Habitación pintada de amarillo
NOVIO.-(Entrando.) Madre.
MADRE.-¿Qué?
NOVIO.-Me voy.
MADRE.-¿Adónde?
NOVIO.-A la viña. (Va a salir.)
MADRE.-Espera.
NOVIO.-¿Quiere algo?
MADRE.-Hijo, el almuerzo.
NOVIO.-Déjelo. Comeré uvas. Deme la navaja.
MADRE.-¿Para qué?
NOVIO.-(Riendo.) Para cortarlas.
MADRE.-(Entre dientes y buscándola.) La navaja,
la navaja. .. Malditas sean todas y el bribón que
las inventó.
NOVIO.-Vamos a otro asunto.
MADRE.-Y las escopetas y las pistolas y el cu-
chillo más pequeño, y hasta las azadas y los
bieldos de
la era.
NOVIO.-Bueno.
MADRE.-Todo lo que puede cortar el cuerpo
de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor
en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos
propios, porque son de él, heredados...
NOVIO.-(Bajando la cabeza) Calle usted.
MADRE.- ... y ese hombre no vuelve. O si vuel-
ve es para ponerle una palma encima o un pla-
to de sal gorda para que no se hinche. No sé
cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuer-
po, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del
arcón.
NOVIO.-¿Está bueno ya?
MADRE.-Cien años que yo viviera, no hablaría
de otra cosa. Primero tu padre; que me olía a
clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego tu
hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa
pequeña como una pistola o una navaja pueda
acabar con un hombre, que es un toro? No ca-
llaría nunca. Pasan los meses y la desesperación
me pica en los ojos y hasta en las puntas del
pelo.
NOVIO.-(Fuerte.) ¿Vamos a acabar?
MADRE.-No. No vamos a acabar. ¿Me puede
alguien traer a tu padre? ¿Y a tu hermano? Y
luego el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí co-
men, allí fuman, allí tocan los instrumentos!
Mis muertos llenos de hierba, sin hablar ,
hechos polvo; dos hombres que eran dos gera-
nios. ..Los matadores, en presidio, frescos,
viendo los montes. ..
NOVIO.-¿Es que quiere usted que los mate?