Ignacio Rivera era un hombre de 41 años de edad, alto, moreno, de cuerpo atlético y con mucha energía aún. Se dedicaba, desde hacía muchos años, a explorar rocas volcánicas, esta había sido desde muy joven la pasión de Ignacio y no imaginaba que sería de él cuando finalmente llegara el tiempo de retirarse de lo que más amaba. Sin embargo, mucho antes de que pasase siquiera por su mente un plan de retiro, el destino le pone piedras en el camino y no precisamente de las que le gustaba explorar, la vida, así como suele ser la vida, le presenta un cambio inesperado.
De repente, los caminos a los campos en los que trabajaba el hombre presentan derrumbes sin precedentes y por primera vez, Ignacio no encuentra una forma de llegar al lugar donde realiza el trabajo que tanto disfruta. Comienza a investigar las causas de tan extraño evento, y entre cuentos y leyendas locales, termina por descubrir, que existe una explicación paranormal para lo ocurrido, descubre pues, que un grupo de vecinos extraterrestres, después de muchos intentos fallidos, logra lo que se ha propuesto por tanto tiempo… ¡llegar a la tierra! Y resulta que la sangre caliente de estos extraños seres, no les permite habitar en ningún otro lugar de la tierra que, nada más y nada menos, en un volcán. Esto definitivamente complica un poco el deseo de Ignacio de volver a su lugar de trabajo, por lo que decide seguir investigando.
Sale de su casa muy temprano en la mañana y se dirige al pueblo que rodea el volcán. Ése, donde le habían asegurado que la invasión era cosa real y hasta más de uno aseguraba haber visto criaturas extrañas, del estilo del chupacabras y hasta una majestuosa nave espacial. Le pregunta a un señor en un abasto, uno de esos, que sale a comprar cigarros a las 7:00 de la mañana, como si su vida dependiera de ello, de esos señores que huelen a cenicero de bar y que la verdad, no son muy conversadores, mucho menos antes del primer cigarro del día.
Por alguna razón Ignacio decide preguntar justo al más gruñón de los locales de aquel pueblo, y lo que para la señora del abasto parecía un suicidio, resultó ser la mejor de las decisiones. El hombre cenicero le respondió con la seriedad que requería el tema: “Amigo, yo lo he visto, ayer por la mañana llegó una nave, así como las que aparecen en las películas, con la inmensidad de este aparato, han desarmado las montañas como si se tratase de una sustancia gelatinosa. Si quiere seguir explorando rocas, mejor consígase una nave de esas”. El hombre sin expresión prende su primer cigarro y se va sin despedirse.
Ignacio queda atónito, no sabía si el hombre había sido irónico o si hablaba en serio, era difícil saberlo por la ausencia de gestos que normalmente le hacen compañía a una conversación y de los que este hombre carecía por completo, pero una cosa era cierta, había puesto en su mente una idea muy loca, pero que no dejaba de darle vueltas en la cabeza, ¿y si fuera posible? ¿qué tal si pudiera explorar como nunca antes se ha hecho en la tierra?, muchas preguntas resonaban en su mente, pasa el resto del día pensando una y otra vez acerca de la frase que le dijo aquel hombre.
Como ya es sabido, no hay mejor consejero que la almohada, sin embargo, tal vez la almohada de Ignacio tenía complejo de Indiana Jones, porque éste se despertó convencido de robar la nave, nunca había deseado algo con tanta fuerza, de pronto su vida no tenía sentido sin esa nave, era en todo lo que podía pensar. Tanto, que se pasó toda la mañana y parte de la tarde en el computador, investigando todo lo que consideraba que necesitaba saber acerca de extraterrestres y naves espaciales. Pero el internet no tenía la información que requería, él necesitaba saber dónde estacionaban la nave, y sólo la gente del pueblo, quienes conocían verdaderamente cada rincón, le podían ayudar a encontrarla.
Le preguntó a cada persona que se le cruzaba en la calle, a todos esos personajes emblemáticos que siempre hay en cada pueblo, esos que uno ve siempre sentados en las puertas de sus casas viendo a la gente pasar, o al señor del quiosco de periódicos, la señora de las empanadas, en fin, no quedaba gente en ese pueblo que no supiera que aquel explorador de rocas andaba haciendo demasiadas preguntas acerca de la invasión. Razón por la cual, las personas comenzaron a conversar al respecto, y atando cabos comenzaron a darse cuenta de que se trataba de algo más que simple curiosidad, hasta que finalmente, como en todo pueblo pequeño, se terminó sabiendo la verdad, verdad que llegó a los oídos de Francisca Luján.
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Explorador de Rocas
Science FictionIgnacio es un hombre apasionado por lo que hace y con un estilo de vida bastante convencional, cuando sin preparación ni aviso, se ve envuelto en una aventura que nunca imaginó. Con la compañía de una mujer increíble y fiel a sus ideales, aprenderán...