojos menta llenos de furia fueron los que vieron mis últimos momentos de vida y los que me arrebataron la misma.

Al amanecer el equipo de rescate salió en busca de Imiza, Kartza estaba con ellos como el segundo guía al mando. Las personas pertenecientes al equipo de rescate eran entrenadas con carácter militar y lo más importante era que contaban con las herramientas adecuadas para sobrevivir afuera. Buscaron por horas rastros o algunas pistas que los guiara hacia ella, pero no encontraban nada. La poca esperanza que Kartza tenía iba disminuyendo drásticamente al pasar las horas y no saber nada de su amada.

Casi al oscurecer encontraron un rastro humano, seguido por un rastro muy bien conocido, las huellas de las bestias. Nunca nadie las había visto, solo sabían que eran mortíferas por la sencilla razón de que siempre que desaparecía alguien encontraban dos rastros, el de la persona y el de las bestias. Todos sabían lo que significaba, solo que nadie decía nada, la tensión se podía sentir al igual que la compasión.

―Kartza, tenemos que regresar ―ordenó el jefe de la cuadrilla, se acercaba la oscuridad―. Lo siento mucho, el tiempo se agotó.

―Necesito encontrarla ―la voz desesperada y dolida salió de la boca de Kartza―. El rastro está aquí, puede que aún tenga tiempo.

―No quiero perder un integrante más, eres muy valioso ―repuso Gabriel.

―Y ella lo es para mí, cuando la encuentre volveré, se cuidarme solo ―Tomo su mochila, Gabriel lo tomó del brazo.

―Piénsalo bien...

―No hay nada que pensar, váyanse, la noche se aproxima ―Miro a toda la cuadrilla que lo acompaño en la búsqueda aquel día, probablemente sería la última vez que los vería.

―Esperamos tu regreso ―los del grupo comenzaron a tomar sus cosas para regresar a la seguridad de su hogar. Gabriel saco unas bolsas de su mochila y se las extendió a su amigo―. Necesitaras toda la ayuda posible.

Kartza sonrío, las guardo rápidamente para no perder tiempo y así seguir el rastro. Mientras seguía el rastro de su novia, buscaba un árbol grande y frondoso, tenía que ponerse a salvo. Haría un refugio con las mantas térmicas y camuflajeables en lo más alto de algún árbol, y ahí observaría lo que deambulaba en la noche. Cuando salió de la zona boscosa, se quedó boquiabierto por lo que se veía en el pequeño valle. Un árbol enorme, inmenso, lacado, que no había visto antes en esta zona estaba cerca del rio.

Recordaba haber visto aquellos árboles en sus diferentes expediciones en la zona norte de la ciudadela. Se creía que eras árboles sagrados y se lacaban por las almas que tenían adentro, entre más pura el alma, más fuerte y brilloso el árbol. El rastro de Imiza se dirigía al árbol, quizá ella...

Sin pensarlo dos veces corrió en su dirección a toda velocidad, una chispa de esperanza inundo su pecho, el agua del río sonaba más y más cerca. A medio camino tropezó y cayó fuertemente, el pie se le había enredado, se incorporó lentamente y comenzó a quitarse las hierbas causantes de su caída. De pronto, se dio cuenta que había pedazos de tela entre la hierba enredada en su bota, quedó atónito cuando la reconoció.

Sin duda era la chamarra de camuflaje de Imiza, eran muchas tiras, la habían desgarrado muy finamente. Enredada en un pequeño arbusto metros más adelante se encontraba el resto de la chamarra, cubierta por manchas de sangre seca. Kartza se puso de pie, el tobillo le ardía, le dolía al apoyarlo, al parecer estaba esguinzado, lo sentía muy caliente, volvió a sentarse. Los últimos rayos de luz se asomaban por el cielo, tenía que darse prisa para poder resguardarse de la noche.

Comenzó a gatear y poco a poco llegó a la chamarra, la desenredó y la amarro a su cintura, ya después la revisaría, comenzó a acercarse hacia el árbol. Tenía que treparlo para poder hacer un refugio más seguro, pero el tiempo no estaba a su favor y la condición del pie tampoco. Al llegar y tocar el árbol para comenzar a trepar el brillo se intensificó, y comenzó a emanar unas diminutas esferas de luz, creando un ambiente plenamente iluminado. Por un momento sintió mucha calma y una calidez conocida, el árbol sagrado resguardaba un alma.

Kartza comenzó a trepar, uso unas mantas para poder apoyarse, no podía perder más tiempo. Especialmente por la dificultad que representaba subir con un pie muy adolorido, conforme fue subiendo los ruidos de la noche comenzaban a intensificarse. El árbol emanaba más y más esferas de luz, iluminaba todo el valle. Cuando creyó que estaba lo suficientemente arriba, se sentó en una rama o comenzó a cubrirse con la manta de camuflaje, dejando un minúsculo agujero para estar alerta de su alrededor. Aquellas mantas eran muy especiales ya que su tecnología de espejo permitía reflejar lo que estaba detrás sin ser descubierto. De pronto el árbol comenzó a disminuir su luminosidad drásticamente dejando paso a las sombras y a sus acompañantes.

Los guardianes del abismoWhere stories live. Discover now