Había durado casi una hora atascada en el tráfico. Luego de ir a la facultad, se había ido casi corriendo hacia su trabajo en ARLAM, y aún así había llegado tarde a la oficina.
Justamente ese día había pasado mitad de la tarde supervisando una obra en las afueras de la ciudad, y la cabeza le dolía debido a lo caluroso que eran los días en esa época de año, a que no había desayunado y a que tenía una montaña de deberes encima.
Había terminado por llamar a Alberto para que la cubriera por lo que quedaba de la jornada, y él le había dejado partir a su casa.
Hacía medio mes que habían cambiado de casa, y su cuarto aún era un desastre. Entre la escuela y el trabajo le habían impedido arreglar todo, y ahora cada día llegaba a una habitación llena de cajas y equipajes.
Se propuso que al llegar se tomaría una aspirina y terminaría de desempacar, porque su pieza parecía un basurero.
Aún no entendía cómo era que Alberto jamás decía nada sobre lo desorganizada que podía llegar a ser, y aún así con ese defecto, seguir siendo su roomie desde hacía casi un año.
Por supuesto que sabía que el hombre era de los que no juzgaban y entendían hasta la más mínima equivocación. Por eso era su mejor amigo, aún con la diferencia de edad.
Cuando llegó a su casa, encontró la sala de estar impecable, con tan sólo unos papeles sobre la mesa que supuso eran de Alberto, y sin prestarle mucha atención, se dirigió a la cocina para tomar las pastillas. Dejó caer sobre el piso su mochila, y se acercó a la caja de medicinas.
Se había propuesto limpiar y ordenar, pero ahora una ducha de agua fría le llamaba más para después tirarse a su colchón y recuperar horas de sueño.
Se recargó en la isla de la cocina y cerró los ojos, tratando de concentrarse para sentir si la pastilla hacía efecto.
—¿Estás enferma?— dijo una voz frente a ella.
Abrió los ojos y, casi de inmediato, una enorme sonrisa se plasmó en su rostro. Su chico estaba en el umbral de la cocina, mirándola con lo que identificó como duda.
Corrió hacia él y subió los dos escalones que lo separaban de él, colgándose de su cuello y dándole un largo beso en los labios.
—Perdón, debo oler mal; vengo del trabajo.— a él pareció no importarle eso porque la abrazó por la cintura y bajó su rostro para besarle nuevamente, ahora profundizando la caricia. Cuando se separaron, ambos sonrieron con emoción. —¡No me avisaste que vendrías!, ¿qué haces aquí?
El dejó otro beso sobre sus labios, ahora uno casto. Aún con sus manos tomando su cintura, la condujo a bajar los escalones y ambos ahora estaban dentro de la cocina.
—Me he escapado de Andrea para llevarte a cenar.— respondió, separándose de ella y yendo directo al refrigerador. Tomó un vaso y lo llenó con agua helada. —¿Estás enferma?, ¿de qué era la pastilla?
Ella lo siguió, rodeando nuevamente la isla. El se acercó a tomar la caja de aspirinas; en su rostro entendió que él no sabía de qué se trataba.
—Me dirás que te escapaste de tu niñero para venir desde Italia, sólo para llevarme a cenar. —Afirmó ella, recargándose en la mármol frío de la barra. El chico asintió, tomando del vaso y luego sonrió con emoción. Ella le regresó gesto cuando él levantó la caja de pastillas, preguntándole sin palabras. —Me dolía la cabeza. Me tomé una aspirina, pero creo que verte me ha hecho más efecto.
Ella sonrió, coqueta. Y el chico sonrió, acercándose a darle otro beso.
—Dime, ¿por qué no has terminado de ordenar tu cuarto?— cuestionó él, alejándose nuevamente para dejar el vaso en el fregadero. —el fin de semana pasado seguía tal como está ahora.
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QUALCOSA PIÙ DELL'ORO [Piero Barone]
RomanceAlexa Reyes tiene metas de vida que poco a poco, y con mucho esfuerzo, a logrado cumplir. Su inteligencia le ha ayudado a escalar por la vida; tiene el trabajo de sus sueños, está cursando la maestría en la universidad con la cuál siempre soñó estar...