Luces en la Oscuridad

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Gabriel se sentía escrutado por la fría mirada del policía que se había sentado frente a su cama hospitalaria.
- ¿Y dice usted que no hay forma de encontrar ese lugar?
-Era la primera vez que iba, no conozco el camino, no sabría regresar. Pero otros lo han encontrado antes que Félix, así que no debe ser tan complejo. Es cuestión de poner a gente a batir los montes.
-¿Sabe mi problema, señor Olmedo? Necesito conocer los hechos. Las teorías están bien, los testimonios siempre ayudan… pero no quiero crearle falsas ilusiones, las cosas no pintan bien para usted. Respóndame a una simple pregunta: ¿Qué sucedió en aquella cueva?

Gabriel fijó su vista en la bolsa negra a los pies de su cama, donde su ropa sucia y estropeada aguardaba desde hacía días a que reuniese fuerzas suficientes para inspeccionarla. Algo que aún no había sido capaz de hacer: era consciente de la pesadilla que reviviría en el momento en que la abriese. Y aquel desgraciado Señor Carrasco estaba empeñado en saber la verdad. "La verdad"… Gabriel sabía sin necesidad que nadie se lo dijera que ese hombre no quería saber lo que sucedió realmente. Quería conocer una versión que pudiese dar por real, algo que le permitiese cerrar el caso sin perder el sueño en el proceso. Pero la verdad… eso no quería conocerlo.

Recordaba perfectamente aquella mañana. 

Era un agradable día de primavera. Inés, una chica de su grupo de espeleología experta en Historia Antigua, se había acercado a él en la cafetería donde solían quedar los miembros del club. Era una experta espeleóloga que raramente se dignaba a ir a las excursiones en las que él participaba. Inés tenía su propio grupo exclusivo con el que solía ir a cuevas peligrosas e inexploradas. El día en que ella se había acercado y le había preguntado si deseaba unirse a ella y a otro espeleólogo en la exploración de una caverna en la cordillera, no se lo había pensado: la respuesta había sido "Sí, por supuesto". 
Que llevase bebiendo los vientos por ella desde el día en que la había conocido sólo había sido un incentivo adicional.
No le importaron los motivos que habían impedido a Lucía y Álvaro, los miembros habituales del grupo, a formar parte de aquel viaje. Aunque el hecho que el número de integrantes de aquella expedición fuese tan escaso lo intrigaba. ¿Por qué él? ¿Por qué no habían elegido a cualquier otro?

La cueva en sí misma no era más que un orificio de menos de un metro de diámetro a ras del suelo. Félix la había encontrado días atrás, después de haber escuchado a un anciano de la zona hablar sobre la fosa cuando una oveja se había precipitado en su interior. Había descendido sólo y decidido regresar a explorarla en compañía: parecía emocionado con su descubrimiento. Pero al enterarse del sustituto encontrado por Inés, había puesto mala cara. Un gesto que no había desaparecido de su rostro desde entonces.
Aquello parecía un pozo, más que el acceso a una cueva, pero Gabriel no pondría pegas, aunque había que descender diez o doce metros en vertical y nunca le había gustado hacerlo: era más bueno subiendo por cuerdas en vertical que descendiendo por ellas.
Dejó que el gruñón de Félix descendiera primero, ya que era el que más prisas parecía tener por adentrarse en el subsuelo. A Gabriel no le importaba quedarse rezagado y descender con tranquilidad y sin agobios. A pesar de los meses que llevaba practicándola, aquella era la primera vez que se adentraba en una cueva inexplorada. Eso lo emocionaba y aterraba a partes iguales.
Gabriel descendió por la escarpada y fría superficie de la pared rocosa permitiendo que la cuerda que lo sujetaba se deslizara cuidadosamente entre sus dedos.
Se concentraba en no cometer errores, consciente que si daba un paso en falso no lo volverían a incluir a excursiones similares. 
Llegó al fondo, donde Inés lo aguardaba con sus hermosos y alegres ojos negros y su pelo de ébano recogido en un moño perfectamente cubierto por uno de los cascos reglamentarios, envuelta por el acogedor halo de la linterna que llevaba prendida en él.
-Félix ha avanzado por el corredor: se ensancha enormemente a unos 20 metros de aquí. Lleva a una caverna inmensa, hay hongos con bioluminiscencia en las paredes y un lago subterráneo que se hace profundo a pocos metros de la orilla… Tienes que ver lo que hay en esas aguas. Creo que podríamos haber descubierto una especie nueva. Quizá varias.
-Pues no lo hagamos esperar más aún. No está de humor para retrasos.
-No te enfades con él, Félix está pasando por momentos muy malos. Tiene mucha presión en su casa, y su mujer no ayuda precisamente.
Gabriel se encogió de hombros, la vida personal de aquél cuarentón le importaba muy poco. Él tampoco tenía una vida fácil, pero no por ello se pasaba el día poniendo mala cara a quienes le rodeaban.
Avanzó tras Inés con la fuerte sospecha que el único motivo por el que había sido incluido en el grupo había sido el hecho de confirmar o desestimar el descubrimiento de Félix en aquel lago subterráneo. Llegó hasta el final del corredor y se detuvo un instante atónito ante la belleza del lugar. La estancia subterránea era gigantesca, y casi la totalidad de los salientes rocosos de sus paredes estaban cubiertos por multitud de hongos luminiscentes de diferentes especies que creaban un mosaico de formas y colores de una belleza primitiva y mágica.
-Increible… o hemos tenido mucha suerte o estamos ante todo un descubrimiento.
-¿Por qué lo dices? –Inés no estaba demasiado impresionada por el mosaico de hongos, los había visto en alguna ocasión anterior. En aquella cueva, simplemente habían muchos más de los que se solían ver.
-La mayoría de los hongos luminosos sólo emiten luz en un periodo muy concreto de su ciclo vital, durante unos días. Algunas especies lo emiten continuamente, pero ninguna que esté presente en la península ibérica… Tengo que tomar algunas muestras.
Gabriel se acercó a una pared en la que un numeroso grupo de diminutas setas de menos de un centímetro de altura, de tallo fino y alargado con un pequeño sombrero puntiagudo resplandecían en un tono blancoazulado, delimitando una frontera perfectamente elíptica mientras a su alrededor, otras setas de altura ligeramente superior resplandecían en granate, cercando a las primeras en una línea definida. Tomó algunos ejemplares de color granate con una pequeña cantidad del sustrato en que se sustentaban y los introdujo en un bote de cristal con la tapa agujereada que había llevado en la mochila. 
-¡Eh! Gabriel, ven aquí, mira esto. 
-¡Ya voy! –Guardó el recipiente con prisas en el bolsillo de su cazadora y corrió hacia el resto del grupo, que observaban fascinados las aguas del lago desde lo alto de una roca.
Inés estaba arrodillada junto al borde, y miraba embelesada a las profundidades. 
Fue Félix, el líder del grupo, y el más inconforme con la presencia de Gabriel quien le dirigió la palabra:
-¿Sabes qué es eso que se mueve ahí abajo? 
Gabriel se asomó al borde de las aguas y observó lo que tenía embelesados a los demás: en las aguas, miles de luces diminutas se desplazaban en un hermoso baile de destellos azulados y rojizos. Introdujo las manos en el agua y las sacó colmadas de agua con luces danzantes. Dejó que el agua se escapase entre sus dedos, dejando en su palma un diminuto crustáceo de caparazón y músculos translúcidos, con órganos internos bioluminiscentes latiendo con colores cambiantes en toda su longitud. Parecía un pequeño langostino con largas y delgadas pinzas translúcidas.
-Con los hongos no estoy seguro, tengo que estudiarlos con más detenimiento, pero con esto no tengo duda: señores, estamos ante una especie desconocida. 
Por primera vez desde que habían aceptado a Gabriel en el grupo, Félix lo miró satisfecho.
-¿Qué haría falta para publicarlo en una revista seria? Una de esas de renombre internacional, que te hacen famoso con el descubrimiento.
-No nos apresuremos, primero hay que llevarnos algunos con vida hasta un laboratorio y asegurarnos que su ADN no coincide con ninguna especie conocida. Describirlo bien, conseguir fotos detalladas, encontrar su clasificación taxonómica… y claro, buscarle un nombre.– Devolvió el animal a las aguas de donde lo había sacado. – Requiere trabajo, tiempo y tendremos que regresar con un equipo mejor. Pero esto nos lo van a publicar.
-¿Y qué me dices de los hongos?- Inés parecía de pronto interesada por la decoración del lugar a la que había sido indiferente momentos antes. Eso causó una sensación cálida en su pecho, que atesoró como oro en paño.
-Pues aún no he tenido tiempo de examinarlos  bien, pero con tantos tipos de hongos diferentes, y con colores tan distintos…. Puede que algunos acaben siendo Mycena luxaeterna o alguna otra parecida, pero hay posibilidades. Voy a tomar muestras de algunos, pero este sitio parece que nos va a traer más de una sorpresa.
En aquellos instantes Gabriel era completamente inconsciente de la terrible verdad que sus palabras profetizaron.
Inés y él se alejaron hacia uno de los extremos de la caverna, cerca de la entrada por donde habían accedido a la estancia principal. La historiadora había llevado consigo algunos recipientes de plástico en los que estaban introduciendo hongos en distintas fases de desarrollo. Cada variedad en un recipiente diferente. 
Desde el fondo de la caverna se escuchó la profunda voz de Félix.
-¡Inés! ¡Ven a ver esto, te encantará!
-¿Qué habrá encontrado? –Inés le miró dubitativa un instante.
-Vete, no me voy a ir a ninguna parte. Cuando me quede sin botes que llenar, iré para allá. Y si es algo realmente interesante, avísame.
-Vale, ahora nos vemos.
Inés le sonrió y se alejó con un trote ligero hacia el fondo de la cueva, desapareciendo por una galería lateral.

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⏰ Última actualización: Nov 05, 2014 ⏰

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