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—¿Habéis olvidado a vuestra hija? —exclamó Kagome con incredulidad.

Koko se encogió de hombros, impasible.

—A veces, sucede lo inesperado, pero nosotros los armenios somos gente dura y nos...

—... fortalecemos ante la adversidad —terminó Kagome, disgustada con él y con todos los armenios.

Koko asintió con la cabeza.

—Así es.

—Enviad a Petri en busca de Krista —sugirió Kagome —. Los esperaremos aquí.

—Petri no está disponible.

—¿Y Demetri?

—Volvemos al caravasar —zanjó Koko—, y pasaremos ahí la noche. Reanudaremos el viaje por la mañana. ¿Qué habremos perdido sino un día?

—Bien. Ha sido un placer conoceros —repuso Kagome —. Yo seguiré mi camino.

—¿Solo? —Koko dio un respingo. Alargó el brazo y le cogió las riendas—. Os ruego que no cometáis una imprudencia.

—¿Por qué?

—Es peligroso viajar solo —dijo Koko—. Podríais morir a manos de los bandoleros, o podrían robaros vuestras pertenencias.

—No tengo pertenencias —replicó Kagome, tirando de las riendas para zafarse.

—¿Y vuestro caballo?

Kagome vaciló. No había pensado en eso.

—Si fuerais mujer vuestro destino sería aún peor —añadió Koko con malicia.

Kagome comenzó a inquietarse.

—¿En qué sentido?

—Esas sucias alimañas abusarían de una mujer de las maneras más abominables —afirmó Koko—. Primero empezarían por...

Kagome estaba asustada pero decidida.

—Voy a seguir mi camino.

—Así sea. —Koko se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa—. Cada hombre debe seguir su propio destino... su kismet.

Koko gritó una orden en su extraño lenguaje armenio. La caravana empezó a girar lentamente para emprender el camino de vuelta hacia el caravasar.

—Adiós, Miroku —dijo Koko—. Que Alá os proteja. —El armenio hizo girar su caballo con gesto majestuoso y se lanzó al galope detrás de la caravana.

Kagome los observó y luego fijó los ojos en el camino que tenía delante. Se sentía sola y vulnerable.

«Qué grande es el mundo», pensó. No tenía razón para creer que Inuyasha la estaría buscando por esos lares. Con su disfraz de hombre había conseguido engañar a toda la tribu de los Kasabian. Pero ¿de verdad lo había conseguido? En todo caso, el armenio había respetado su intimidad y no había indagado demasiado. Además, le aterraba viajar sola. Ay¿por qué se había escapado¿Qué haría ahora?

—¡Esperadme! —gritó Kagome de pronto, azuzando a su caballo para que alcanzara la caravana.

Cuatro horas más tarde avistaron el caravasar, y Kagome tuvo su primera sospecha de que algo iba mal. Había demasiados hombres y caballos. A esa hora temprana de la tarde no era normal que los viajeros pararan a pernoctar.

Por precaución, Kagome se mantuvo oculta entre los Kasabian. Se ajustó el kufiyah que le cubría el rostro y luego se apeó.

«Con tanta gente¿cómo podré seguir con el engaño?», se preguntó, acariciando la yegua. Si alguien adivinaba su verdadera identidad... Kagome no se atrevía a pensar en esa posibilidad. Fue entonces cuando se llevó el primer susto de los varios que tendría aquel día: con la pequeña Krista Kasabian cogida de la mano, Inuyasha salía del caravasar. Detrás de él venía Petri.

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαDonde viven las historias. Descúbrelo ahora