Elizabeth fue conducida al comedor de Netherfield donde estaban todos reunidos menos Jane, y donde su presencia causó gran sorpresa. A la señora Hurst y a la señorita Bingley les parecía increíble que hubiese caminado tres millas sola, tan temprano y con un tiempo tan espantoso. Elizabeth quedó convencida de que la menospreciaron por ello. No obstante, la recibieron con mucha cortesía, pero en la actitud del hermano había algo más que cortesía: había buen humor y amabilidad. El señor Darcy habló poco y el señor Hurst nada de nada. El primero fluctuaba entre la admiración por la luminosidad que el ejercicio le había dado a su rostro y la duda de si la ocasión justificaba el que hubiese venido sola desde tan lejos. El segundo sólo pensaba en su desayuno.
El señor Darcy sintió un deseo irrefrenable de tomar a Elizabeth en sus brazos, nunca la había visto tan bella así, con la falda cubierta de lodo, el cabello desordenado, las mejillas sonrojadas por el ejercicio y esos ojos positivamente brillantes que parecían observarlo solamente a él, y, por primera vez en su vida, el señor Darcy se dejó llevar por sus instintos y avanzó a paso seguro hacia la muchacha que lo miraba expectante.
Cuando estuvo frente a ella tomó su rostro entre las manos, se sumergió por unos instantes en su intensa mirada para luego bajar la vista a sus tentadores y entreabiertos labios y, acercándose con una lentitud dolorosa, posó sus labios sobre los de ella y la besó como nunca antes había besado. Para su sorpresa Elizabeth no sólo no lo rechazó sino que le respondió con avidez y mientras pasaba los brazos por detrás de su cuello y metía las manos en su cabello, abrió la boca para darle el acceso que él demandaba. Sus labios y sus lenguas se unieron en una sensual danza que los dejó a ambos sin aliento.
Se separaron cuando la necesidad de aire se hizo irrefrenable pero permanecieron abrazados, cada uno perdido en la mirada del otro, totalmente ignorantes de las miradas de incredulidad y los murmullos de indignación que se levantaban a su alrededor.
"Elizabeth...", le dijo mientras acariciaba suavemente su mejilla y ella lo recompensaba con una mirada llena de amor y una preciosa sonrisa. "Mi Elizabeth..."
"¿Señor Darcy?"
"Mmm... Elizabeth..."
"Señor, despierte. Soy Jenkins."
"Eh... ¿qué?... ¿Jenkins?", preguntó Darcy confundido y al abrir los ojos se dio cuenta de que había sido sólo un sueño.
"Sí señor, buenos días. Eh... ¿se encuentra bien?", le preguntó su valet mientras observaba con disimulo el estado de su patrón. El señor Darcy estaba aferrado a una almohada en medio de una cama totalmente desordenada y aunque todavía estaba medio dormido al menos una parte de su cuerpo estaba bien despierta.
"Estoy bien... gracias", respondió Darcy mientras se daba vuelta para ocultar su estado de evidente excitación. No era la primera vez que Jenkins lo veía así pero creía recordar que la última había sido cuanto tenía 18 años.
"¿Le preparo el baño señor?"
"Buena idea."
"¿Más bien frío, verdad?", preguntó Jenkins y sin esperar respuesta se metió en el cuarto de baño rápidamente para evitar que el señor lo viera reír.
Mientras terminaba de vestirse Darcy se prometía a sí mismo no pensar más en Elizabeth ('La señorita Elizabeth', se corrigió) de ese modo otra vez, de lo contrario la estadía de las hermanas Bennet en la casa sería una tortura para él y además no pensaba dejar que Jenkins lo viera en ese estado otra vez.
"Me asombra", dijo Bingley, "que las jóvenes tengan tanta paciencia para aprender tanto, y
lleguen a ser tan perfectas como lo son todas."
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Cuentos que no son cuentos
RandomObra escrita por L.W Maravilloso escrito, compuesto de siete historias inspiradas en Orgullo y Prejuicio. Absolutamente recomendable.