La leyenda del Cempasúchil.

21 2 0
                                    

Hace muchos años, cuando el sol conversaba con los mortales y el amor existía, vivió una pareja, un guerrero llamado Huitzilin y su amada Xóchitl.

-Xóchitl, mi hermosa flor, prometo amarte por siempre, en esta vida, en mi muerte, en el Mictlan y en cualquier otra forma de mis siguientes vidas.

-Y yo, mi valiente guerrero Huitzilin, prometo amarte hasta que las estrellas dejen de brillar, te seguiré a donde vayas, por siempre y por el resto de mi vida. Te esperaré y honraré.

Sus palabras resonaron en el viento, Tonatiuh, el padre sol, fue testigo de su juramento de amor eterno. Él los había visto nacer y crecer, fue testigo de cómo los niños se convertían en adultos y cómo el vínculo que había entre ellos se fortalecía.

Así pasó cada tarde sin falta. Por muchos años, Xóchitl y Huitzilin reforzaban su juramento mientras llevaban flores a Tonatiuh.

El tiempo pasó, el amor perduró y se fortaleció, sin embargo, como nada es eterno y el destino gusta de poner pruebas, Huitzilin llegó a una edad en la que debía irse.

-Xochitl, el día de hoy he de partir a la guerra, has de saber que si he de morir, pediré a todos los dioses que me concedan el tenerte de nuevo, mi amor por ti perdurará, de eso no dudes jamás. -Los ojos de Huitzilin resplandecían mientras miraba a su amada, Tonatiuh los iluminaba desde su posición, siendo testigo, una vez más, de ese hermoso ritual de amor. -Tonatiuh, padre sol, me dirijo a ti esta vez. Cuida por favor de mi bella flor en mi ausencia, que no le falte compañía, que no le falte comida ni vitalidad. Por favor, si muero allá, hácelo saber. -Huitzilin se arrodilló con honor, su traje de combate lo engalanaba ya y tras besar la tierra que lo había visto crecer y dirigir una última mirada a su amada, partió rumbo a ese destino incierto, pensando una única cosa: Te amo Xóchitl, por siempre y para siempre.

Los días pasaban, Xochitl continuaba con su ofrenda floral, conversando con las criaturas que ahí habitaban, proclamando su amor eterno hacia el valiente guerrero que se había marchado.

-Hija mía, temo aparecerme así, pero mi hijo, Huitzilin, ha caido en combate como el valiente guerrero que siempre fue. Ha caído con gracia y honor y en ningún momento ha dejado de pensar en ti.

-Padre sol... -Las lágrimas abandonaban los ojos de Xóchitl, la esperanza, que hasta ahora se había mantenido palpitante en su pecho, se desvanecía poco a poco, hasta que la completa realidad cayó en ella.

Xóchitl despertó abruptamente, por el sonido de los pequeños animales fuera de su hogar y el fresco aroma del rocío sobre el pasto, supo que el amanecer pronto llegaría.

Con apremio, salió directo al monte que visitaba cada tarde junto a su amado Huitzilin, llegando a tiempo para ver cómo Tonatiuh se levantaba por el horizonte, tan esplendoroso y vivo como siempre.

-¡Oh padre Sol! Por favor, si lo que me has dicho en ese sueño, ha sido verdad, por favor, llevame a donde él esté, deja que mi amado y yo volvamos a vernos y amarnos, tal y como lo hemos prometido todos estos años.

Tonatiuh, conmovido por las lágrimas y el pesar de Xóchitl, así como también tocado por los últimos deseos de Huitzilin, quien en ningún momento dejó de pensar en su amada, decidió cumplir el deseo de ambos, haciendo que, en algún momento, se pudiesen reencontrar.

Un dorado, resplandeciente y cálido rayo de sol bajó hasta tocar a Xóchitl, quien se encontraba de rodillas, llorando la muerte de su guerrero.

Su cuerpo dejó de sentirse pesado, sus lágrimas cesaron de caer y el pesar en su corazón disminuyó.

"¿Qué es lo que pasó?" Se preguntó, sintiendo que el cuerpo que ahora habitaba, era mucho más pequeño y ligero. "Padre sol, ¿Qué me ha pasado?"

"Mi querida niña -La voz del Sol resonó en la conciencia de Xóchitl-. A partir de ahora serás una flor, te he dado la oportunidad de volver a encontrarte a Huitzilin, pero debes saber esperar. Abrirás tus pétalos cuando creas necesario."

Xóchitl estaba agradecida con Tonatiuh, tenía la oportunidad de reencontrarse con Huitzilin, como tantas veces se lo habían jurado mutuamente. Confiaba en los dioses, ellos sabrían cómo hacer que se reencontraran, ahora solo debía ser paciente.

Pasó el tiempo, Xóchitl veía a Tonatiuh salir y esconderse todos los días, hablando con los demás animalitos, esperando pacientemente, tal y como se lo habían dicho.

Otro día pasó, la tarde caía y Xóchitl cantaba al viento, la flor permanecía cerrada, solo ondeando sus hojas, justo cuando iba a despedirse de Totatiuh, un colibrí llegó volando, quedándose a un lado de la flor cerrada, Xóchitl, expectante, sintió dentro de ella una corriente de energía, que la hizo liberar sus pétalos, eran del color del Sol, tan vivos y brillantes como el mismo astro.

El colibrí rápidamente se acercó hasta ella, posándose suavemente, besando sus pétalos, tomando su néctar y consumando lo que sería el inicio de su nueva historia.

Mientras tanto, Tonatiuh, una vez más, fue testigo de este hermoso pacto de amor, sintiéndose feliz de haberlo ayudado a reencontrarse y así poder cumplir su promesa.

⨳ Notlazohtlaliz ⨳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora