Tan solo un día desde que llegaron a aquel tranquilo páramo desde Sayula, y los problemas ya se estaban presentando. Brenner siempre supo que no era una buena idea que Tobías le ordenase parar la caravana en un minisúper en mitad de la carretera a primera hora de la mañana para comprar una buena dotación de cerveza de distintas marcas. Por mucho que anduvieran por la libre, y no por la autopista de peaje como usualmente hacían, creía que no le daba derecho a saltarse las normas de vialidad. Menos mal que no intentó convencerlo que mínimo consumiese una puñetera lata de Tecate antes de llegar al pueblo en el que les habían conseguido un alojamiento. Exceptuando la administración de los fondos de la banda, hasta eso el líder no era tan estúpido.
Desafortunadamente, el alcohol hizo su trabajo, y tres de los seis miembros de la banda ya estaban como una cuba, aullando coros de canciones de los Rolling Stones de forma equivocada y riendo como verdaderos idiotas.
Cuando cruzaron el arco que daba la bienvenida a Yatareni, alrededor de las cuatro de la tarde, los tres ladradores se hallaban roncando y durmiendo a pierna suelta en el camarote del fondo.
Brenner no se cansaba de despotricar contra ellos todo lo que le era posible.
—Menos mal que no nos topamos a la patrulla de caminos, o nos habríamos metido en una gorda —mascullaba el baterista de la banda, sin despegar la vista del camino pese al pintoresco paisaje que rodeaba la caravana.
La bajista, una chica rubia y algo desaliñada llamada Giselle, apartó la vista de la revista que leía para responderle.
—No seas gruñón. Tú quisiste hacerla de conductor designado.
—Porque ebrios o no, ninguno de aquellos tres iba a aguantar cruzar tres estados sin probar alcohol. Incluso nos fuimos de Aguascalientes sin pagar esa multa de Alex.
Giselle soltó un bufido al tiempo que negaba con la cabeza y volvía a centrar su atención en la revista. Brenner miró por el retrovisor al joven que iba sentado en la cocineta de la caravana. En sus manos tenía una vieja Fender de color rojo y blanco, y su mirada se hallaba perdida en algo del otro lado de la ventana. Si Brenner hubiera estado cerca, habría reconocido los acordes de Stairway to heaven que tocaba sin ningún esfuerzo.
—Oye, Wizard, ¿no vas a opinar nada?
Wizard era el alias que adoptó luego de que Alan, su verdadero nombre, perdiera todo significado en su vida. Y bien era acertada gracias a sus virtuosas manos para la guitarra. A todos sus compañeros les parecía que era capaz de realizar magia con la música que podía tocar si ese fuera su propósito. Menos mal estaba con ellos y no con otra banda.
De todas formas, el guitarrista permaneció en silencio. Brenner tronó la lengua.
—Me encantaría que dejase esa guitarra en paz de vez en cuando —se quejó—. Ha estado así casi todo el viaje.
—Al menos no está borracho como aquellos tres —interpuso Giselle, y como si de un conjuro se tratase, se oyó una especie de arcada en el fondo.
—Oh, perfecto. ¿Cuánto a que ese fue Tobías?
—Mejor ya cállate y sigue conduciendo, gruñón.
—Claro, como tú estás tan dispuesta a limpiar su desmadre...
—Hey, tranquilo. Estamos en el siglo XXI. También los hombres pueden limpiar.
—Maldita...
Brenner guardó silencio.
En su concentración tratando de encontrar la dirección que su supuesto representante les había dado al encontrarse con él en Querétaro, no se percató que Wizard dejaba de tocar para inclinarse hacia la ventana. Algo le había llamado la atención.
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Sinfonía a medianoche
Teen FictionMayra extraña a sus amigos. Por esta razón, en algunas ocasiones sube la pequeña colina, atravesando los hierbajos, hasta una iglesia en ruinas en la que dos años antes se reunía con sus amigos otakus. Lo consideraba un lugar sagrado, que quizás nu...