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El llanto de la pequeña bebé despertó de inmediato a su madre, pese a que estuviera a varios metros de distancia de una alcoba a la otra y que sin dudar cruzó el blanco y extenso pasillo a la velocidad de la luz con sus pies descalzos en su búsqueda. Al adentrarse se acercó a la gran cuna de plata en donde el llanto de la recién nacida hacía doler los tímpanos, como consiguiente la tomó en brazos para acunarla y así calmar de a poco aquel quejido que a más de uno en el palacio sin dudas logró despertar.

— Ya pequeña... —susurró acariciando su cabeza, acomodándole los oscuros y finos cabellos.

— ¿Todo se encuentra bien? —una voz viril interrumpió el canto de la mujer segundos más tarde.

— Si cariño —asintió al levantar la vista de  encontrándose con la figura de su esposo cruzando la entrada que luego cerró a sus espaldas— Es igual a ti, cuando la luna se aparece para los hanos, sus ojos se abren de par en par.

— Oh claro, es su viva imagen —tras aquellas palabras la fémina dio unos pasos hacia atrás hasta golpear con una de las paredes. La figura masculina salió de las sombras dejándose ver.

Nommun... —murmuró asustada sosteniendo con más firmeza a su primogénita quién jugaba con sus diminutas manos. Al decir su nombre, su rostro volvió a la normalidad mostrando aquellos ojos anaranjados y su tez morena.

— ¿Cómo has estado Trehï? Cada noche eres más hermosa —estaba a tan poca distancia de ella que acarició uno de sus mechones grisáceos para luego quitárselo del rostro, obteniendo de su parte un gesto de desagrado por su tacto— Sigues siendo la estrella más hermosa que mis ojos han visto —sonrió, helando la sangre de la contraria.

— ¿Cómo? ¿Cómo entraste?

— Agh, no fue muy difícil, tus estúpidos soldados caen fácilmente al ver el rostro de Konhul, aunque sus ojos no sean de aquel azul cielo.

— ¿Qué quieres? —trató de sonar tranquila, pero a decir verdad por dentro estaba siendo carcomida por el miedo. Él no era alguien de quién confiar y tenía prohibida la entrada al palacio.

El moreno la observó detenidamente, sobre todo miraba a la criatura pequeña que protegía con sus brazos. Ella lo notó enseguida, y como pudo zafó de él rodeando la cuna para acercarse a uno de los ventanales. Nada ni nadie le haría daño a su pequeña recién nacida, suficiente había sufrido en el momento en el que dio a luz con la noticia errónea de que estaba sin vida, y en cuanto su esposo notó que eso no era cierto, mandó a decapitar a aquel que quiso quitársela de sus brazos.

— Vengo por lo que es mío... —Nommun sonó seguro al responder y sus manos comenzaron a desprender un color anaranjado al mover sus dedos.

— ¡Ella no te pertenece! —enunció elevando su tono de voz, logrando que la pequeña volviera a llorar. Sus ojos se oscurecieron, y sabía que no acabaría nada bien aquella conversación.

— ¡Tiene mi sangre Trehï!

— ¡Eso es algo que tú crees! —los ojos de la nombrada se volvieron aún más oscuros, borrando por completo sus iris y tomando un color negro absoluto— ¡Es hija de Konhul, él es su padre!

Aquél hombre carcajeó fríamente, y negó al observar sus manos desprender pequeñas llamas. Estaban más que enojados, la furia los consumía, y si no fuera por aquella bebé que les impedía hacerse daño ya se hubiese desatado una más de las peleas que siempre tenían, en las cuales destellos de luz y fuego se esparcían por todo el lugar.
Nommun estaba cegado por su arrogancia y por el amor que alguna vez le tuvo a Strehïa, sumamente cegado por tener a aquella fémina a su lado aunque le costase los siete mundos. La quería para él, y tras enterarse de su matrimonio con el rey de la noche y oscuridad su mente estalló en todos los sentidos, convenciéndose a si mismo que aquel individuo de ojos azul cielo se la había robado, debido que —según él— aquella de cabellos grisáceos era de su propiedad y su corazón era suyo, ni de ningún ser que no fuese él. Y sumando a esa obsesión, la recién nacida era parte de aquella fantasía, diciéndole a cualquiera que se tomara el atrevimiento de nombrarla que era su primogénita, que tenía su sangre y tarde o temprano ambas volverían a su lado para reinar juntos y conquistar todo el universo.

¡Mi reina! —llamó la voz de su esposo del otro lado de la entrada tratando de ingresar, pero el astuto moreno se había tomado la molestia de derretir el picaporte sellando la puerta— ¡Contéstame!

«Si le dices que estoy aquí, la mataré» dijo mentalmente al ver como su amada miraba con un rostro preocupado a dónde provenía la voz.
«Déjala fuera de esto Nommun, tómame a mí» le respondió en el momento en el cual una lágrima fría recorría su mejilla derecha, el moreno sonrío satisfecho al oír su voz en todos los rincones de su mente.

Los finos labios de Strehïa besaron la frente de la pequeña por varios segundos, sus ojos volvieron a su estado natural, devolviéndole aquel verde esmeralda tan distintivo, a paso decidido se acercó a un montón de cojines en dónde se recostaba a amamantarla, o a jugar con sus pequeños pies y los destellos de luz que ella creaba con sus dedos. Envolvió a su hija con una sábana blanca y bordes plateados, la besó una vez más y recorrió con su dedo índice sus mejillas regordetas.

Mientras tanto afuera de la habitación, el rey Konhul se volvía loco, su esposa e hija estaban del otro lado y el llanto de la última no cesaba, algo que jamás sucedía porque al estar en brazos de su madre se calmaba como si nunca hubiese derramado lágrima alguna.
Uno de los soldados estaba junto a él, fue quién le había notificado la invasión del moreno a su palacio, había sido el único inmune al manejo mental. Por ese motivo era la mano derecha del rey, tenía ese gran poder de que nadie lo manejara. Como la reina no abría la puerta mandó a llamar a los demás, para que la abriesen y sacarla de las manos de Nommun, aunque podría hacerlo él mismo, sin embargo al casarse había renunciado a sus poderes, dado que su origen era el contrario al de su esposa, y por su amor renunciaría hasta su propio ser.

— Jamás olvides que momnha te ama —susurró al separarse, y tras ponerse de pie giró sobre sí topándose con la mirada sonriente del moreno— Hazlo —le ordenó.

Obediente se acercó a ella jugando con las llamas que desprendían sus manos, haciendo oídos sordos a los gritos del rey y los golpes en la entrada. Strehïa tragó grueso al sentir el calor acercándose a su cuerpo, como aquel sujeto acariciaba sus brazos y subía por estos rozando las finas telas blancas de su vestido. Ahogó un gritó al ser agarrada por el cuello, y él sonrió complacido.
Un círculo de fuego inicio a su alrededor, mientras Nommun murmuraba palabras que sólo los de su especie entendían, y antes de desaparecer de la habitación, miró a su bebé dormir plácidamente con una mancha en su frente en forma de media luna.

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⏰ Última actualización: Mar 02, 2022 ⏰

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