CONOCIÉNDONOS

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Mi vida ha sido algo complicada.

Mi padre no me quiere porque no nací con "talento" como él suele decir. Mi madre falleció cuando yo apenas tenía siete años; pasó al poco tiempo de nacer mi hermanita, quien es la adoración de mi padre, pero con quien no tengo una relación cercana porque practica piano a diario después de clases desde que demostró dotes musicales.

Música...

En mi familia existe un largo historial de dotes musicales "genéticos". Ha sucedido desde mis tatarabuelos. Generación tras generación, los Hyuga son considerados prodigios musicales. 

Bueno... Excepto yo.

Pero no se preocupen por mí ya que cuando mi padre descubrió que lo mío no era la música, decidió centrar su atención por completo en mi hermana. Quizá me sentí un poco sola al inicio de mis años de escuela, no lo negaré, pero decidí no sentir lástima de mí y opté por hacer lo mismo que mi padre: concentrarme en algo más.

Fue cuando descubrí que lo mío era ser doctora.

La enfermedad de mi madre me dio el enfoque para dedicarme a mis estudios. Me prometí a mí y a mi madre, en su tumba, que  ayudaría a curar a otras personas. Quizá a ella no la conseguí salvar, pero no iba a dejar que alguien más resulte lastimado.

Fue así que desde pequeña mis pensamientos sólo eran sobre estudiar. ¡Ser la más aplicada! Demostrarle a mi padre que, tal vez, no nacer como una prodigio en música no iba a limitar mi pensamientos ni mis metas. Por el contrario. ¡Podría ser la mejor doctora de todo Japón!

Bueno... No... No tan así.

Espero hayas entendido lo que quise decir... ¡Ejém!

Resulta que mi dedicación me otorgó una beca en medicina. Una beca que me llenó de orgullo, pero que, lamentablemente, a mi padre no le sacó ni una corta sonrisa...

La despedida fue muy simple, casi seca. Ya estaba acostumbrada... O creía estarlo. La tristeza de alejarme de la Mansión Hyuga me embargó durante el viaje, pero todo aquello, toda emoción negativa, desapareció de mi cabeza en el momento en el que abrí la puerta de mi recámara en la facultad.

Jamás... ¡Jamás creí que compartiría la alcoba con un...!

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"¡Muchacho!" Pensó Hinata y dejó caer sus maletas cuyo ruido alteró al joven en el interior. El ruido del equipaje fue un soplo en comparación al que hizo el chico al caer de la cama; los afiches que estaba colgando volaron por toda la habitación.

—Pe-perdón... No quise asustarte. —dijo ella al acercarse con las manos delante de la boca, culpable por sorprenderlo y hacerle caer.—Eh... ¿Estás bien?

El muchacho levantó la mirada con una torpe sonrisa, sacando de su cabeza los estúpidos pensamientos de que había un fantasma allí.

—Sí, yo... ¡Estoy bien, de veras! —Él se levantó de un brinco. — ¿Necesitas ayuda en algo?

—Mmm...  Pues... ¿Esta es la habitación 206? —expresó dudosa.

— ¡Sí, claro! —respondió con una amplia sonrisa, pero Hinata se puso un poco pálida. — ¿Te sucede algo?

Nunca te olvidaré...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora