Te amo. Observo cuando llevas aquel pan a tu boca y deseo convertirme en tu alimento. Deseo que te atragantes y asfixies conmigo. Pero no puedo matarte, no... cuando los humanos mueren sus almas parten lejos, a tierras donde ni el hambre, la sed y yo mismo podemos llegar. Si mueres estarás totalmente fuera de mi alcance.
Así que vive, vive mucho. Vive siendo infeliz. Quiero verte sufrir, quiero verte llorar, quiero verte desear no estar vivo, llamarme a gritos y no poder tenerme, desearme y jamás verte satisfecho. Será como si fuéramos amantes trágicos, dos almas separadas por los designios crueles de Dios.
¿No es romántico?
No, no es romántico.
Tú no sabes nada del amor. El amor es sufrido, es bueno, no se irrita, no hace nada indebido, y sobre todo no busca egoístamente satisfacer solo al amante. Tú no me amas, criatura malvada. Tú solo buscas tu propio bien y yo te tengo sin cuidado. No puedo darte mi corazón si no me ofreces el tuyo a cambio.
Te lo doy todo. El dolor en la espalda que llegará con los años, el miedo al mañana, la incertidumbre del hambre, la tristeza de los días vacíos, la agonía de la soledad. Te doy todo lo que tengo, te doy mi alma, amado mío.
Ahora veo que cada quien da de acuerdo a su naturaleza. Yo te pido pan y tú me das piedras. Para mí el pan es agradable, para ti las piedras son una recompensa. ¿Cómo podemos tender un puente sobre el abismo tan hondo entre nuestros conceptos de amor? Lo que me ofreces me hace daño y lo que yo puedo ofrecerte no tiene valor para ti. Estamos condenados a un amor silencioso, un amor estéril.
Sin embargo te amo.
Yo también, ahora duerme. Mañana tendremos esta charla otra vez.