Problemas, en eso andaba metido de nuevo. No era nada nuevo, por supuesto; llevaba años en la Cabaña de Hermes, y las costumbres se pegan quieras o no. El caso es que había hecho una broma a los de Apolo junto a los Stoll, pero solo a él lo habían atrapado.
Así que allí estaba, poniéndose guantes, delantal y máscara especiales para evitar que la lava con la que lavaría los platos quemara su existencia, que de por sí ya era morena.
Suspiró, ingresando finalmente a la infernal cocina, donde se encontró con otro campista; mejor dicho "otra", que refregaba cada pieza de cerámica con odio y enojo. Un enojo muy característico.
Oh, claro que sí.
Clarisse La Rue.
Ah, no. Pensó, saliendo de allí como si una gota del líquido hirviendo le acabara de caer encima No, no, no. Noup. No. Yo ahí no entro.
Sí, huía de la chica. La verdad, era algo normal en todo el campamento, nadie podría culparlo...Excepto si se enteraran de que él no corría por la misma razón que los demás. Corría por algo que no era normal en todo el campamento. Y es que tal vez, sólo tal vez, estuviese loco, o tuviera un fuerte deseo inconsiete de masoquismo, pero Clarisse La Rue, la bravucona de Media-Sangre, hija de Ares, el dios de la guerra y la violencia, le gustaba.
O sea...gustar, gustar.
Ese 'gustar' en que su sola presencia le revolvía el estómago, le quitaba el aire y aceleraba su corazón. De seguro en vez de masoquismo era un deseo de suicidio. Sí, definitivamente. Quería terminar muerto. ¡Es que solo imaginenlo! ¿Qué pasaría si Clarisse se enterara? ¡Lo mataría seguro!...O él se moriría de un ataque al corazón. Pero de que estira la pata, estira la pata.
—Joven Rodríguez.—escuchó la voz del Gran Entrenador de Héroes y se sobresaltó, para luego mirarle.—¿Qué hace fuera de su castigo? Debe limpiar los platos de la cena ¿no?
—Ah...¡Sí! Claro que sí, señor. Eso debo hacer. Solo que...—dudó unos segundos.—No soy el único en la cocina, sabe...
—Oh, sí.—el centauro asintió, comprensivo, como si no fuese nada nuevo.—La señorita La Rue. Exigió de más a unos chicos nuevos en la Arena...—Ah, vaya. Quería ser suave.
—Los masacró.—aseguró el hispano, por mera supocisión.
El centauro dudó un poco antes de asentir resignado.—Sí. La mitad están en la enfermería.—admitió.—Pero bueno, por eso ella también está castigada. Y no se preocupe, no puede agredirlo durante el castigo o este se expandirá; ya está advertida.
Okay ¿en serio intenta calmarme con eso? Rascó su nuca, indeciso.—Ja, sí...Verás, Quirón, no es eso lo que me preocupa...
—¿No?—lo miró extrañado.—Entonces ¿qué le impide ingresar y lavar los trastes?
El miedo de decir una estupidez frente a la chica que me gusta. Porque cuando estoy nervioso hablo como no tiene idea, señor. Ah, pero no diría eso. Él apenas terminaba de aceptarlo. No quería que otros, cualquiera, se enteraran.
—Es que...la...uhm...La lava está caliente...—Sí, a estas estupideces me refiero.
—...¿Qué?
—¡Nada! Nada, nada, nada.—negó muchas veces, tratando de enmendar sus palabras.—Ya voy a hacer mi trabajo, sí señor. Nada. Nos vemos.
Y volvió a la cocina, repitiéndose mentalmente que no debía meter la pata. Se puso al lado de la corpulenta chica, tomó un plato con mucho cuidado y empezó a fregar. Con más calma que ella, claro.