Mi musa tiene aspecto de varón.
No sé si las musas deben encajar en un género, pero si tuviera que definir cuál es el género de mi musa, sería hombre.
Ahí puedo verlo, sentado sobre el escritorio leyendo mis manuscritos recién terminados y haciendo muecas de asco.
Cómo lo odio.
Con halagos y palabras de amor me seduce e impulsa a embarcarme en una odisea para abandonarme a mitad de la aventura y volver solo al final para desaprobar todo lo que he hecho.
—Esto es malo, muy malo —suele reñirme—. ¿Realmente creíste que esto podía interesar a alguien?
Yo no respondo, estoy demasiado agotado para siquiera molestarme por su falta de consideración. Me duelen los hombros. Ahora mismo debería estar durmiendo. Los adultos necesitamos dormir siete horas diarias o no podemos mantenernos saludables y mi salud ya está muy gastada a pesar de ser joven.
Pero el muso no se irá, lo sé. Como una amante me hablará a oído con mil zalamerías y me obligará a sentarme otra vez frente a la computadora.
Quisiera tan solo un par de horas de sueño.
¿Por qué he perdido el derecho de cerrar los ojos y descansar?
Si tan solo él no estuviera aquí, si tan solo no lo hubiera conocido... Yo sería una persona normal. Sin sueños de trascendencia... Sin... ¡Ah, la trascendencia!
Él conoce tan bien mi debilidad. Me arrastra tras él con tentadoras promesas de trascender. Consume todo de mí en mi búsqueda por dejar una huella en la historia.
Con los años comprendí que yo no era el único en este viaje, todos los seres humanos estamos embarcados en él desde nuestro nacimiento hasta el naufragio final vislumbrando tierra firme en lontananza. Destinados a ser olvidados. Destinados a hundirnos en la nada.
La trascendencia escapa de mis manos y no hay nada que mi muso pueda hacer al respecto.Estará sentado en un rincón de la habitación, mirándome con frialdad y esperando que de más de lo que puedo ofrecer.
Y yo seguiré escribiendo, seducido por él y sus promesas vacías de ser recordado.